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Cuatro historias que explican por qué India es uno de los peores países para las mujeres

Vanita trabajando en el taller de artesanía e incapaz de contener las lágrimas durante la entrevista. / Zigor Aldama

Zigor Aldama

Vanita sufre una discriminación triple: por su discapacidad física, por pertenecer a una minoría tribal, y por ser mujer. El suyo es un drama que refleja bien los diferentes obstáculos a los que se enfrentan las mujeres de India, un país en el que son discriminadas incluso antes de nacer. No en vano, la popularización de la tecnología para determinar el sexo de un feto ha hecho que haya quien se gana la vida en las zonas rurales con un equipo de ecografía que lleva de casa en casa, en busca de embarazadas. Si descubren que en el vientre se gesta una niña, muchas son forzadas a abortar.

Así, mientras en el mundo nacen de media 106 varones por cada 100 mujeres, en el país hindú ellos son 112. Se estima que en las últimas tres décadas 12 millones de niñas no han llegado a nacer por esta práctica del feticidio. Afortunadamente para Vanita, que ahora tiene 21 años y cuatro hermanos, sus padres no supieron cuál sería su sexo cuando se guarecía en el útero. Su verdadera pesadilla se pospuso hasta que cumplió los 15 años.

“Fue cuando murió mi madre. Tuvo un accidente en un auto-rickshaw (triciclo motorizado utilizado a modo de taxi) que volcó, y no pudieron salvarla”, recuerda entre sollozos. “Mi padre solo tardó tres meses en volver a contraer matrimonio. Se casó con una hermana de mi madre que me maltrataba y con la que ya mantenía antes una relación secreta. Entonces, todo cambió. Mi padre me dijo que tenía que dejar los estudios y ponerme a trabajar, así que me fui al campo como jornalera, donde me pagaban 100 rupias (1,4 euros) al día. Pero como yo no aprobaba su relación con mi tía, ella decidió quitarme de en medio casándome con otro tío mío, mucho mayor que yo”. La ley india permite estas uniones entre familiares, pero Vanita se negó. Para forzarla, su madrastra dio con una solución demasiado habitual: pidió al pretendiente que la violara para que no pudiese rechazar el matrimonio tras haber perdido la virginidad.

Según estadísticas oficiales, cada media hora una mujer es violada en India. Y estas cifras no incluyen los abusos sexuales que se dan dentro del matrimonio, porque no son considerados delito. Desafortunadamente, muchas veces ni siquiera se investigan los casos que sí están tipificados como crímenes. Se demostró el año pasado, cuando los habitantes del distrito de Badaun, ubicado en el estado norteño de Uttar Pradesh, encontraron ahorcadas a dos primas adolescentes que habían desaparecido la noche anterior. Según contó una de sus madres, iban en busca de un lugar suficientemente apartado como para pasar desapercibidas mientras defecaban, ya que no tenían acceso a un retrete.

El informe preliminar que publicó la prensa local señaló que las dos chicas fueron interceptadas por un grupo de cinco hombres que las violaron repetidamente y que luego, según añadió el examen forense, las colgaron de un árbol de mango hasta provocar su muerte. Sin embargo, la polémica conclusión oficial final determinó que se habían suicidado.

En muchos casos, la Policía acepta sobornos de los delincuentes para no investigar el caso o para llegar a conclusiones erróneas que los exculpen. Y hay ocasiones en las que son los propios agentes quienes ejercen la violencia contra la mujer, sea o no de índole sexual. El último caso se dio el pasado día 6 en el estado de Uttar Pradesh, donde una mujer murió, presuntamente, a causa de las quemaduras que le provocaron varios policías que le prendieron fuego cuando ella se negó a pagarles un soborno. Y no es la primera vez que sucede. Así, el estigma y la desprotección policial y judicial que acecha a las víctimas hacen que muchas ni siquiera denuncien su caso.

La lacra de los abusos sexuales no sabe de edad y tampoco es exclusiva de las zonas rurales. Un estudio reveló en 2011 numerosos casos de niñas de menos de 10 años que fueron violadas mientras buscaban un váter público en las barriadas de la capital, Nueva Delhi. El informe transcribió entrevistas con algunas de sus madres que contaron cómo tenían que enfrentarse a sus atacantes y exponerse a una violencia que puede resultar mortal. Se demostró con el caso que más ha conmocionado al país: el de Jyoti Singh.

