Jane Austen cumple 250 años, la escritora que sigue cautivando a lectores de todas las edades en la época de los algoritmos
Si uno se da una vuelta por las comunidades de lectores jóvenes de redes sociales como YouTube, Instagram o TikTok, entre los montones de libros de narrativa juvenil verá el nombre de una vieja conocida: la mismísima Jane Austen (Steventon, 1775-Winchester, 1817), de quien este 16 de diciembre se conmemoran los 250 años de su nacimiento. En realidad, los homenajes no le hacen falta —aunque este año no han faltado reediciones de lujo, además de nuevos libros inspirados en ella—, porque su obra no deja de reeditarse y el fenómeno austenita no necesita alicientes para mantenerse activo.
Lo más importante, en cualquier caso, es que se la sigue leyendo. Sí, entre el fenómeno Sally Rooney, el reciente Premio Planeta, la última aventura del capitán Alatriste y los romantasy de cantos tintados, lectores de todas las edades e intereses reservan un hueco especial a la embajadora más internacional de las letras británicas. En realidad, el éxito de Jane Austen, su pervivencia y hasta su cualidad universal van más allá de su legado: tiene toda una filosofía alrededor, existe una legión de adeptos fascinados por ella, por su universo literario en toda su extensión: la época, las costumbres, la moda, los ritos de cortejo, las localizaciones, el té con pastas y, por qué no, las relaciones con final feliz.
A diferencia de Lev N. Tolstói, ella no creía en la uniformidad de la dicha. “Deseo tanto como todo el mundo ser terriblemente feliz, pero como todo el mundo debo serlo a mi manera”, escribe en Sentido y sensibilidad (1811) —también editada en castellano como Juicio y sentimiento—, su primera novela publicada bajo el seudónimo A Lady. Se cree que comenzó a trabajar en ella hacia 1795, aunque tardó años en conseguir publicarla. Durante esa etapa de formación, escribió también Juvenilia (1787-1793), una serie de piezas breves para entretener a la familia; Lady Susan (1794), una novela breve de tipo epistolar; la inconclusa Los Watson (1804) y la gótica La abadía de Northanger (1798), que vieron la luz de forma póstuma.
Sentido y sensibilidad narra la historia de dos hermanas, Elinor y Marianne Dashwood, que encarnan dos polos opuestos: frente al raciocinio, la tenacidad y la prudencia de la mayor, la espontaneidad, la pasión y la frescura de la pequeña. De la propia Austen, por lo poco que se sabe de ella, cabe sospechar que se parecía más a la primera —por fuerza se debe tener una inteligencia bien encauzada en unos hábitos disciplinados para llegar a ser una escritora de su calibre—, aunque, en su interior al menos, conservaba el espíritu alegre e ingobernable de la segunda.
El espíritu de las muchachas que sueñan con encontrar el amor, podría decirse, algo que no todas sus protagonistas tienen como prioridad; o no a cualquier precio, al menos. El matrimonio estaba en el horizonte, pero la autora lo plantea con enfoque antirromántico, con un perspicaz análisis de caracteres, mucha ironía y un fino retrato de las costumbres de la época georgiana. En cuanto a ella, se especula que tuvo un amor que no fructificó. Llevó una existencia de mujer soltera, muy unida a su hermana Cassandra y a su sobrina Fanny. La fortuna no le sonrió en vida: tardó años en publicar, sus títulos emblemáticos fueron rechazados de entrada; escribía en la mesa de la casa familiar, interrumpiéndose con cada visita; y murió joven, a los 41 años, cuando su carrera comenzaba a despuntar.
Por fortuna, los sinsabores no amargaron su escritura, que irradia el humor de un genio vivo, ni truncaron el destino de sus protagonistas, que siempre las conducía al altar. Sí, sus novelas terminan en boda, pero, a diferencia de la (mala) literatura romántica, sus muchachas no dependen de la correspondencia de un hombre para sentirse seguras de sí mismas; basta fijarse en cualidades como el ingenio y la jovialidad de Elizabeth Bennet (Orgullo y prejuicio, 1813), la sensatez y la voluntad de Fanny Price (Mansfield Park, 1814) o la independencia y el carácter de Emma Woodhouse (Emma, 1815) para darse cuenta de que en todas prima un valor, la inteligencia, que también se manifiesta de maneras muy diversas, pero que siempre ayuda a discernir con claridad.
Ese intelecto se nutre de la observación del entorno y de las lecturas, porque antes que escritora fue lectora: Frances Burney, Ann Radcliffe, Maria Edgeworth, Jonathan Swift, Daniel Defoe, Laurence Sterne, Henry Fielding. Se podría decir que de cada uno tomó aquello que más resonaba con su propia mirada hacia el mundo, combinó esos rasgos y el resultado fueron sus novelas, que no tienen parangón, por mucho que desde entonces no hayan parado de imitarla. Ese es otro atributo de los clásicos, que crean escuela.
