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Expulsadas de EEUU y separadas de sus hijos por una frontera

Elizabeth prepara la comida para sus compañeros de albergue / Foto: J.P. Martínez

José Pedro Martínez / Celia Zaragoza

Tijuana (México) —

Yolanda pasó las últimas horas del 2010 desnuda en la garita fronteriza de la ciudad mexicana de Tecate, después de un encontronazo con agentes de aduanas que terminaron rompiendo su visa de turista cuando se disponía a pasar con normalidad el puesto de control. “Me tocaron en todos los lugares en los que creían que podría llevar algo escondido, me trataron como si fuera una narcotraficante”.

Una oficial le apretó las esposas con saña y en el camino al autobús de traslado a Tijuana le dislocó un hombro. Tras dos días recluida en una hedionda celda llena de mujeres de diversas nacionalidades, le dieron un papel de deportación y una expulsión instantánea a México, de donde había salido 17 años atrás. Desde entonces, no ha vuelto a ver a su hija, que se quedó en San Diego esperando que alguna de las dos regularizara su situación legal.

Elizabeth, migrante guatemalteca, y sus dos hijos también están atrapados en Tijuana desde hace dos meses. Esta madre soltera espera a obtener un visado que le permita cruzar la frontera con sus pequeños, nacidos durante los siete años que vivió indocumentada en Estados Unidos. Mientras, viven en un refugio junto a unos cuarenta hombres deportados y a otra mamá y sus tres retoños. “Después de tener a mis niños salí para ver a mi madre por última vez, que estaba muriendo de cáncer en Guatemala. Ahora no puedo regresar aunque ellos tengan la ciudadanía”.

Como ellas, miles de mujeres están siendo separadas de sus familias víctimas de las políticas migratorias, dejando a sus hijos en Estados Unidos. En México inician un proceso burocrático largo, costoso y casi siempre infructífero para conseguir un visado. La batalla legal es demasiado difícil incluso para los progenitores de ciudadanos norteamericanos, por lo que Elizabeth busca la forma de enviar a los menores a Los Ángeles para contratar a un pollero que la cruce por el desierto.

La separación forzosa de familias causa un profundo impacto en los menores, que deben salir adelante viviendo solos o con otros parientes. Las madres, por su parte, se enfrentan al aislamiento, depresión y ansiedad constantes de no estar criando a sus hijos y no tener la capacidad económica para mantenerlos adecuadamente, a lo que se suma una absoluta falta de apoyo institucional. En torno a 35 de estas mamás en situación de abandono formaron el grupo Dreamers Mom’s USA-Tijuana, que les sirve para compartir sentimientos y coordinar acciones de asesoramiento y protesta.

En Estados Unidos vive toda una generación de jóvenes en situación de exclusión y desigualdad social porque, al nacer al sur de la frontera, carecen de documentación legal. Son los hijos de migrantes latinoamericanos que llegaron al país de la mano de sus padres siendo muy pequeños. Pocos conservan recuerdos de su pasado en México o Centroamérica. Conocidos como Dreamers, han vivido toda su vida como estadounidenses y llevan años exigiendo el reconocimiento de su ciudadanía.

Los Soñadores lograron la creación del programa DACA (Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, por sus siglas en inglés), que les permite trabajar mientras están estudiando e iniciar durante este periodo el proceso de obtención de visado. Sin embargo, este marco jurídico se queda corto por la complejidad de cada caso concreto. Las Dreamers Mom’s luchan por su incorporación a este programa, de forma que no puedan ser deportadas mientras sus hijos sean estudiantes.

Con unas dos millones de deportaciones efectuadas durante su gobierno y dos legislaturas desperdiciadas para lograr la aprobación de la Reforma Migratoria prometida, Barack Obama ha perdido el respaldo del voto latino. Esta ha sido la principal razón del triunfo del Partido Republicano en las recientes elecciones, en las que han logrado hacerse con la hegemonía en el Senado y ampliar su representación en la Cámara de Representantes. Pese al varapalo electoral, las Dreamers Mom’s no pierden la esperanza y confían en que de una u otra forma la sociedad estadounidense superará los prejuicios raciales y la posición inmovilista de la derecha. El mismo Obama ha vuelto a prometer que realizará “acciones legislativas concretas” sobre migración antes de que acabe el año.

