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“Las suplicantes” recuerdan la lucha milenaria de unas mujeres sin miedo

"Las suplicantes" recuerdan la lucha milenaria de unas mujeres sin miedo
Mérida —

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Mérida, 18 ago (EFE).- Esta noche “Las Suplicantes” han puesto el broche final al Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, llevando a escena una lucha que se ha mantenido latente a lo largo del tiempo, llegando hasta una sociedad que lamentablemente, 25 siglos después, aún se plantea en algunas partes del mundo si las mujeres deben decidir sobre su propio cuerpo.

En la última obra de la 67 edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida, donde ha debutado la actriz María Garralón, este grupo de mujeres batalladoras ha huido de su hogar para poder sobrevivir, un planteamiento que conecta a través del tiempo con las imágenes que el conflicto de Afganistán nos trae, donde las mujeres afganas se enfrentan una vez más a la rabiosa actualidad que imponen los hombres.

Bajo la dirección de Eva Romero, las Danaides o hijas de Dánao (Cándido Gómez), capitaneadas por Carolina Rocha, se han tenido que enfrentar a la dominación irracional de un mundo gobernado por unos hombres que delimitan sin pudor los bordes de la realidad en la que viven, y de la que se ven obligadas a huir para suplicar asilo político al Rey de Argos, representado por David Gutiérrez.

El único delito por el que huyen de Egipto estas “mujeres de carne invisible” es el de ser mujer, ya que por ello, se ven obligadas a contraer matrimonio con sus 50 primos, quienes las persiguen hasta la costa de Argos, y donde ellas han pedido a su rey que las proteja de estas “serpientes”.

Ellos finalmente se marchan persuadidos por las palabras de “un rey sensible, humilde que defiende la libertad de las mujeres”, es por ello que el pueblo de Argos decide así concederlas “el derecho humano de asilo”.

Debido a una guerra inútil que enfrenta a las ciudades de Argos y Tebas, y en la cual el rey de Argos pierde a sus mejores soldados, un grupo de madres viaja a Atenas con ramas de olivo en la mano izquierda para suplicarle al rey Teseo (Valentín Paredes), que intermedie en el conflicto para que el rey de Tebas las deje enterrar los cuerpos de sus hijos.

Estas mujeres sufridoras se tendrán que enfrentar “a la cadena perpetua de ya no ser madres”, aún así, anhelan con toda su alma poder cubrir el pecho de sus hijos con “un puñado de tierra”, y quizás darles “un último beso”.

Algo que irremediablemente recuerda a la frustración vivida por muchas familias durante la pandemia que no pudieron despedirse de sus seres queridos, o a la de aquellos que murieron en la Guerra Civil Española y que hoy día aún siguen desaparecidos.

“Mi desgracia es ser árbol de ramas cortadas, malditas sean todas las guerras”, lamentan.

Ante la negativa, Teseo lanza su ejército contra el de Tebas dando lugar a una batalla en el que el rey ateniense se hace con la victoria, habiendo rechazado la oportunidad de saquear Tebas, ya que éste no buscaba ningún tipo de venganza, sino justicia para las madres de los soldados muertos de Argos.

Las madres finalmente consiguen dar una sepultura digna a sus hijos, a los que cubren con sus mantos negros y sus lágrimas.

El desgarrador dolor de estas madres ha sido expresado mediante la potente voz de la cantaora Celia Romero, que como si de la diosa Ceres se tratase, a cubierto con su manto el Teatro Romano de Mérida.

Lamentablemente, 25 siglos después, esta obra sigue teniendo ciertos paralelismos con la actualidad, y es que el mundo nuevamente se enfrenta a un conflicto migratorio en el que muchos se ven empujados a cruzar mares para encontrar un sitio mejor, al igual que nuestras Suplicantes, asimismo, en sitios como Afganistán, las mujeres siguen reclamando el derecho a decidir.

Una vez más, un clásico del Festival de Teatro Clásico de Mérida ha puesto de manifiesto lo mucho que le queda por aprender al mundo sobre empatía, sororidad y justicia.

Mario Ramos

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