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Dentro del mayor centro de detención de adolescentes migrantes de EEUU: “El clima es el de una cárcel”

Denuncian miles de abusos sexuales a menores no acompañados en la frontera de EEUU.

Richard Luscombe

Homestead - Florida —

Ni siquiera el rugido ensordecedor de un avión a reacción F-16 volando bajo en el cielo de la base aérea cercana a Homestead logra distraer a los adolescentes de su partido de fútbol. Es su preciado último momento al aire libre antes de que les obliguen a hacer fila y volver a entrar, escoltados y observados por guardias uniformados, a las tiendas de campaña gigantes que albergan improvisadas aulas aquí, en el sur de Florida.

Son niños que han quedado en el limbo legal, bajo la custodia del gobierno estadounidense, tal y como declaró el miércoles en Washington la secretaria de Seguridad Interior, Kirstjen Nielsen, al referirse a las duras políticas de inmigración y el aumento de migrantes que intentan entrar a Estados Unidos. Los migrantes tienen entre 13 y 17 años y provienen de países como Guatemala, Honduras y El Salvador. Han recorrido un peligroso camino desde sus países de origen, en muchos casos solos, para llegar a la frontera sur de EEUU.

Fueron arrestados por agentes fronterizos al pisar territorio estadounidense y llevados a lo que se describe como un refugio temporario de 20 hectáreas en Homestead, a unos 48 kilómetros al sur del centro de Miami. Allí debían esperar a reunirse con familiares o guardianes que ya residían en Estados Unidos. O, en casos menos frecuentes, para ser enviados a su país si no encuentran a nadie que los reciba.

La presencia del campo, el más grande de este tipo en EEUU, es polémica. Tanto activistas como algunos políticos denuncian que en estas instalaciones con 1.700 camas y un régimen de tipo militar se vive en “un clima de cárcel”, enmarcado en el tipo de vida que deben llevar los menores de edad que sufren las duras políticas migratorias de Donald Trump.

Mientras tanto, los directores de este campo de gestión privada dicen que esa descripción es “descorazonadora” e insisten en la denominación oficial de “centro de alojamiento temporal para niños migrantes no acompañados”. “Este no es un centro de seguridad, es un refugio”, argumentó la directora de programas del campo, que no quiso ser identificada por su nombre por miedo a que manifestantes empiecen a aparecer en la puerta de su casa. “Aquí no obligamos a los niños a nada”.

Aún así, la directora reconoció que los niños no pueden abandonar el campo, que se encuentra escondido de la vista del público por cercas y custodiado por guardias armados. No a menos que sea para irse con un guardián, un representante consular o custodiados por ICE, la agencia de seguridad de inmigración y aduanas de EEUU, cuando cumplen 18 años. “¿Dónde va a ir un niño de 13 años?” se preguntó la directora, una empleada civil de Comprehensive Health Services, que es la empresa de Florida contratada para gestionar el centro. “Se pondrían en peligro”.

Viven bajo el más estricto control

Cuando la semana pasada The Guardian visitó el campo, invitado por el Departamento de Sanidad y Servicios Humanos de Estados Unidos (HHS), residían allí 1.621 niños, de los cuales un 70% eran varones. Todos habían llegado a la frontera de forma independiente y no habían sido separados de familiares. HHS afirmó que hace poco habían recibido la orden de aumentar la capacidad de alojamiento del campo a 2.350 camas.

La población del centro varía día a día, aseguró Mark Weber, portavoz de la secretaría de servicios humanos del HHS, y afirmó que el día previo a la visita de The Guardian ingresaron 238 niños y 241 salieron de él.

Los adolescentes duermen en dormitorios dentro de la residencia de un campus del Departamento de Trabajo en desuso. Pasan los días en clase, aprendiendo inglés, leyendo, escribiendo, estudiando matemáticas, artes, manualidades y ciencias. Reciben platos calientes y refrigerios tres vees al día. El día de la visita, el menú incluía pescado, arroz y alubias. The Guardian no pudo hablar con los niños, pero un joven sonriente aseguró que la lección de mates era fácil, mientras que otro saludó con el pulgar en alto y dijo que la comida era buena.

