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'Gora automatikoa', la película que critica el compadreo de los premios Goya pero aspira a conseguir uno

Pablo Vara, Esaú Dharma y David Galindo, los tres protagonistas de 'Gora automatikoa'

José Antonio Luna

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“En el principio no había nada y entonces Dios creó los premios. Y de entre todos ellos, el más grande, aquel en el que Dios volcó toda su sabiduría y virtud, era el Goya. Con los premios adquirió Dios el poder de juzgar, de diferenciar lo bueno de lo malo”. Es lo que narra una profunda voz en off al comienzo de Gora automatikoa, el largometraje de Pablo Vara, Esaú Dharma y David Galindo nominada al 'cabezón' de Mejor película de animación. Pero su historia es, en realidad, un caballo de Troya para criticar el sistema de la Academia de Cine y el compadreo del mismo galardón al que, precisamente, ahora aspira.

La idea de la cinta, estrenada en cines este 17 de diciembre, surgió cuando en la pasada entrega de los Goya solo hubo una nominada a la categoría de animación: La gallina turuleca de Eduardo Gondell y Víctor Monigote, que obviamente se hizo con el reconocimiento. Fue entonces cuando el trío de directores decidió ponerse a la obra para plantearse si ellos mismos podrían ganar un premio de forma automática. Pero con el nombre en euskera, porque según dicen en la cinta las películas vascas son las más nominadas, y obviando la palabra “Goya” para evitar problemas con la Academia.

El resultado es una metapelícula que cuenta cómo tres personas, los propios directores, están pensando en hacer un filme para llegar a la ceremonia del cine español. Pero no lo tendrán fácil. “En este mundo importa más el nombre que el verdadero talento. Para los que somos la última mierda no es tan fácil ganar un Goya”, dice el personaje de Galindo. Se señalan también aspectos como la precariedad del mundo de la animación, el hermetismo de las galas de premios o el compadreo del sector. Son, en definitiva, barreras con las que se pueden encontrar los creadores interesados en darse a conocer en el séptimo arte español.

También hay dardos para los clichés asociados a las películas de animación, normalmente vinculadas al público infantil a pesar de que el hecho de estar dibujadas no supone la adhesión a un género sino a un formato visual. “Hay que hacer una peli para que los padres puedan llevar a sus hijos al cine”, dicen los personajes en una lluvia de ideas para hacer el largometraje que les lance al estrellato.

La cinta sirve igualmente como guía de aprendizaje para saber cuáles son los requisitos para ser nominado en la categoría de largometraje animado: que tenga una duración mínima de 60 minutos, que se estrene en una sala y permanezca en cartel al menos 7 días, que posea la nacionalidad española y que la animación suponga un 75% de su total. Este último elemento, de hecho, se convierte en un gag continuo a lo largo de toda la historia, ya que aprovechan ese 25% restante para grabar en imagen real y así ahorrarse el proceso de dibujar las escenas.

Esta es solo una de las técnicas utilizadas por los profesionales para aliviar carga de trabajo, aunque también hay otra: la de rellenar minutos de metraje con imágenes de otros artistas. “Ibáñez también se aprovecha del trabajo de otra gente a la que no acredita”, comentan con sorna en el filme.

Pero, quizá, la escena más destacada de Automatikoa sea aquella en la que parodian el gusto de la Academia por tramas que invitan al llanto fácil. “Esto es pornografía emocional al nivel de Mar adentro o Camino pero con baloncesto”, dicen sobre una película que a todas luces toma como referencia Campeones. “Han convertido la compresión y la empatía en un producto de consumo masivo que venden a los espectadores”, añaden para luego afirmar que la gente limpia sus conciencias en el cine como anteriormente hacían en la Iglesia. Pero poco después, los protagonistas acuden al estreno de este controvertido filme y terminan siendo presa de lo que ellos mismos criticaban: acaban conmovidos al escuchar que es una historia basada en hechos reales.

Los repetidos sketches de nicho sobre la gala de los Goya, sin embargo, no acaban sirviendo para el que parecía que era uno de los principales objetivos del filme: criticar la precariedad del sector y señalar los motivos que la causa. Y es que el cine español atraviesa muchas dificultades en cualquier formato, pero el de animación está especialmente en el centro de la diana. 

La falta de interés político, la fuga de talentos y la escasa producción son algunos grandes enemigos a batir, tal y como el año pasado señalaban los creadores de dos grandes producciones patrias: Klaus y Buñuel en el laberinto de las tortugas. Ambas triunfaron fuera de las fronteras del país pero, de puertas para dentro, la situación era más bien diferente. “Deberíamos tener proyectos interesantes en los que el profesional de aquí quiera aprender e involucrarse. No proyectos en los que, estrenada la peli, se te vaya media plantilla fuera porque vas a tardar años hasta levantar el siguiente proyecto”, decía a este periódico Sergio Pablos, director de Klaus y fundador de SPA Studios. Y esa quizá sea la verdadera causa de que una película obtenga un Goya automático al no haber otras candidatas: que no hay recursos ni condiciones laborales dignas para su creación.

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