Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El esperado debut de Amaia no convence y su indefinición es su mayor condena

Luis J. Menéndez

Amaia

Amaia

Pero no pasa nadaUniversalPOP5Pero no pasa nada

Tras una larga espera, ya está aquí uno de los discos más esperados de los últimos tiempos en nuestro país. Amaia, fenómeno surgido de Operación Triunfo y que en los dos años transcurridos entre su paso por la academia televisiva y la publicación del disco representó a España en el Festival de Eurovisión, se ha convertido también en icono de la lucha por el control artístico en un modelo –el de los triunfitos- diseñado para el modelado y la explotación al gusto de los capitostes discográficos de turno.

En las entrevistas que está ofreciendo estos días a propósito del lanzamiento de Pero no pasa nada, la artista navarra insiste en lo difícil que ha resultado el camino que la ha llevado dejar de ser una simple marioneta de la industria para tomar sus propias decisiones y hasta firmar las canciones de este disco –en solitario o en compañía de Santiago Motorizado, Nuria Graham y Raül Refree-.

Con Pero no pasa nada Amaia da el salto de mera intérprete a autora, y con ello también se posiciona en el amplio espectro de la música popular en castellano contemporánea. ¿Multinacional o independiente? ¿Pop comercial o vocación experimental? ¿Sonido latino, tradición melódica en castellano o exploración del folklore?

A esas cuestiones y otras cuantas más intenta responder un disco que, hasta donde sabemos, arrancó en la manos de Raül Refree -productor de la Rosalía “flamenca”, Silvia Pérez Cruz o Christina Rosenvinge, entre muchas otras- y terminó en las manos del compositor y líder de los argentinos Él Mató A Un Policía Motorizado. Dos músicos y productores a priori bastante alejados entre sí y que de alguna forma representan a través de esa distancia la esquizofrenia latente a lo largo del disco.

Que Pero no pasa nada se plantee como un álbum conceptual sobre el amor desde el punto de vista de una postadolescente no es, obviamente, en sí mismo un problema. Algo más de conflicto plantean una letras que se sitúan al borde de lo cursi cuando no caen de lleno en ello, en las que encontramos metáforas y descripciones de situaciones bien poco inspiradas: “Nunca amaré tanto a un hombre / Nunca podré cantar igual / De mis dedos salen hilos / Y mi cara es de cristal”. “La luna se refleja en mis uñas mordidas / Estoy pasando frío / porque me he olvidado el jersey”.

Hay un tono naif, creo más inevitable que buscado, que tal vez conecte con los más jóvenes, pero reflejo también de una compositora que está dando sus balbuceantes primeros pasos en el terreno del pop en medio de una expectación enorme.

Igualmente, en el aspecto musical el disco se debate entre la composición de corte autoral y la tiranía que exige la prodigiosa voz de Amaia. Una voz como la suya supone al mismo tiempo un milagro y una condena al supeditar todo el proceso compositivo y la composición. Alguna excepción ha habido en el pasado a esa regla, como su colaboración con Carolina Durante en Perdona (ahora sí que sí), en la que la intervención de Amaia se mostraba respetuosa con el protagonismo de las guitarras.

Sin embargo, a lo largo de los 30 minutos que dura Pero no pasa nada la producción se pone al servicio del plano vocal, protagonista siempre, hasta cuando, como en El relámpago, la propia Amaia parece incómoda a base de forzar octavas. De esta forma, el disco transita un terreno confuso que no termina de aclarar su apuesta por convertirse en la Cecilia del siglo XXI, abrazar el pop más exquisito como La Buena Vida hicieron veinte años antes o simplemente encontrar un hueco en el mainstream un poco a la manera en que lo ha conseguido Zahara en un momento en que los sonidos latinos arrasan con todo. Y en esa indefinición está su condena.

 

(Sandy) Alex G

(Sandy) Alex G

House of SugarDomino / Music As UsualPSICODELIA9House of Sugar

Haber publicado nueve discos con 26 años, tres de ellos en el exigente sello Domino, es de por sí motivo suficiente para que cualquier aficionado al pop arquee la ceja. Si además el currículo lo complementan detalles como que Frank Ocean te invite a grabar en su último disco, la sorpresa inicial termina convirtiéndose en malsana curiosidad. Y lo mejor de todo es que todo ese ruido termina por concretarse en un álbum rotundo, extraño y hermoso como es House of Sugar.

