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Un brindis por el 125 cumpleaños de Dorothy Parker

Dorothy Parker cumple 125 años

Carmen López

Este año se celebra el 125 aniversario del nacimiento de la escritora Dorothy Parker, que no vio la luz en un hotel pero sí suspiró por última vez en uno de ellos, el Volney de Nueva York. Forma parte de esa larga lista de celebridades que escogieron uno como hogar: el Ritz parisino de Coco Chanel, el Montreux Palace de Nabokov o el Palace de Madrid de Julio Camba. Liberados de las incomodidades cotidianas de la vida doméstica, podían dar rienda suelta a su creatividad o sus deseos de autodestrucción. Además son un sitio ideal para conceder entrevistas en caso de necesidad.

La autora fue una de las voces más relevantes de su generación, aunque su reconocimiento tardó en llegar y ella nunca llegó a sentirse como tal. Los detalles biográficos como su alcoholismo o sus depresiones eclipsaron durante mucho tiempo a su talento.

Una de sus frases más célebres es: “Lo primero que hago por la mañanas es cepillarme los dientes y afilar la lengua”, pero los dardos envenenados que salían de su boca no solo iban dirigidos a la sociedad en la que vivía, sino sobre todo hacia ella misma.

Parker firmó nueve libros de poemas y relatos, guiones, dos obras de teatro y numerosos artículos. Le faltó escribir una novela, aunque lo intentó dos veces. No conseguirlo le hizo sentirse tan desgraciada que incluso intentó suicidarse, pero ese sólo fue uno de sus tres amagos. La escritora se pasó media vida intentando perderla, aunque la guadaña la esquivó durante 73 años.

Primeros pasos de la hija honorífica de Nueva York

Si bien nació en Nueva Jersey, Parker se ganó a pulso el título de hija honorífica de Nueva York. La Gran Manzana fue su hogar y en sus calles representó los diferentes papeles que le fue otorgando la vida, a excepción de una etapa en Hollywood.

Hija de Jacob Rothschild, un judío dedicado al textil, se deshizo de su origen al casarse con Edwin Parker, un corredor de Bolsa de quien se separó a principios de la I Guerra Mundial. De él se quedó el apellido -solía bromear diciendo que sólo se había casado por el “Parker”- y la afición por el alcohol.

Empezó su carrera profesional escribiendo artículos en la revista Vogue y después en Vanity Fair. Sus pies de foto en la primera ya dejaban entrever su carácter irónico -“Este vestido rosa le servirá para atraer a un buen galán”- y con su perspicacia previó cómo sería el futuro de ese tipo de publicaciones.

“Las mujeres que trabajaban en Vogue eran las más amables que he conocido, pero no tenían nada que hacer en esas revistas (...) Ahora las editoras son lo que deben ser: todas divorciadas, y chic, una colección de 'Ilka Chases'; las modelos parecen haber salido de la mente de Bram Stoker, y en cuanto a los escritores de pies de foto, mi antiguo trabajo, están recomendando mangos de visón a 75 dólares cada uno para los extremos de madera de los palos de golf. La civilización está llegando a su fin”, declaró en una entrevista en The Paris Review en 1956.

De Vanity Fair la echaron por sus malas críticas a obras de teatro producidas por grandes nombres del sector, a los que no les hicieron nada de gracia pese a tenerla. Por entonces ya era una de las cabezas visibles de la conocida y mitificada tertulia del hotel Algonquin de Manhattan, también conocida como 'El círculo vicioso del Algonquín'.

Aunque la escritora solía bromear con que los grandes como Hemingway no se sentaban en esa mesa redonda y con que sus integrantes no eran gran cosa, por allí pasaron el dramaturgo Robert E. Sherwood, el poeta Franklin Pierce Adams, el humorista y actor Robert Benchley, la feminista Ruth Hale o Harold Ross, el editor del The New Yorker.

Formó parte de la plantilla de dicha revista, en cuyas páginas publicó poemas y cuentos y dio rienda suelta a todo su talento. En aquel momento se encontraban metidos en la vorágine de los locos años 20, con una Ley Seca que convirtió el alcohol en un auténtico objeto de deseo a conseguir en las fiestas eternas de los speakeasy (bares que vendían licores de manera clandestina).

Parker se había trasladado al primer hotel en el que vivió -el mismo que acogía sus tertulias- y su lengua viperina ya había alcanzado la fama. Después de divorciarse, se volvió a casar con Charles MacArthur, con quien concibió un hijo que perdió de forma natural y que le provocó el primer conato de suicidio y su perenne depresión.

El castigo de La Lista Negra

Pero en medio de toda esa desdicha empezó su activismo político. Una de las causas en las que más se comprometió fue la relacionada con la condena de dos anarquistas italianos llamados Sacco y Vanzetti. Acusados de robo a mano armada, fueron condenados a muerte en un juicio rápido con tintes xenófobos y políticos que levantó protestas a nivel internacional. Parker manifestó de manera pública su rechazo a la sentencia y participó en la manifestación de Boston donde cantó La internacional acompañada por el escritor John Dos Passos.

También se implicó en la defensa de la República durante la Guerra Civil española. No solo recaudó fondos para la resistencia sino que viajó a España en 1937 para conocer el estado del país de primera mano. De aquel desplazamiento salió el relato Soldados de la República, que publicó en The New Yorker. En el texto, ambientado en Valencia, cuenta la historia de un grupo de soldados que lleva un año luchando en la contienda.

Para entonces su izquierdismo ya era de sobra conocido y había manchado su nombre. En 1934 se mudó con su tercer marido, Allan Campbell, a Hollywood para trabajar como guionista -suyas son Ha nacido una estrella para George Cukor y Sabotaje para Alfred Hitchcock- pero su carrera en el cine se fue al traste cuando el FBI vinculó su nombre al Partido Comunista y la incluyó en la Lista Negra.

Aunque ella negó estar afiliada a la organización, sí había ayudado a formar un sindicato de guionistas y colaboró en numerosas acciones antifascistas, por lo que no pudo “limpiar” su nombre (ni lo pretendió). Volvió a Nueva York viuda y sin dinero, después de que la industria del cine la rechazase por sus vinculaciones políticas. El avance del fascismo en Europa machacó aún más su exiguo optimismo.

En 1962 dejó de escribir definitivamente y pasó sus últimos años en Nueva York invocando a la muerte con cada trago de alcohol en su habitación del Volney, hasta que un infarto se la llevó al otro lado en 1967.

Sus últimos bienes fueron para la NAACP (Asociación Nacional para el Desarrollo de las Personas de Raza Negra. Siglas en inglés), el movimiento de Martin Luther King, de quien era fiel admiradora. Fue dicha organización la que rescató sus cenizas 20 años después de su muerte y las guardó en una tumba con uno de los mejores epitafios de la historia: “Perdonen por el polvo”. Cumplieron su deseo, pero con un fallo: sus restos están en Baltimore y no en Nueva York, la ciudad que adoró por encima de toda la infelicidad.

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