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De qué huyen los desplazados de Nigeria que viven en campos como el bombardeado “por error”

"Este ataque a gran escala contra personas vulnerables que ya han huido de la violencia extrema es chocante e inaceptable", dice el Dr. Jean-Clément Cabrol, Director de Operaciones de MSF. "La seguridad de los civiles debe ser respetada. Hacemos un llamamiento urgente a todas las partes para que faciliten las evacuaciones médicas por vía aérea o por carretera a los supervivientes que necesitan atención de emergencia ".

Icíar Gutiérrez

Cada escombro del bombardeo que tuvo lugar el pasado martes sobre el campamento de desplazados internos de la localidad de Rann, al noreste de Nigeria, es una metáfora de las vidas golpeadas por la violencia en el país.

El personal humanitario distribuía alimentos a miles de personas cuando comenzó el ataque en este campo situado en el estado de Borno. “La primera bomba cayó a las 12:30 horas e impactó a escasos metros de la oficina de la Cruz Roja. El avión regresó y, cinco minutos después, dejó caer un segundo proyectil. No hay palabras para describir el caos”, describe Alfred Davies, coordinador del proyecto de Médicos Sin Fronteras en Nigeria.

Un portavoz de las fuerzas armadas nigerianas reconoció momentos después que el piloto había confundido a las víctimas civiles con insurgentes del grupo terrorista Boko Haram, presente en la zona.

Como resultado, las estimaciones apuntan a que al menos 90 personas han muerto y más de un centenar han sido hospitalizadas, entre ellas varios cooperantes. Las organizaciones presentes en terreno coinciden en condenar el ataque y en exigir una “investigación completa” de los hechos.

Naciones Unidas calcula que al menos 1,8 millones de nigerianos se han visto forzados a abandonar sus hogares debido a los combates entre el Ejército y Boko Haram, que ha asesinado desde 2009 a más de 20.000 personas en los países de la cuenca del lago Chad (Níger, Nigeria, Camerún y Chad).

Las ONG han alertado en numerosas ocasiones de que a la violencia del conflicto se le suman “las nefastas condiciones de vida” y la “emergencia nutricional” en varias localidades de Borno.

“Quienes han sobrevivido al bombardeo han vivido algo tan duro, tan violento... Rann era su refugio seguro. El Ejército debía protegerlos y en lugar de ello, les bombardeó”, denuncia Davies.

Las historias de Halima, Binta, Samira, Falmata, Aissa o Ya Zara, recopiladas por Save The Children y Médicos Sin Fronteras, son una muestra de las miles de vidas marcadas por la violencia desatada por el conflicto en el país africano. La de los desplazados internos que dejan sus hogares y se refugian en campos como el bombardeado en Rann u otros campamentos desplegados a lo largo del Estado.

Halima, 16 años

Halima tenía 13 años cuando ella y su hijo Ali, de muy corta edad, fueron capturados por un grupo de insurgentes de Boko Haram, según recoge Save The Children. “Mataron a mi padre y a mi marido, ataron a mi madre a un árbol y finalmente le dispararon. Me dijeron que me fuera con ellos. Me resistí, así que me amenazaron con una pistola”, explica Halima a la ONG. Según su testimonio, fue obligada a contraer matrimonio con uno de los combatientes, con el que estuvo casada durante cuatro años.

“Estuve completamente aislada todo el tiempo. No me permitían mezclarme con otras personas. A veces –recuerda Halima– podía estar una semana entera sin comida. Solo podía ir de mi habitación a la letrina. El primer día que vi a otras personas fue cuando fui rescatada”. Finalmente, se quedó de nuevo embarazada. Cuando estaba de ocho meses, le llegó la noticia de que su marido había muerto en los combates. Los militares entraron en el asentamiento y llevaron de vuelta a las mujeres secuestradas, incluida Halima, que dio a luz de inmediato a Fatimah.

Halima reconoce que aún piensa mucho en su experiencia con los insurgentes: “Cuando veo a los hombres acercarse a mí, me asusto. Cuando oigo ruidos fuertes, me da miedo que vuelvan a venir a por mí”. Ahora vive en uno de los campamentos más grandes de Maiduguri, la capital de Borno, que alberga alrededor de 1,5 millones de personas desplazadas.