El cuento popular de Hansel y Gretel sirve de escenario para una serie de historias que se mueven desde lo íntimamente personal (la pérdida de un amigo) hasta excursiones literarias que, como los cuentos clásicos, de alguna forma explican el mundo que nos rodea. Como en Gretel, suerte de apéndice del cuento de los Hermanos Grimm que narra cómo la adicción a los dulces hace que los niños vuelvan de nuevo a la casa de la bruja a pesar de los peligros que les acechan.

La música de Alex Giannascoli encaja como un guante en ese escenario de fantasía casi psicodélica. A medio camino de la tradición folk-rock y alguna excursión por los cerros de la electrónica (no de baile), el de Philadelphia es el último eslabón de una tradición que comenzó Neil Young y continuaron cantautores tan singulares como Elliott Smith o incluso Bright Eyes. Aún es pronto obviamente para situarle a su altura, pero este disco es la primera señal verdaderamente nítida de un músico que parece destinado a trascender más allá del territorio de lo alternativo.

 

Charli XCX

Charli XCX

GoneAtlantic / WarnerPOP8Gone

Charli XCX siempre se ha vanagloriado de gozar a partes iguales de prestigio entre la prensa musical especializada y el público (y los artistas) de corte más mainstream. Gone vuelve a llenar de razones a la artista británica, que como ya ocurriera en trabajos anteriores convierte su nueva colección de canciones en un verdadero “quién es quién” de la música comercial con sustancia que se está practicando a estas alturas: Haim, Lizzo, Christine, CupcakKe, Sky Ferreira,… Gone supone también el retorno de la de Cambridge a los estudios de A.G. Cook (PC Music), lo que se traduce en un sonido característico de electrónica pop con una extraña cualidad sintética, que traza una línea invisible que va del arte y ensayo de Sophie al synth-pop ochentero.

Un recorrido que probablemente resulte extenuante para los rockeros recalcitrantes y objetores del pop superventas, pero que, un poco como Abba en su día, representa hoy por hoy ejemplar en su intento por dignificar la música comercial.

No lo consigue por igual a lo largo de todo el disco, por supuesto, pero algunas canciones aquí subrayan su gran altura: su colaboración con Haim, Warm, en la que les muestra el camino a seguir a las tres hermanas, el cara a cara con la francesa Christine en Gone, la bailable 1999 o incluso un medio tiempo como Official nos hacen desear no sólo más discos como este o los precedentes Sucker (2014) o Number 1 Angel (2017), sino que Charli aumente su ya de por sí exigente ritmo de trabajo componiendo para otros intérpretes. A una artista como Madonna, por ejemplo, perdida en su particular laberinto artístico desde hace tiempo, le vendrían muy bien sus consejos y canciones…

 

Chelsea Wolfe

Chelsea Wolfe

Birth of ViolenceSargent House / Popstock!CANCIÓN8Birth of Violence

En apenas una década, Chelsea Wolfe ha completado casi una decena de discos en los que, a la manera de Michael Gira y sus Swans, la norteamericana ha explorado desde diferentes puntos de vista el concepto de la Norteamérica gótica. Son trabajos que bordean o directamente abordan el doom metal, lo experimental o, como en el caso de Birth of Violence, el folk siempre desde una perspectiva tremendista, que afronta sentimientos como el miedo, la angustia o la pérdida.

Birth of Violence es un álbum hermoso, que decide poner en cuarentena el poderío eléctrico que caracterizaba a sus anteriores entregas, para construir a partir de un formato acústico canciones cuyo estado de ánimo queda perfectamente definido a partir de sus títulos: “oscuridad americana”, “nacido de la violencia”, “cuando la ira se transforma en dulzura” o “universo sucio”. Una alternativa al universo igualmente hipnótico de su compatriota Marissa Nadler.

 

M83

M83

DSVIINaïvePOP ELECTRÓNICO7DSVII

Es cuanto menos curiosa la carrera del francés Anthony Gonzalez. Arrancó allá por el cambio de siglo con un puñado de discos que resucitaban el sonido shoegaze intercambiando guitarras por sintetizadores. Luego alcanzó la fama esencialmente con un tema, Midnight City, para enfocar su carrera hacia un terreno cada vez más alejado del pop. DSVII es su disco más ambicioso y también el menos accesible de cuantos ha firmado hasta la fecha, un trabajo que queda perfectamente definido por una portada que parece obra de Moebius.

