'Streamer', el nuevo trabajador cultural explotado: “Si descansas, el algoritmo te penaliza”
En sus directos en el canal Twitch, Jen Herranz no se ha especializado en nada concreto, hace de todo un poco. El otro día desarmó un furby, una mascota electrónica de peluche. “Pero también hablamos de salud mental, hacemos puzzles y, claro, también tratamos temas políticos. Soy muy roja, rojísima, y en mis directos tolero todo tipo de comentarios salvo los fascistas”, dice por teléfono después de días tratando de cuadrar en su agenda unos minutos para poder conversar. Tiene siete trabajos —entre ellos cuenta el de presentadora, guionista, podcaster, etc— y se define como comunicadora y creadora de contenido especializada en videojuegos y tecnología. Y a ella le debemos la frase que da sentido a este artículo: “Si descansas, el algoritmo te penaliza”.
Jornadas maratonianas de directos de lunes a domingo, de unas diez horas al día, para ganar a fin de año unos 25.000 euros. Ese es el perfil del streamer medio, el mayoritario. Esa es la cruda realidad del nuevo trabajador cultural que ha nacido con las redes de YouTube o Twitch, donde obtiene beneficios bien por publicidad, bien por suscriptores. Pero esos ingresos tampoco están regulados ni negociados con los trabajadores: las plataformas como Google o Amazon acostumbran a alterar las condiciones de las tarifas de manera unilateral de la noche a la mañana.
La última vez ocurrió en verano, cuando el precio de la suscripción a Twitch pasó de cinco euros a 3,99. La excusa de la multinacional era que necesitaban abaratar la tarifa para aumentar los suscriptores. No ha ocurrido eso. Los creadores de contenido en directo han visto reducidos sus ingresos y, además, están obligados a mantener las mismas horas de producción que su mejor mes antes del cambio de tarifa. Si no lo hacen son penalizados, como explicaba Jen Herranz. Hay quien ha hecho directos mientras dormía para llegar a esas horas mínimas mensuales.
Angustia y desamparo
“Desde entonces nos han bajado considerablemente los ingresos y estamos obligados a hacer unas horas mínimas porque al generar menos beneficios, Twitch compensa si haces esas horas. Si no, estás muerto. No existe negociación, ni comunicación con la empresa. Tenemos conciencia de nuestros derechos como trabajadores, pero ahora mismo no estamos asociados ni nos defendemos como grupo y eso nos hace muy vulnerables. Estamos desamparados ante las empresas”, explica con detalle Borja Pavón, que en 2020 facturó por sus directos sobre videojuegos de aventuras 26.000 euros y tuvo cuatro días de vacaciones. “No puedes descansar más, porque te angustia que al quinto día tus suscriptores hayan desaparecido. Es muy estresante”, añade.
Como vemos, el caso del youtuber millonario que agarra sus capitales y se los lleva a Andorra para evitar el fisco español, son una limitadísima excepción. Un mito. Borja Pavón comenta que los top streamers facturan 140.000 euros al mes. Él, como Jen Herranz, son la clase media de los nuevos trabajadores culturales que se dedican a entretener y están atrapados por unas condiciones laborales bajo mínimos. “Lo que más factura pasa al crear constantemente contenido es tu parte emocional y personal. Es mucho más exigente que ser un presentador al uso, en la televisión, porque estos al menos tienen un guion y una vida propia. Nosotros retransmitimos desde nuestra casa y tu vida entera es parte del contenido. Estás mucho más expuesta. Además, ellos no tienen que tragarse los comentarios en directo”, dice Jen. Como mujer que habla de videojuegos está expuesta a que a cada instante se le reclame el “carné de gamer”.
José Altozano también está en ese grupo del currante medio al otro lado de la pantalla. Ha iniciado movimientos para organizar a sus compañeros y constituir una asociación que proteja los derechos del creador de contenidos en directo. Una SGAE del streamer, capaz de regular, negociar y fijar las tarifas de sus apariciones. Ya se ha reunido con los representantes de la Asociación para el Desarrollo de la Propiedad Intelectual (ADEPI) y trata de entender los entresijos de la gestión colectiva de los derechos de autor. “Necesitamos garantías como trabajadores para desarrollar nuestro trabajo. Nuestros ingresos no pueden depender de los cambios que hagan en el algoritmo porque termina favoreciendo a determinados creadores y penalizando a otros solo por sus contenidos. Por ejemplo, a los creadores de contenido LGTB les cortan las fuentes de ingresos. Queremos vivir de nuestro oficio”, reclama.
Las nuevas estrellas del rock
Él trabaja en Twitch cinco horas al día, de lunes a viernes. Lo combina con sus directos en Youtube. Conclusión: no tiene festivos. Estas dos plataformas tienen el monopolio de los directos y no negocian con quienes los alimentan, los creadores de contenido. Todos los que siguen ahí temen lo que les pasó a otros que han tenido que abandonarlo y volver a sus trabajos tradicionales. “Los youtubers son las nuevas estrellas del rock. La gente ya no quiere crear una banda de rock, sino un canal de YouTube”, dice Altozano. Pero el precio que se paga es muy alto y los beneficios escasos.
Es un oficio tan vulnerable que si cambia el algoritmo y no te favorece, te quedas sin trabajo. Nunca sabes qué puede pasar el siguiente mes: hoy tienes 500 suscriptores y al mes siguiente, 300. Están expuestos a los avatares de las plataformas o a que un bot haya visto algo que cree que incumple alguna regla. Todos los trabajadores consultados tienen estos relatos que mueren en la inestabilidad y Altozano quiere esa asociación de gestión de derechos colectiva para negociar con las grandes empresas y marcar unas condiciones laborales mínimas de sus asociados.
“Hay que repensar el oficio. Acabamos de nacer pero no podemos seguir en esta explotación. Durante un tiempo se nos ha visto como chavales que se dedican a entretener. Ya es hora de que se nos vea como trabajadores con derechos. En ninguna empresa se le baja el salario a sus trabajadores un 20% y no pasa nada”, cuenta Altozano que en unos meses espera tener cerrados unos estatutos de la asociación para debatirlos y presentarlos al Ministerio de Cultura.
Y la censura...
En la defensa de las condiciones dignas de este oficio tiene un papel destacado la libertad de expresión. Jordi Maquiavelo ha sufrido la censura de Twitch tras ser denunciado por Warner Internacional por utilizar sus películas en sus directos. Lo que no sabía la empresa multinacional es que había llegado a un acuerdo con Warner España para promocionarlas. No importó. Fue denunciado y la plataforma le cerró el canal. “Fue un despido improcedente. Me he quedado sin trabajo y no he podido defenderme. Seis meses después sigo sin canal y sin una explicación”, comenta a este periódico. Ahora trabaja en Youtube. Antes hacía diez horas diarias en Twitch y cobraba 1.200 euros mensuales.
“No hay organismo que nos defienda. Todo está en manos de las empresas y nosotros no tenemos protección. Mi caso no es único. Hay muchos más. Estar baneado es como estar en prisión, es una cadena perpetua porque tampoco hay otras alternativas a Twitch. Necesitamos asociarnos ya”, resume Maquiavelo la indefensión que les espera cada día en su puesto de trabajo.
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