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¿Libros gratis o renovación pedagógica?

Chus Villar

Xarxa Llibres, una de las actuaciones estrella de la Conselleria de Educación, es una apuesta valorable por la gratuidad de la enseñanza, aunque como medida para propiciar la extensión de bancos de libros debería haberse acometido de otra forma. En el actual modelo, se deja a la elección de las familias el participar o no en el banco, ya que una vez recibida la primera ayuda, son estas quienes deciden si llevan o no el material a final de curso al centro para obtener la segunda, cuya cuantía será dependiente de su estado de conservación. Así, en muchos casos los propietarios pasarán los libros a otro alumno de forma privada o, dado su deterioro, pensarán que no merece la pena entregarlos.

Una mejor opción hubiese sido que la Conselleria, sin necesidad de implicar a otras administraciones, comprase los libros de texto, que pasarían a ser propiedad de los centros, para iniciar el banco, o que se hiciese cargo de la renovación de ejemplares en aquellos colegios e institutos que ya cuentan con un sistema de reutilización. De este modo, el material formaría parte de una biblioteca de aula y permanecería en el centro, aunque podría ser llevado a casa para la realización de determinadas tareas.

En cualquier caso, siendo los bancos un modelo más económico y ecológico que el de comprar cada curso los libros, opino que la verdadera innovación necesaria debería ser un sistema en el que el libro es sólo un material de consulta, de forma que no sea necesario que en cada asignatura se siga el programa marcado por la editorial de turno, sino que sea el docente quien programe la materia dentro de una planificación de centro con material curricular propio y diverso.

Llama la atención que incluso en Infantil, donde no existe un currículum tan delimitado como en Primaria, la mayoría de centros se decanten por el empleo de libros de texto, que además no pueden reutilizarse en un banco, puesto que es un material que se pinta, se recorta, se pega… Las familias con hijos en esta etapa no acceden a ninguna ayuda puesto que no es obligatoria, pero la realidad es que la inmensa mayoría de niños se escolariza en ella. Por lo tanto, aparte de las cuestiones pedagógicas, el uso de materiales propios supondría un ahorro para los padres.

La programación del curso sin uso de libros es una tarea ardua para el profesorado, pero lo sería menos si viniese apoyada de forma decisiva por la Conselleria a través de cursos de formación y programas en los que se estableciese un modelo guía.

En realidad, ya existen centros que trabajan de esta forma, como las llamadas comunidades de aprendizaje, en las que la enseñanza se basa en la interacción y la cooperación; la participación activa de las familias; grupos reducidos de alumnado agrupados de forma heterogénea por niveles de aprendizaje, cultura, género, etc.; la resolución dialogada de conflictos; la formación de docentes y padres... Este modelo tiene su base en estudios científicos realizados por las universidades, que hacen un seguimiento de las comunidades.

Cuando hablo de sistemas educativos innovadores, lo hago desde la experiencia propia como alumna, ya que participé en las décadas de los 80 y 90 en la Reforma Experimental de las Enseñanzas Medias puesta en marcha por el gobierno socialista, que abarcaba desde el entonces 6º de EGB hasta el final de la Secundaria. En este sistema los alumnos son una parte activa del proceso de aprendizaje, que incluso decide contenidos para trabajar y formas de hacerlo, con lo que se implica mucho más. Las materias de estudio están interconectadas, de forma que un proyecto puede abarcar diversas áreas, y se parte de la realidad cercana del niño. Por ejemplo, recuerdo un proyecto en el que trabajábamos sobre un gran parque de la ciudad, lo que nos permitía estudiar su botánica, su fauna, sus museos de diverso contenido, la orientación con brújulas y mapas, el dibujo, etc.

Nosotros mismos diseñábamos y realizábamos experimentos para comprobar la realidad de los objetos de estudio, pues nos basábamos en un modelo de hipótesis y de ensayo-error. Así, por ejemplo, se nos planteaba por qué las hojas de las plantas eran verdes y los alumnos, de forma cooperativa, como en un equipo científico real, decidíamos una repuesta inicial y cómo íbamos a chequear si era cierta o no.

La creatividad era fundamental en todos los campos, en el científico pero también en otros como el artístico. Las clases de lengua y literatura no eran un cúmulo de teorías gramaticales y de fechas y nombres, sino una experimentación con las palabras, desde un enfoque comunicativo.

Algunos críticos de la vieja escuela decían que los alumnos de la llamada “reforma” teníamos “menos nivel”, pues pretendían medir el éxito educativo recurriendo a los conocimientos enciclopédicos. No importaba tanto el dato, el llegar al final de un programa determinado, sino adquirir las herramientas para saber cómo estudiar y cómo acceder al conocimiento; dónde buscar información, cómo sintetizarla, cómo presentarla, y siempre con sentido crítico.

Desconozco por qué aquel modelo no se extendió a la totalidad de los centros, pues ese era el objetivo, pero supongo que el cambio de gobierno no ayudó, pues la derecha española no está por la innovación pedagógica; baste como muestra la nefasta y retrógrada LOMCE.

La renovación metodológica, tecnológica, la formación docente y la mayor inversión en recursos materiales y profesionales es el objetivo que debemos marcarnos. Que los libros nos salgan gratis no está mal, pero el reto que tenemos por delante para lograr la calidad y el éxito educativo requiere mucha más ambición.

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