“En el futuro espero poder alimentar a mi familia. Necesito un negocio, alguna tierra para cultivar o algún trabajo. Espero que mis hijos tengan una educación y estén protegidos de las cosas que me sucedieron a mí”, concluye.

Binta, 50 años

Binta llegó también al campamento de Maiduguri tras huir de la violencia en su localidad en marzo de 2015. “Escapamos de los insurgentes. Llegaron y nos amenazaron. Prendieron fuego a nuestra casa mientras toda mi familia estaba dentro. Éramos unos 20 y logramos escapar corriendo al bosque”, relata.

Cuando llegó a Maiduguri, asegura, no había tiendas y durmieron debajo de un árbol. Ahora trabaja para Save The Children como cuidadora de menores desplazados no acompañados en el campo “Solo quería ayudar a la comunidad y a los niños. Quería cuidar de los menores que no tenían adultos que se hicieran cargo de ellos aquí”, recuerda.

Samira, 15 años

Al igual que Halima, Samira fue obligada a contraer matrimonio con un insurgente a los 13 años después de que llegaran a su pueblo, en Camerún. “Si ven a una chica que les gusta, van a sus padres a pedírsela con pistolas y amenazas. Si los padres se niegan, les pueden matar. Me sentí responsable de decir que sí para mantener a mi familia a salvo”, explica Samira.

Una vez casada, según su testimonio, vivió con los insurgentes durante tres años, trasladándose constantemente de lugar: “Pensaba en intentar escapar con mis padres, pero no sabía dónde estábamos o cómo encontrarlos. Era amiga de las otras chicas del campo y nos visitábamos las unas a las otras”.

Tras un ataque del Ejército a la zona en la que se encontraban, los militares la llevaron con su hermano a Maiduguri. Sin embargo, cuenta que recibió el rechazo de su cuñada por haber sido “la esposa de Boko Haram”.

Entonces, empezó a trabajar para una vendedora de comida hasta que comenzó a notarse su embarazo, el segundo después de sufrir un aborto con 14 años. Pese a que espera con ganas la llegada del bebé, Samira afirma: “Me hubiera gustado cumplir los 20 años antes de tener hijos, disfrutar mi vida. Me hubiera gustado ir al colegio”

Tras ponerse en contacto con líderes comunitarios, fue trasladada al campo de desplazados, donde ahora está a cargo de Binta, de la que afirma: “Es la primera vez que disfruto de nuevo. Me siento como si estuviera con mi madre otra vez”.

Falmata, 72 años

Falmata, una mujer de 72 años, perdió a su hijo en un ataque a su pueblo en abril de 2015: “Creo que lo mataron o se lo llevaron. No sé nada de él desde aquel fatídico día en que salió de casa para ir a su explotación agraria”.

Fue entonces cuando huyó con sus cinco nietos, también huérfanos de madre, según el testimonio recuperado por Save The Children. “Tardamos cuatro días en llegar aquí. Caminamos y dormimos en el monte durante tres noches, escondiéndonos en cuevas”, explica la anciana. Tras llegar a una nueva localidad, asegura, recibió el apoyo de la comunidad y pudo inscribir a sus nietos en un colegio cercano.

Sin embargo, Falmata cuenta que después empezó a faltar la comida y el agua: “He estado tratando de usar mi sabiduría para reducir la cantidad de comida que doy a mis nietos ahora, así puede durar más que antes”. Ahora, afirma que solo desea que los niños puedan seguir estudiando.

Ya Zara, 40 años y Aissa

Ya Zara, según Médicos Sin Fronteras, se encuentra desplazada en una escuela secundaria de Benisheik, en Borno, tras huir de los insurgentes. “Boko Haram nos tiene aterrorizados, estamos aquí por ellos”, critica esta nigeriana de 40 años. Ya Zara explica: “No tenemos nada. Cuando los insurgentes nos echaron, no teníamos ni comida ni agua. Solo buscábamos un lugar donde sobrevivir”.

En Benisheik, al noreste del país, también se encuentra Aissa, madre de cinco hijos. “Durante estos años no hemos recibido ayuda, ni siquiera alimentos. Aquí nadie consigue comida suficiente. Intentamos sobrevivir por nuestros propios medios. Es muy difícil encontrar un trabajo. Nuestros hijos van a morir de hambre”, alerta.

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Nota: Los nombres utilizados en este artículo son ficticios con el fin de preservar la identidad de las personas que ofrecen su testimonio.

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