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Los buscadores de oro que sobreviven de mina en mina en Senegal: “Nunca es suficiente”

Un niño de 13 años camina junto a su jefe cerca de Kédougou, en Senegal, hacia las minas en el vecino Malí, en una imagen de archivo.

Kaamil Ahmed

Kédougou (Senegal) —
27 de septiembre de 2022 23:23 h

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En una escala en Mali de camino a Libia, Bakary Jammeh abandonó sus planes de subirse a una barca para migrar a Italia. Allí tenía un hermano, pero Jammeh se convenció de que podía cancelar el encuentro y volver en busca de oro.

Jammeh había conocido a un senegalés con el bolsillo lleno de dinero en efectivo y 15 gramos de oro. El hombre era de Kédougou, una región al sudeste de Senegal, donde pueblos con una larga tradición de búsqueda de oro se están transformando poco a en grandes ciudades mineras.

Esta región al borde del río Gambia está repleta de recolectores de oro de distintos puntos de África Occidental. En su mayoría, granjeros que buscan encontrar una pepita de oro para transformar sus vidas. Pueblos como Bantako, donde trabajó Jammeh, ahora son asentamientos incontrolables de miles de personas donde los mercados venden picos, cascos y aguardiente casero junto con objetos de necesidades diarias. 

Pero rara vez se encuentran riquezas, y Jammeh, originario de Gambia, sigue buscando su fortuna 15 años después de haber descendido por primera vez a los pozos cavados en los matorrales despejados de Bantako. La mayoría de los mineros pueden pasar semanas e incluso meses entre pequeños descubrimientos. Y pocos se van. Unas migajas de oro, con las que se pueden costear un par de semanas de comida, los mantienen allí. Rara vez proporciona una salida permanente de la pobreza. 

Cómo funciona

Una vez, la suerte empujó a Jammeh a encontrar 85 gramos de oro, que le regaló directamente a su madre. Él es el “jefe” de uno de los pozos mineros, donde se pasa el día bajo una lona estirada, supervisando la ensayada rutina por la que jóvenes se introducen 15 metros en los pozos para fracturar las rocas que hay debajo. Las trizas de las rocas se colocan en bolsas de arroz reutilizadas, que luego son trasladadas por hombres a través de grandes poleas. 

Cada botín se arroja sobre una pila que se eleva junto al pozo. Las mujeres son las encargadas de triturarlas para formar piezas más pequeñas. Luego, unas máquinas las muelen aún más, facilitando el rastreo de cualquier posible destello de oro. 

Nadie cobra un salario. Una porción de las rocas se entrega al fundador de la mina, a sus asistentes y al jefe del pozo. El resto se divide entre los trabajadores, que lo distribuyen en casa con la esperanza de encontrar algo para vender. 

Compartir recursos

Jammeh dice que la supervivencia depende de la unión del equipo, del grado en que los compañeros se apoyen entre sí y compartan sus recursos. 

“Uno sobrevive con lo que encuentra aquí. Si tienen un buen líder, los trabajadores aquí disfrutarán [de la vida]. Depende de tu corazón. Todos podemos sufrir aquí, sin comida, sin agua, nadie viene a darnos unas monedas para comprar agua, pero podemos sobrevivir si compartimos lo que tenemos en nuestros bolsillos”, dice. 

La minería artesanal creció con rapidez en Kédougou desde principios de los 2000, tras la llegada de compañías de minería industrial con incentivos a la inversión por parte del Gobierno. En su momento era una forma para que la gente consiguiera un suplemento para sus salarios. Pero la subida en los precios del oro llevó a los granjeros en dificultades a buscar basar su sustento en la búsqueda del mineral, en especial aquellos llegados desde el exterior. 

Las minas operan casi constantemente, desde la mañana hasta después de la medianoche, y los trabajadores muchas veces realizan dos turnos por día. Casi no salen de Bantako, y solo se van a sus casas un par de semanas para las festividades religiosas o cuando la lluvia vuelve imposible trabajar. 

“Es muy difícil”

“Aquí no hay solidaridad, es un lugar egoísta”, dice Hawa Cisse, quien llegó al pueblo con su esposo en 2012. “Si tienes dinero, la vida puede ser buena aquí, pero si no, es muy difícil. Lo único que puedes hacer es coger estas piedras y buscar oro, aunque sea poco, para seguir adelante”, asegura.

“Pero la vida también es difícil en casa, así que no quiero volver. Allí no se puede ganar nada. Solo si consigo dinero suficiente, volveré allí para empezar un negocio”, continúa.

El único propósito en Bantako se evidencia en el sonido constante de los picos partiendo rocas y el zumbido de las correas de los motores de las máquinas trituradoras. Los hombres que las manejan se pasan el día en medio de una permanente nube de polvo, en talleres con paredes de chapa donde también guardan barriles de sustancias peligrosas como el mercurio, que se usan para acelerar el proceso de separar el oro. 

Problemas de salud

Según Paulin Maurice Toupane, un investigador basado en Dakar del Instituto de Estudios de Seguridad, en las minas de oro de Kédougou se usan 3,9 toneladas de mercurio por año, lo que contribuye a la deteriorada salud de sus mineros. El mercurio puede causar debilidad muscular y problemas en la vista y la audición. 

Toupane dice que, si bien el oro produce importantes ganancias en la región -4,2 toneladas, por un valor de 86.600 millones de francos CFA, o 111 millones de libras, en 2018-, también contribuye a la deforestación y el daño del suelo, y pone en riesgo la seguridad alimentaria. 

“La comunidad local abandonó la agricultura y la pesca para involucrarse en la minería artesanal, y eso pone en riesgo la seguridad alimentaria”, asegura. “También hay un vínculo con el tráfico de personas y de drogas, y a veces con la violencia”, apunta. Toupane añade que la minería debe estar regulada y recibir mayores inversiones del gobierno. 

Mientras tanto, Jammeh cree que las minas seguirán creciendo, y que llegará más gente de la que salga. Pocos, dice, se dan por satisfechos con lo que encuentran. “¿Pensar que tengo suficiente? No. Podría haberme ido hace mucho tiempo, pero aún necesito más. Tengo 1.000. Necesito 2.000. Tengo 2.000, necesito 4.000. Es la naturaleza humana. Está en nosotros”, dice. 

“Hay mucha gente aquí que tiene suficiente pero no tienen una buena perspectiva, la de irse a su país y construir una casa. Se compran una nueva motocicleta, una botella, se llevan una mujer a casa y disfrutan el dinero. Después se les acaba [el dinero]. Entonces venden la motocicleta y vuelven a empezar”, indica. 

Traducción de Patricio Orellana

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