Compañeras en la lucha, madres en el sentimiento

Las Dreamers Mom´s comparten el miedo y el desconocimiento por el bienestar presente y futuro de sus hijos, el temor ante los peligros a los que se enfrentarán para volver a reunirse con ellos y la desesperación por el tiempo que tendrán que esperar hasta lograrlo. Muchas de ellas también tienen en común un pasado de abusos y violencia intrafamiliar, aunque ni en México ni en Estados Unidos han merecido una consideración especial por ello. Son los casos de Yolanda y Elizabeth, que hace algunos años, mientras vivían en Estados Unidos, interpusieron demandas por agresión contra su ex parejas pero que, hasta el momento, no les ha servido para que la Corte permita su reingreso en el país.

“Trabajé con visa de turista y lo calificaron como fraude. Me castigaron como si hubiera llevado drogas o matado a alguien. Mi único delito fue trabajar y sacar a dos niños adelante yo sola”, afirma Yolanda, coordinadora de las Dreamers Mom’s USA-Tijuana desde mayo de 2013 y que continúa luchando por su caso con los escasos recursos que tiene. Pero la espera se hace demasiado larga cuando ve que sus hijos están creciendo sin ella. “Yo voy a regresar con ellos, tengo que hacerlo. Mucha gente me dice que me quede, que ya son grandes, pero no me importa. Son lo único que tengo y no me voy a quedar aquí. Tarde o temprano, si no es de una manera será de otra, pero voy a regresar”.

Las leyes y trabas burocráticas son, si cabe, más duras en México, especialmente para los migrantes de origen centroamericano. Después de regresar a Guatemala para enterrar a su madre, Elizabeth tardó tres meses en atravesar México junto a sus pequeños de 4 y 6 años subidos en “la Bestia”. Durante el trayecto, fueron asaltados por un grupo armado del cártel de los Zetas que le robaron los documentos y lo poco que traían consigo.

Ya en Tijuana, se encuentra estancada en un laberinto jurídico entre tres países: tras perder sus identificaciones durante el viaje, no tiene forma de demostrar que los niños son suyos y tampoco tiene pasaporte guatemalteco ni visado de turista en México. Ahora, el principal objetivo de esta madre soltera es recuperar la documentación estadounidense de sus hijos a través del consulado de la ciudad, pero tiene miedo de que el gobierno se quede con la custodia y que ella sea deportada.

Obligada a casarse con su pollero

Gladis dejó a sus tres hijos en Guatemala y atravesó México con la esperanza de iniciar una vida mejor para ella y su familia en California. Una vez en Tijuana, fue secuestrada durante meses por su pollero, con quien terminó casándose en contra de su voluntad. Fruto del matrimonio forzado quedó embarazada de dos niñas (que nacieron en Estados Unidos por exigencia del padre), y de otros dos niños. Un largo historial de malos tratos hacia ella y los menores culminó con el secuestro de las dos pequeñas, a quienes lleva buscando doce años sin ayuda de las autoridades mexicanas.

Aunque denunció el secuestro y desaparición en numerosas ocasiones ante el DIF (Desarrollo Integral de la Familia, servicios sociales en México), procuradurías y juzgados, todas y cada una de sus llamadas de auxilio fueron rechazadas. “El Delegado de inmigración me dijo que me callara, que los extranjeros solo íbamos a molestar”. Ahora, su única opción es armarse de paciencia hasta conseguir un visado que le permita entrar a Estados Unidos, donde cree que se encuentran.

Tijuana no dispone de suficientes albergues para atender las demandas de la enorme población migrante, los Servicios Sociales no cuentan con verdaderos programas de actuación y aún existen menos recursos para mujeres y menores. La falta de planificación del gobierno mexicano para la recepción de las decenas de personas que son diariamente deportadas es claramente visible en la frontera. “Cuando me sacaron no había nadie fuera que me dijera dónde podía acudir o qué podía hacer. Llamé a una amiga que vivía en Tijuana. Gracias a ella no me quedé en la calle”, explica Yolanda sobre su reingreso a México.

Estas historias ilustran cómo las mujeres migrantes, que escapan de la pobreza y la violencia de sus países, se enfrentan a los peligros de una tierra desconocida, donde son acosadas por autoridades y grupos criminales y sufren la vulneración de sus derechos más elementales por carecer de cualquier forma de protección gubernamental.

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