Hay tres campos de fútbol y además otros de vóleibol y baloncesto. Se organizan eventos y competiciones, como el juego de tirar de la cuerda y carreras. Las áreas comunes tienen pantallas gigantes para ver películas y jugar con consolas Xbox, que pueden ser utilizadas los fines de semana y como premio por buen comportamiento, dijeron a The Guardian.

Si bien puede sonar a que el ambiente es similar al de un campamento de verano para estudiantes, hay muchas cosas que nos recuerdan que no es así. Entre los dibujos de los niños pegados en las paredes hay carteles sobre el procedimiento para denunciar abusos sexuales -que nos recuerdan que el mes pasado se denunció que miles de niños migrantes habían sufrido abusados mientras estaban bajo la custodia del gobierno de EEUU. La directora de programas insistió en que no hubo ningún incidente en Homestead en los 12 meses que lleva funcionando el centro.

Está estrictamente prohibido tocar a otra persona, lo cual significa que incluso si un niño abraza a su hermano, puede ser amonestado y recibir medidas disciplinarias. Todos los niños deben despertarse a las seis de la mañana, los siete días de la semana. Las luces se apagan a las diez de la noche. Son supervisados las 24 horas del día desde un centro de control gracias a unas tarjetas inteligentes que llevan colgadas del cuello y que deben escanear cada vez que cambian de ubicación.

No tienen acceso a móviles ni a Internet. Las llamadas telefónicas personales, que los directores aseguran que no son escuchadas, se limitan a dos llamadas de 10 minutos a la semana.

Dos meses de reclusión

El tiempo de estadía promedio de los niños es de 58 días, tiempo durante el cual los trabajadores sociales intentan ubicar e investigar a posibles guardianes. Si bien el acuerdo de Flores de 1997 estableció en 20 días el tiempo límite de detención de niños migrantes, Homestead no está obligado a cumplir ese plazo por haber sido denominado como refugio temporario en vez de un centro de detención permanente.

Las manifestaciones a las puertas del refugio son diarias. “Este centro es como el Tornillo, pero en Florida”, afirmó Joshua Rubin, un activista que pasó semanas en las puertas de un refugio para niños migrantes similar a éste en Texas hasta que lo cerraron en enero, dos meses después de que saliera a la luz un informe que denunciaba “importantes compromisos a la salud y la seguridad de los menores” en el polémico campo. “Esto es exactamente igual: un centro de migrantes en territorio federal que se salta las leyes locales. Es un centro ilegal”.

Según los grupos de activistas que han denunciado legalmente al gobierno de Trump, hay temas más oscuros en torno a la detención de niños migrantes a manos del Gobierno. El Southern Poverty Law Center dijo que había descubierto evidencia de que la oficina de reasentamiento de refugiados de EEUU estaba compartiendo proactivamente con ICE la información que obtuvo durante el proceso de reunificación de familias, utilizando a los niños como carnada para identificar a los tutores en situación irregular.

“La información que obtienen de las familias o patrocinadores la comparten con ICE, así como información sobre cualquier persona que viva en la misma casa que esa familia”, dijo Saira Draper, una experimentada abogada del SPLC. “Lo sospechábamos desde un principio, pero lo comprobamos cuando obtuvimos una nota filtrada que aseguraba que esta política del gobierno se está utilizando para desalentar la inmigración”.

“El hecho de que se pueda deportar a un guardián y un niño quede detenido más tiempo no es un efecto colateral desafortunado, sino que es el propósito de esta política”, añadió.

El impacto de un encierro tan prolongado puede ser extremadamente dañino para los niños, según Shani King, director del centro para niños y familias de la Universidad de Florida. “El Gobierno no sirve para criar a niños”, dijo. “El mero hecho que estos niños no sepan cuándo volverán a ver a sus familias ya es obviamente traumático para ellos. E, incluso cuando son liberados, pocos reciben la asistencia necesaria para compensarlos por el fracaso inicial del sistema”.

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