Leer a Jane Austen en el siglo XXI
¿Por qué se sigue leyendo a Jane Austen? O, mejor, ¿por qué se la lee (mucho) más que a otros escritores clásicos? ¿Y por qué las nuevas generaciones, esos jóvenes de los que tanto se dice que son incapaces de concentrarse, que no se interesan por la historia o que viven inmersos en la cultura digital, todavía vibran con las cuitas de Elizabeth Bennet y el señor Darcy? Hay una primera respuesta fácil: la obra de Austen es extraordinaria, no resulta ardua de leer ni ha envejecido mal; motivos más que suficientes para interesarse por ella. Ahora bien, lo mismo puede decirse de otros escritores que, sin embargo, están más olvidados o no atraen tanto la atención. ¿Por qué ella sí y los demás no?
La búsqueda del amor es, ha sido siempre, un motor para el ser humano, que además se acentúa durante la adolescencia. Las novelas juveniles más vendidas tienen, desde hace años, un importante contenido sentimental, sea en forma de comedia romántica, de dark romance o de narrativa erótica. Y, aunque toda obra literaria habla de amor, del amor en sus múltiples formas, pocos lo ponen en el centro con la preeminencia de Jane Austen, y aún menos son los que se atreven a culminar con un happy ending. Austen es territorio seguro y, a la vez, inabarcable, porque en cada relectura se advierten matices distintos.
Muchos lectores jóvenes han encontrado, además, una afinidad entre su forma de vivir la experiencia romántica y la representación del tema en sus novelas: un tipo de relación menos basada en el sexo, en la que importa la amistad, conocerse bien antes de intimar. En las comunidades de lectores abunda el concepto slow-burn, para describir relaciones que se cuecen a fuego lento. Habrá quien diga que esto ha existido siempre; sí, pero no se puede negar que, de los años sesenta en adelante, se produjo una sexualización de la cultura popular que ha impactado en todas las áreas, de la producción audiovisual a la publicidad, con especial hincapié en el cuerpo femenino como objeto de deseo.
Es posible que exista cierta nostalgia, no tanto por el siglo XIX en concreto como por una naturaleza diferente de las relaciones: cara a cara, tomándose el tiempo para conocerse.
Los cuerpos de las protagonistas de Jane Austen están cubiertos con largos vestidos, no han sufrido las inclemencias de la cirugía estética ni se camuflan bajo filtros de imagen. Quieren gustar, y unas son más coquetas que otras; pero la obsesión por el físico que se ha asentado en las últimas décadas en Occidente era entonces inexistente. Ojo, que esto no las convertía en monjas de clausura: tanto entre ellos como entre ellas los hay que se dejan llevar y cometan algún desliz (que se lo digan a Marianne Dashwood y a la menor de los Bennet); pero, en general, prevalecían las reglas del cortejo.
Es posible que exista cierta nostalgia, no tanto por el siglo XIX en concreto —ninguna lectora quiere morir en el parto ni dejarse la vista leyendo hasta la noche a la luz de las velas, por romántica que pueda resultar esta imagen en la imaginación— como por una naturaleza diferente de las relaciones: cara a cara, tomándose el tiempo para conocerse, disfrutando de bailes en pareja que no impliquen hacinarse en un local con la música a pleno volumen, con más conversación que rozamientos, intercambiando cartas escritas de su puño y letra en lugar de wasaps llenos de emoticonos, con educación y respeto, al menos en las formas; nadie se imagina al señor Darcy decir de una señorita casamentera que su mejor atributo es que “está buena”.
Los tentáculos infinitos del universo austenita
También hay una fascinación por la estética, embellecida por las populares adaptaciones al cine y por otras producciones con ambientación de época y espíritu british, como Los Bridgerton, la serie basada en las novelas de Julia Quinn. En Bath, donde la autora situó varias de sus obras, se celebra cada año el mayor festival en torno a su figura: diez días en los que los visitantes pueden vestirse según la moda georgiana, visitar los parajes que la inspiraron, tomarse un té en una cafetería estilo Regencia, asistir a un baile o disfrutar de representaciones teatrales; algo así como una escape room adelantada a su tiempo.
Está asimismo la casa museo en Chawton, Hampshire, la última morada de Jane Austen, donde escribió seis novelas, que puede visitarse durante todo el año y ofrece una agenda llena de actividades. Todo se mercantiliza, sí; basta una simple búsqueda online para ver el arsenal de tazas, camisetas, velas, marcapáginas, ilustraciones, joyas, bolsas, material de escritorio y todo tipo de merchandising inspirado en ella y su obra, incluidos muchos artículos artesanales únicos, una idea de regalo fantástica para sus lectores entusiastas.
Y, por supuesto, Jane Austen sigue viva como inspiración. Más allá de las adaptaciones audiovisuales, no dejan de publicarse nuevos retellings y otros libros inspirados en ella y su universo, desde comedias románticas que trasladan sus tópicos a la actualidad a los ensayos más variados, pasando por una versión gamberra con zombis, adaptaciones para niños, biografías y novelas gráficas. Con motivo del 250.º aniversario, muchos sellos se han esmerado para rendirle homenaje con nuevos libros. Es marketing, sí; pero también es cultura, es celebrar a una gran autora, es acercarla a todos los públicos, es leer, leer y volver a leer; un guilty pleasure, al fin y al cabo, con pocas contraindicaciones.
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