Cierto cambio a raíz del horror

Esta joven estudiante de medicina se subió a un autobús en Delhi la noche del 16 de diciembre de 2012 para regresar a casa con un amigo después de haber visto una película en el cine. Los ocupantes del vehículo privado, amigos que habían estado bebiendo, decidieron entonces golpear a su acompañante varón y violarla. No sólo abusaron sexualmente de ella, también le introdujeron una barra de acero por el ano hasta que sus intestinos quedaron al aire. Los tiraron a una cuneta y Jyoti murió tras dos eternas semanas de agonía en un hospital de Singapur.

A pesar de las manifestaciones de rabia que se extendieron por el país, y de la condena a muerte de los acusados mayores de edad, el problema persiste. “No obstante, se evidencia un cambio social derivado de esta terrible historia en el hecho de que cada vez hay más casos que se denuncian”, explica Doreen Reddy, directora del programa de Mujer de la Fundación Vicente Ferrer (FVF) en la ciudad sureña de Anantapur. “Pero hace falta un cambio de mentalidad mucho más profundo en sectores de la sociedad, como la Policía, que son parte intrínseca del patriarcado indio. Ponen reglas a las mujeres pero no a los hombres, y luego las culpan a ellas de los crímenes que sufren”.

Vanita fue afortunada. Se enteró del plan que urdía su madrastra y decidió preservar su dignidad. “Hice polvo las pulseras de cristal que suelo llevar y me lo bebí para suicidarme”, cuenta. En un hospital de la FVF consiguieron salvarle la vida, pero desde entonces su familia le ha dado la espalda. “Ahora me han buscado otro pretendiente. Ya está casado, pero como no tiene hijos puede contraer matrimonio otra vez. Sé que será difícil encontrar a alguien que me acepte con mi discapacidad, pero yo no lo quiero. Es gordo y viejo, así que lo he rechazado”. Vanita sufrió un episodio de fiebre cerebral que le provocó la parálisis en la mano derecha y en la pierna izquierda. No es muy evidente, y apenas afecta a su movilidad, pero en la India rural supone una pesada losa social.

Al fin y al cabo, la mujer es poco más que una mercancía. Y el hecho de que la dote tenga tanta importancia así lo confirma. “Es un gran problema, pero, afortunadamente, entre las mujeres con mayor formación está desapareciendo. De hecho, hay algunas que se niegan a contraer matrimonio si existe la exigencia de la dote. Se da sobre todo en las ciudades, que van muy por delante en lo relativo a los derechos de la mujer, pero confiamos en que se vaya trasladando también al campo”, explica Reddy. “En cualquier caso, lo más importante es lograr que las mujeres sean económicamente independientes. Porque eso les permitirá tomar sus propias decisiones sin tener que depender de una familia que quizá las mantenga deliberadamente malnutridas y sin formación”. Es un objetivo todavía muy lejano, porque ellas suponen sólo un tercio de la población económicamente activa, y ese porcentaje incluso cayó del 37% en 2005 al 29% en 2010.

Por eso, la FVF hace tiempo que diseñó un programa para dar trabajo a mujeres con discapacidad como Vanita, las más vulnerables, que ahora se encarga de producir objetos de artesanía que luego vende la propia Fundación. Su compañera Laxmi Devi es un buen ejemplo de la fuerza que estas mujeres adquieren por el simple hecho de ganar dinero con su trabajo. A ella la polio la condenó a vivir a rastras cuando sólo tenía cuatro años. Era un lastre para su familia, también desestructurada, y en ocasiones sufría discriminación. Ahora, después de tres años trabajando en la FVF, su salario es suficiente como para cuidar de su madre, que sufre una discapacidad mental leve. “Sé que nadie querrá casarse conmigo, pero por lo menos me siento útil”, afirma.

Las mujeres a las que acoge la FVF son la excepción de una sociedad cruel en la que imperan todavía los matrimonios infantiles y el tráfico de personas para la prostitución. Lo sabe bien Suseelamma Nirugutta, que quedó viuda cinco días después de haber dado a luz a su segunda hija. Sin posibilidad de obtener ingresos y en una muestra de excesiva ingenuidad, aceptó la oferta de una mujer que le prometió un trabajo decente en la capital, Nueva Delhi, adonde fue con su hija pequeña, de sólo año y medio. “Nos llevaron a una casa en la que yo trabajaba como sirvienta y en la que me ofrecían alcohol y carne. Soy vegetariana y nunca bebo, así que no acepté”. Pero un día la forzaron, y tres días estuvo con mareos. “Me dijeron que me iban a llevar al hospital, pero acabé en un salón de belleza donde me maquillaron y me dieron ropa sexy. Allí me amenazaron con matarnos a mi hija y a mí si no hacía lo que me decían”.