En esa representación de la ciencia ficción tal y como la imaginaron los cómics de finales de los 70 y principios de los 80 encuentra la inspiración este disco doble que funciona casi como banda sonora imaginaria, a caballo de lo onírico y lo retrofuturista.

El propio Gonzalez lo definía recientemente con unas palabras: “El disco está influido por las bandas sonoras de los primeros videojuegos, las películas de ciencia ficción de los 80 y los pioneros en el terreno de los sintetizadores analógicos”. El resultado de todo ello son unas composiciones que se alejan diametralmente de la concreción pop y que se sitúan entre la empanada prog y delicatessens como la banda sonora de El planeta salvaje y la discografía de compatriotas como Didier Marouani, Richard Pinhas o el propio Jean Michel Jarre.

 

Omara Portuondo

Omara Portuondo

Omara PortuondoWorld Circuit / BMGWORLD MUSIC9Omara Portuondo

El sello londinense World Circuit reedita estos días, a través de BMG en vinilo y CD convenientemente remasterizados, cuatro de sus discos más emblemáticos: Savane (2006) de Ali Farka Toure, Rumba argelina (1993) -que supuso el debut discográfico de los españoles Radio Tarifa- y dos trabajos que en su momento vieron la luz bajo la marca Buenavista Social Club, El carretero (1996) de Guillermo Portabales y el trabajo homónimo de Omara Portuondo publicado en el año 2000.

Son cuatro álbumes esenciales en el campo de la world music más o menos reciente, todos ellos con una historia interesante detrás. Pero vamos a destacar especialmente el disco de la artista cubana, la única artista femenina que formó parte del famoso recopilatorio vinculado a la película de Wim Mertens.

Tres años después de la publicación de Buenavista Social Club y a los 70 años de edad, Portuondo se mete en el estudio en compañía de Demetrio Muñiz, director de la Orquesta Tropicana y aquí en calidad de arreglista, para registrar una colección de preciosas y sensuales canciones clásicas, un repertorio que rememora la era clásica de las big bands. Colaboran, entre muchos otros, Compay Segundo, Eliades Ochoa, Rubén González o Ibrahim Ferrer. Además, el éxito del disco supuso un relanzamiento de su carrera, especialmente en los países anglosajones y Asia.

 

VV. AA.

Beautiful FreaksTadPSICODELIA8Beautiful Freaks

“Estos artistas representan las ideas de autogestión, de libertad y de protesta por la vía de la provocación. Es hora de darles un lugar en el panteón de los ilustres y de respetar lo que trataron de lograr, porque ellos intentaron cambiar las cosas. El mundo en el que vivimos hoy es diferente y la coalición Arcoiris es una fuerza política válida y vibrante”.

De esta forma presenta Tony Harlow –Presidente de Warner Elektra Atlantic, responsable de esta compilación y autor de las notas interiores- un disco que parte del movimiento Freak Left y la contracultura, y que lleva a cabo un ejercicio similar a la famosa regla de los seis grados de separación, reduciéndolo en su caso a sólo uno.

Es lo único que Harlow necesita en sus textos para conectar a toda una serie de artistas de diferentes partes del mundo, con relevancia histórica muy distinta y que a lo largo de aproximadamente una década jugaron a imaginar que otro mundo era posible.

Y en ese saco caben desde iconos contraculturales como el beatnik Allen Ginsberg y Timothy Leary (el padre del LSD), de los que escuchamos sus voces, a Grateful Dead –la banda psicodélica por excelencia-, los Hawkwind de la era cósmica, Yoko Ono en su vertiente más experimental, los politizados The Fugs, bandas de folk psicodélico británicas como The Incredible String Band o maravillosas anomalías como Brigitte Fountain o Gong.

Eso en el lado de los nombres consagrados, aunque en el disco también hay cabida para bandas mucho más oscuras como Captain Matchbox Whoopee Band, Hapshash & The Coloured Coat o Witthüser & Westrupp. El conjunto de todos ellos termina conformando una recopilación cuanto menos curiosa.

Etiquetas
stats