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Humor, terror y delirios: así era Philip K. Dick visto por Anne Rubenstein, su segunda esposa

La inverosímil vida del escritor de 'El hombre en el castillo' y otras influyentes fantasías

Ignasi Franch

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James Joyce diseñó su obra experimental Finnegans Wake como un desafío a los críticos y los lectores, como un puzle que los expertos siguen intentando desentrañar. El rompecabezas más complicado que legó Philip K. Dick, el escritor cuya obra ha inspirado películas como Blade runner o Minority Report y series como El hombre en el castillo, fue su propia vida. Más de veinte años después de haberse divorciado de él, la joyera Anne Rubenstein Dick seguía obsesionada por la idea de desentrañar qué pasaba por la mente de su antiguo marido en sus mutaciones de pareja afectuosa a extraño compañero de viajes estupefacientes de hippies y moteros o visionario místico.

Para despejar esa incógnita, se reunió con decenas de personas que le habían conocido. El resultado fue un ensayo redactado desde dentro, un relato coral repleto de citas de conversaciones o epístolas mediadas por la biógrafa. En busca de Philip K. Dick (Gigamesh, 2020) fue, junto con la obra dickiana, la fuente principal de Yo estoy vivo pero vosotros estáis muertos, de Emmanuel Carrère. En ambos ensayos, especialmente en el firmado por el francés, se eleva la narrativa del escritor a la categoría de autobiografía alternativa y fantasiosa, dados los constantes trasvases de situaciones vividas y personas conocidas hacia las ficciones que compuso.

Feliz y atormentada

En 1958, Anne R. Dick era la joven viuda de un poeta que se enamora de su peculiar vecino, un escritor de ciencia ficción que todavía no ha conocido el éxito. La autora describe el inicio de su relación en términos casi idílicos: había encontrado al hombre que era todo lo que siempre había deseado. Poco a poco, ganan peso unas discusiones virulentas donde ella solía lanzar objetos. Algunas de las peleas podían tener un componente más o menos relevante de escenificación. Al fin y al cabo, su antiguo esposo preparó una discusión y repartió papeles entre sus amigos para sacar de quicio a un vendedor de aspiradoras que les iba a visitar.

En 1963 tuvo lugar la perturbadora (y dickiana) situación del ingreso contra su voluntad en un hospital psiquiátrico: el hombre que aparentemente sufría un trastorno delirante (afirmó recurrentemente que diversas personas e instituciones le espiaban o conspiraban para asesinarle) consiguió convencer a los psiquiatras de que él tenía razón y de que su esposa quería matarle. La víctima contextualiza la facilidad con la que se producían los internamientos de esposas por deseo de sus maridos. También explica que seguía amando al escritor a pesar de que este la había agredido.

Implícitamente, la construcción de esta mirada biográfica no deja de ser también autobiográfica. El recorrido comienza cuando ambos se conocen. Y toda la obra está condicionada por el proceso de una negación a los cambios de conducta de su marido, del rechazo posterior, y, finalmente, de una cierta reconciliación con ese “ser único y extraordinario que me hizo la vida maravillosa durante una temporada y me la convirtió en un suplicio durante otra”.

Su autora tomó la interesante decisión estructural de concluir el libro con un relato de la infancia y juventud de su antiguo esposo. En ese pasado reencuentra algunas de las cualidades que le enamoraron... y también halla algunos síntomas, en forma de fobias descontroladas y alucinaciones, de ese lado oscuro que tomó el control posteriormente.

La persona que era enigma

Una de los puntos más sugerentes de la obra dickiana es su gusto por todo tipo de sospechas existenciales: los personajes dudan de si están ante seres humanos o ante réplicas robóticas o extraterrestres, dudan de si son de carne y hueso o máquinas, o de si la realidad que perciben es algún tipo de simulacro, espejismo o delirio. La persona de Dick no solo generó este tipo de preguntas en su segunda esposa, sino también en muchos de sus allegados, algunos de los cuales emplean términos como “máscaras” para hablar de su conducta.

La duda permanente de los implicados es hasta qué punto el narrador controlaba estos procesos a lo largo de los años: ¿donde acababan las bromas y el humor absurdo y donde comenzaba el terror y la alucinación? Resulta complicado desentrañar el trastorno mental, la maldad y el machismo que eran frecuentes en sus relaciones. Estas a menudo se basaban en un mayor o menor ejercicio del poder (varias de las amantes del autor fueron muy jóvenes e incluso menores de edad, enfermas o vulnerables) y varias veces estuvieron teñidas por los celos o la difamación compulsiva.

A diferencia de lo que acontecía en algunos textos del autor, el libro de Anne Dick no contiene un momento de revelación. Después de editar y revisar varias veces esta colección de testimonios a lo largo de tres décadas, Anne Dick siguió sin encontrar respuestas: “Todavía no acabo de entender cuál era el problema de Phil. ¿Las drogas? ¿Una enfermedad mental? ¿Una enfermedad mental agravada por las drogas?”, escribió.

La lectura de En busca de Philip K. Dick resulta potencialmente fascinante. Y también perturbadora, porque la tragedia y una especie de negrísima comicidad llegan a fusionarse de una manera poco deseable. La vida del escritor está repleta de situaciones espeluznantes, pero algunas de ellas son tan chocantes que cabe la posibilidad de leer su existencia como una sit-com demencial sin atender a los sufrimientos causados y vividos por su protagonista. Sea como sea, su autora relata ese material desde la cercanía y se niega a forzar explicaciones simples con las que despejar el secreto de esa persona-enigma.

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