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En busca del ranking secreto de Tinder: la investigación que destapó que los 'match' no los decides tú

El ranking secreto de Tinder

Mónica Zas Marcos

Lo que cuenta Judith Duportail (París, 1986) en El algoritmo del amor (Contra) ya lo hemos visto en distopías como la película Langosta o en el episodio de la aplicación de citas de Black Mirror. Ficciones donde los solteros son señalados como el último lastre de la sociedad avanzada y parias a los que confinar 45 días con personas aparentemente afines hasta que consigan una pareja. Felicidad. Perdices. Aceptación.

El problema es que lo que cuenta Duportail no es ninguna alegoría de la soledad, es una realidad que afecta a 57 millones de personas que tienen descargado Tinder en sus smartphones. El ensayo resultante es una mezcla divertidísima de reportaje de investigación, apuntes de psicólogo, datos contrastados con estudios y expertos, citas, mensajes calientes, expectativas rotas y dick-pics.

Todo comenzó en 2016, cuando la periodista francesa trabajaba para Le Figaro y leyó unas declaraciones del CEO de Tinder sobre un ranking secreto basado en sus “notas de deseabilidad”. Es decir, el algoritmo de la aplicación de ligues más descargada del planeta puntúa a sus usuarios como en un certamen de Miss Universo y los organiza como en el comedor de un instituto de película yankee.

Duportail se obsesionó tanto con su nota que lo convirtió en una misión periodística. La excusa oficial era que la empresa de Sean Rad engaña a aquellos que se creen que el azar tiene algo que ver en su triunfo amoroso. Pero la verdad era que quería saber a qué mesa pertenecía ella. ¿La de los populares? ¿Los frikis? ¿Los cerebritos del club de matemáticas? ¿Los tristes?

“Su existencia hace diana en el centro de mis angustias y contradicciones, entre el ego y el deseo de ser guapa, y el deseo de que me importe un comino ser guapa. El deseo de seducir y el deseo de que me vean como una persona y no como un objeto. Entre frivolidad y feminismo”, escribe en su Viaje a las entrañas de Tinder.

Durante la investigación, Judith se dio cuenta de que no perseguía una simple tabla de Excel, sino que andaba tras uno de los secretos mejor guardados de Silicon Valley. Por decepcionante que parezca, al final del libro no consigue acceder a esa oscura lista de perfiles, pero por el camino descubre cosas del algoritmo y del comportamiento humano que tienen poco que envidiar al guion de Hang de DJ.

La receta de la Coca-Cola del amor

La primera versión de sus averiguaciones salió publicada en octubre de 2017 en The Guardian bajo el título Le pedí a Tinder los datos que guarda de mí y me mandó 800 páginas de oscuros secretos. En el artículo, que se convirtió enseguida en uno de los más vistos del periódico británico de aquel año y de los más traducidos -la versión en español se puede leer aquí-, Duportail explicaba cosas como que la app atesora todos los likes de Facebook, las conversaciones con los matches palabra por palabra y las horas de conexión.

Ahí escribe con un tono más aséptico. El libro es una delicia porque incluye estas y otras informaciones aderezadas con pensamientos tránsfugas, episodios de tristeza, masturbaciones mentales y sexuales y los secretos de cómo consiguió algunas de las entrevistas más exclusivas o los datos más blindados de Tinder.

Por ejemplo, ella pudo acceder a su informe de 800 páginas gracias al apoyo de un matemático suizo que ayudó a destapar el escándalo de Cambridge Analytica en las elecciones estadounidenses o que Uber dejaba el geolocalizador de nuestros móviles encendido mucho después de haber acabado la carrera en coche. Junto a Duportail, redactaron una carta a Tinder con el suficiente argot legal como para que entregasen los documentos privados de la periodista con el rabo entre las piernas.

También desvelaba que las mujeres suelen usar Tinder para mejorar su autoestima y los hombres para tener citas o rollos de una noche. “¡Qué mentira tan deliciosa! Dejo que me suba el chute de narcisismo como si me hubiesen metido droga por la vena. ¡Le puedo gustar a un montón de chicos!”, escribe Judith sobre su primera incursión en el mundo de las aplicaciones para ligar.

Sin embargo, se reservó para el libro uno de los caramelos de la investigación: que el ranking secreto del que hablaba el CEO se rige según el sistema de “puntuación Elo”. Este nivel se otorga a cada individuo en función de su historial de resultados en un ámbito dado y se usa en las clasificaciones de torneos de ajedrez o en la FIFA.

