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Ha llegado el momento de escribir sobre el odio a la madre

Daisy Johnson consiguió el premio Man Booker con su novela de debut, 'Bajo la superficie'

Carmen López

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Cuando Daisy Johnson se sentó a escribir su novela Bajo la superficie, gracias a la cual en 2018 se convirtió en una de las aspirantes más jóvenes al prestigioso premio Man Booker, tenía en su cabeza el mito de Edipo. Hijo de Layo, rey de Tebas, mató a su padre y se casó con Yocasta, su madre, sin saber nada de los vínculos familiares que le unían con él y con ella. Un buen drama del que partir aunque no sea evidente en la historia que acabó firmando. La editorial Periférica ha publicado esta novela recientemente en España traducida por Carmen Torres García y Laura Naranjo Gutiérrez.

La conexión con la familia griega se encuentra en el claro carácter disfuncional de las relaciones, además de alguna referencia explícita como el acertijo “son dos hermanas, una de las cuales engendra a la otra y, a su vez, es engendrada por la primera”. Las protagonistas de Johnson son una madre y una hija llamadas Sarah y Gretel, que ni siquiera aparecían en los primeros cinco borradores de la novela. Viven juntas en la marginalidad hasta que la primera decide desaparecer cuando la segunda aún tiene dieciséis años. Pero antes de ese momento, un joven llamado Marcus irrumpe de manera inesperada en sus vidas, las trastoca y se va de la misma forma en la que llegó. Otro trauma para el saco.

El abandono de su madre no solo la deja huérfana de parentescos –no hay padre disponible– sino también de interlocutor en un idioma íntimo que nadie más conoce. Cuando Gretel comienza (obligada) su nueva vida, suelta palabras inventadas por ambas que el resto de personas no comprenden, lo que complica su integración. Quizá por esa relación con el lenguaje se forma como lexicógrafa y de adulta trabaja actualizando diccionarios.

La acción de la novela no transcurre de manera lineal en el tiempo. De hecho, comienza casi al final de la relación entre ambas. Más de una década después de separarse, durante la que Gretel se pasó el tiempo intentando localizar a su madre por cualquier sitio que se le ocurriese incluida la morgue, la encuentra y se la lleva a vivir a su casa. Sufre alzhéimer y su trato sigue siendo igual de complicado que antes del abandono, pero Gretel necesita respuestas acerca de lo que pasó, llenar lagunas. Su personalidad actual –retraída, incapaz de intimar con las personas– es el resultado de sus experiencias anteriores y Sarah es la única que la puede ayudar. 

“A veces me tienta la violencia. Si fueras la mujer de hace dieciséis años, creo que sería capaz de sacarte la verdad a guantazo limpio. Ahora ya no es posible. Eres demasiado vieja para sacarte nada a guantazos. Los recuerdos destellan como copas de vino rotas en la oscuridad y luego desaparecen”, dice Gretel. Detesta a su madre, pero la necesita: “Si de verdad me preocupara por ti, velaría por tu bien y te metería en una residencia. Cortinas floreadas, comidas a la misma hora todos los días, otros como tú. La gente mayor es una especie en sí misma. Si aún te quisiera de verdad, te habría dejado donde estabas en lugar de traerte a rastras aquí, donde los días son tan cortos que casi no merece la pena hablar de ellos, y donde excavamos y exhumamos sin descanso lo que debería permanecer enterrado”.

¿Quién puede odiar a una madre?

Las relaciones madre-hija se han tratado en numerosos libros a lo largo de la historia –qué mejor material que lo que se cuece dentro de una familia– aunque no tanto desde el conflicto o en profundidad. Hay nombres de referencia en este ámbito como Vivian Gornick, Toni Morrison o Angelika Schrobsdorff, pero aún hay mucho por explorar. Precisamente Johnson comentó en una entrevista en The Guardian que está obsesionada con las madres –aunque se lleva estupendamente con la suya, algo que matiza– en parte porque en muchos de los libros que leía el papel de la progenitora parecía ‘de relleno’, sin profundidad. De ahí que haya escrito un libro que contribuye a llenar ese vacío.  

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No es la única que ha llevado el tema a las mesas de novedades de las librerías en los últimos tiempos, aunque en diferentes grados de intensidad. Azúcar quemado, la novela de Avni Doshi –finalista del Booker 2020– que Temas de Hoy publicó en España hace unos meses traducida por Raquel Vicedo, empieza con una frase demoledora: “Mentiría si dijera que nunca he sentido placer cuando a mi madre le ocurre una desgracia”. Es una confesión de la protagonista, Antara, que se ve obligada a cuidar de su madre que padece demencia senil tras una vida de odio y resentimiento hacia ella. La desaparición de la memoria de su progenitora le provoca un sentimiento de impotencia parecido al de Gretel: si los recuerdos se desvanecen, lo hará también la posibilidad de redención. 

Ivana Dobrakovová también indaga en la cuestión en su libro Madres y camioneros publicado en España el pasado mes de junio por Sexto Piso con traducción de Patricia Gonzalo de Jesús. Los sentimientos no son tan radicales como los que exponen Johnson o Doshi, pero sus personajes también tienen reflexiones que no dejan en muy buen lugar a sus progenitoras. “A mi madre hay que explicarle todo. Mi padre tiene que saberlo todo. O querría. Querría seguir controlándome, como si tuviera quince años, pero hace tiempo que le tengo cogido el tranquillo. Solo le cuento el mínimo imprescindible de lo que hago. Lo siento, pero a partir de cierta edad una debe cortar y no esperar siempre la aprobación de sus padres. O sea, de su madre”.

La protagonista de Piedras en el bolsillo, otro de los títulos que se han publicado recientemente, es una joven argelina que trabaja en París en una editorial. Aunque se supone que es una joven con una buena profesión y que vive su vida como quiere, siente la misma necesidad de aprobación materna aunque intente no hacerlo. La editorial Libros del Asteroide fue la que trajo a España la novela de Kaouther Adimi, traducida por Aloma Rodríguez. Menos intensa que las anteriores, podría ser con la que más lectores se identifiquen [algo que no es necesario para que un libro guste, pero que a veces reconforta]. Sobre todo porque la protagonista no desea la muerte real de su madre, aunque en ocasiones tenga pensamientos del tipo: “¿la asesina de Pithiviers tenía madre?”.

Adimi guía al lector por la historia a través de las llamadas de la progenitora, que está en Argelia, a su hija, de la que espera que se case en algún momento. La presión aumenta cuando la hermana menor de la protagonista anuncia su boda, lo que la desplaza aún más al universo de las solteronas. En una ciudad que no parecía tan fantástica como se planteaba, con un trabajo que dista bastante de cumplir sus aspiraciones y una vida social limitada (en parte como consecuencia de los dos hechos anteriores), los diálogos con su madre son lo que le faltaban para ir hundiéndose poco a poco.

“–Muy bien, en ese caso, no me casaré. Nunca.

–¿Qué?

–No me casaré, ¿y qué? Quedarse soltera no es tan dramático.

En ese momento de la conversación, mi madre mete la cabeza en el horno“.

La trama puede parecer propia de una comedia romántica plana, pero en realidad trata del desarraigo, del papel de la mujer en diferentes escenarios, de hasta dónde llega la independencia auténtica de una persona o las falsas promesas del neoliberalismo. La insistencia se personifica en la madre que canaliza las presiones de una sociedad.

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