Nirugutta cayó por el precipicio de la prostitución. Pero no por mucho tiempo. “Durante una redada nos metieron a unas 25 chicas en un cuarto secreto. Como hacía muchísimo calor y apenas se podía respirar, una comenzó a gritar y la Policía nos encontró”. En cualquier otro país, su liberación habría sido motivo de celebración, pero en India no. Nirugutta acabó en la cárcel, donde estuvo encerrada tres años después de que la 'madame' del burdel la acusara de haber traficado con mujeres. Más adelante fue internada con su hija en un centro de acogida, donde conoció a decenas de mujeres víctima de trata, hasta que consiguió probar su inocencia y fue liberada. “Pero no podía regresar a Chinapalli –el pueblo del estado de Andhra Pradesh del que es originaria– porque no tenía dinero, así que pedí a un Policía que me ayudase a encontrar un trabajo para ahorrar durante unos meses y regresar con algo de dinero para que nadie sospechase. Mi familia creía que había muerto”, recuerda.

La losa del matrimonio infantil

La suya es una historia que comparten miles de mujeres, y no siempre tiene un final tan feliz. Una encuesta realizada hace tres años entre 370 especialistas en temas de género apuntó que India es el peor país del G-20 para ser mujer. Las estadísticas dejan claro el porqué: 56.000 mujeres mueren al año dando a luz, muchas son apartadas de la escuela, algo que se hace evidente en la tasa de alfabetización (55% frente al 77% de los hombres), de media ganan un 62% del salario del hombre, y un 57% de los adolescentes (52% en el caso de las chicas) considera aceptable pegar a la mujer, un hecho que aumentó un 7,1% entre 2010 y 2011. Y quien se sorprenda de que las leyes del país no protejan más a la mujer quizá no necesita más que ver la composición del Parlamento para entender por qué: sólo un 11% de los diputados son mujeres.

En gran medida, todos estos males tienen su origen en otro dato escalofriante: en torno al 45% de las niñas contraen matrimonio antes de los 18 años. Navaneetha Harijana habría sido una de ellas si no fuese por la intervención de la FVF, que consiguió detener la boda cuando sólo faltaba una semana para su celebración. Sucedió hace un año, cuando ella tenía 15. Su padre escuchó los rumores de que se había enamorado de un chico y le ordenó dejar de acudir a la escuela para casarla con su tío. Su madre, que también contrajo matrimonio cuando le llegó la primera menstruación y quedó embarazada a los 15, accedió. “Pensé que sería lo mejor para ella, porque así no tendría que preocuparse de ganarse la vida”, comenta Narusamma Harijana.

“Mi marido, además, está preocupado por el tema de la dote, porque cuanto más mayor sea la niña, más dinero hay que ofrecer, y nosotros somos pobres”. También son una familia que ejemplifica bien la media del entorno rural: “Mi marido se emborracha casi todas las noches desde los 17 años, y me golpea a menudo. Si hablo, me pega porque hablo; si callo, me pega porque no hablo. Una vez incluso temí por la vida de mi bebé porque me pateó el vientre”. Al final, después del nacimiento de Navaneetha, decidió aceptar las 500 rupias (7,10 euros) que el Gobierno ofrece como incentivo y se sometió a una ligadura de trompas para evitar más cargas familiares.

Pero el marido, temeroso de un 'matrimonio por amor', se empeñó en casar a la Navaneetha. Ella reconoce que se había enamorado, y que le habría gustado mantener la relación. Pero se lo prohibieron. Afortunadamente, alguien informó a la FVF, y sus cooperantes trataron de convencer a la familia de que no la casaran. Ante la negativa, la chica fue internada en un centro de menores y la Fundación amenazó con denunciar la ceremonia ante la Policía. Porque, aunque parezca mentira, en India la edad legal para contraer matrimonio son los 18 años, dos menos si los novios cuentan con el consentimiento de los padres. Claro que, en lo que respecta a la mujer, una cosa es lo que dicta la ley y otra muy diferente cómo se lleva a la práctica.

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