Para ser más claros: el Elo resta puntos si alguien popular en Tinder desliza tu cara hacia la izquierda (rechazo) o si el que desliza hacia la derecha (match) es un perfil mal posicionado en la escala de “deseabilidad”. “Cuando se muestra tu perfil a una persona, se te está emparejando contra ella. Si ese contra ti tiene un nivel alto y le gustas, ganas puntos. Pero si tiene un nivel bajo y te ignora, los pierdes”, explica El algoritmo del amor.

El hallazgo enfadó sobremanera a Duportail, que empezó a hacerse preguntas. ¿En qué momento, al crear una cuenta, avisa Tinder de que la aplicación se vuelve una competición? ¿Cómo se calcula el nivel? ¿Al principio o a medida del uso? “¿Por qué nadie comprueba si el algoritmo de Tinder respeta nuestra dignidad?”, duda Judith. “El que me cuestione la puntuación Elo se inscribe en el movimiento político global del capitalismo de vigilancia”, sentencia.

Poco más tarde en el libro, meses de investigación después en la vida real -cambio de ciudad incluido- muchas de estas cuestiones encontraron respuesta. Y no fue una en absoluto esperanzadora: “Si eres una mujer hetero y soltera de más de veintiún años, ocupas la posición más precaria del mercado”.

Algoritmo de “lógica patriarcal”

Tras publicar el artículo de The Guardian, una investigadora le hizo llegar el trabajo de fin de máster que presentó sobre la patente de la app. En ella, básicamente Tinder admite que su algoritmo discrimina con crueldad. “Es como llegar a una fiesta y que no tengas oportunidad de ver a todas las personas consideradas demasiado feas, guapas, ricas o pobres”, añade Duportail.

Además, detrás de los match se esconde una “lógica patriarcal”: un hombre que tiene una buena carrera ganará puntos, mientras que una mujer con la misma formación los perderá. “Tinder se reserva la posibilidad de evaluarnos de forma diferente que a los hombres y todo lo que está en la patente lleva al match a hombres que de alguna forma son dominantes sobre las mujeres: ya sea en términos de dinero, de estudios o de edad”, explica la autora a en un vídeo de Loopsider.

El algoritmo también favorece el encuentro entre hombres mayores y mujeres más jóvenes. Una medida del gender-role tradicionalism “con la que se mide el atractivo de una persona a partir de su género y de la diferencia de edad respecto a su opuesto para ofrecer puntos adicionales a los hombres de más edad y a las jovencitas”.

¿Y cómo consiguen esto? A través de Rekognition, una inteligencia artificial creada por Amazon para categorizar las fotos, y a través de un minucioso análisis de datos que permiten a Tinder estimar el coeficiente intelectual de sus usuarios, su nivel de escolaridad y su estado emocional general. “Las personas con el mismo nivel de atractivo son más susceptibles de entenderse”, reconocen en su patente.

“El servidor matching analiza factores como la media de palabras por frase, el número total de palabras de más de tres sílabas o el número de palabras usadas”, continúan. Con todo esto, Judith Duportail aduce que “Tinder decide por mí a quién puedo conocer, tocar, amar. Un poder inmenso sobre mi persona, mi vida y mi cuerpo”.

"Las personas con el mismo nivel de atractivo son más susceptibles de entenderse", reconocen en su patente.

Cada día se producen dos mil millones de matches. La aplicación está presente en 190 países y afirma ser responsable de más de un millón de citas a la semana. Aunque el azar y la distancia deberían estar detrás de ellas, hay factores determinantes que influyen en el éxito, el fracaso e incluso en generar adicción y no querer abandonar nunca ese mercado online.

Tinder se nutre de técnicas sacadas de los videojuegos y de la astucia de los casinos para mantenernos en vilo e inducirnos descargas de dopamina en el momento oportuno. Pese a todo, Duportail no pretende sermonear sobre su uso ni reniega de su utilidad. Al final, el de Tinder es solo un algoritmo más de los que día a día rigen nuestra vida. Desde qué marca de cereales compramos hasta a dónde nos vamos de vacaciones este verano.

Además, según un estudio de Stanford, el 40% de las parejas que nacen en esta app tienden a ser más sólidas. Quizá el truco esté en, como decía Duportail, lanzarse a los brazos de esta mentira tan “deliciosa” que se esconde tras el swipe right.

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