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Mosul, una herida abierta tras un año de la expulsión del ISIS: “Me he operado 15 veces, los hospitales están destruidos”

Bushra y Anoud, heridas de guerra, Mosul.

Icíar Gutiérrez

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11 de abril de 2017. Zainab, de 45 años, corría por las calles de Mosul tratando de huir de los combates entre el grupo Estado Islámico (ISIS) y las fuerzas iraquíes, apoyadas por la coalición liderada por EEUU. Fue entonces cuando pisó un artefacto explosivo improvisado y perdió el conocimiento. Algunas de sus cinco hijas también resultaron heridas por la metralla, según el testimonio de la mujer, recogido por Médicos Sin Fronteras. Todos vivían en casa de su padre, adonde habían tenido que huir ante la llegada del ISIS al vecindario.

Aquel día, su familia se separó y  comenzó su calvario para poder tratarse la fractura grave que, desde entonces, sufre en la pierna. Fue a un médico tras otro, ha pasado por varias operaciones y la herida se le ha infectado varias veces. También ha desembolsado miles de dólares para poder tratarse en clínicas privadas. “Hasta el momento me he sometido a unas 15 operaciones”, resume la mujer desde el puesto de MSF en el este de la ciudad. 

“Aquí me han operado dos veces más, y todavía me quedan tres operaciones para solucionar el problema. La lesión ha cambiado mi vida entera y me ha dejado exhausta y a mi familia también. Cada vez que me operan espero que sea la última”, comenta Zainab. “La situación sanitaria es tan mala porque todos los hospitales están destruidos”, añade.

Una ciudad en ruinas. Un sistema sanitario en ruinas. Cuando se cumple un año desde que terminó oficialmente el conflicto en Mosul, la batalla por la reconstrucción de la ciudad y de las vidas de las personas está “lejos de terminar”, denuncia MSF en el primer aniversario de la expulsión del ISIS de la ciudad. Cientos de civiles fueron asesinados en los combates y grandes zonas de la ciudad iraquí quedaron reducidas a escombros. 

Lo mismo ocurre con los centros sanitarios, cuya recuperación, dice la ONG, está siendo muy lenta. Según la ONG, durante los combates, que se prolongaron durante meses, resultaron dañados nueve de los trece hospitales de la ciudad. A día de hoy, estas instalaciones cuentan con solo 1.000 plazas para una población de 1,8 millones de habitantes que crece debido al regreso de los desplazados a sus hogares.

Según el Consejo Noruego para los Refugiados, 380.000 personas siguen desplazadas alrededor de localidad un año después. Algunas no tenían otra opción y han decidido volver a Mosul. MSF apunta que unas 46.000 personas regresaron en mayo. Lo hacen a edificios destruidos y poco seguros, y a pesar de los riesgos que siguen existiendo para los civiles, como la presencia de artefactos explosivos y bombas, también en los hospitales. Como consecuencia de los miles de ataques aéreos y explosiones que sufrió la urbe, toneladas de explosivos siguen diseminados por sus calles un año después.

La población en Mosul también se enfrenta a la falta de saneamiento, agua corriente y electricidad. Estas malas condiciones higiénicas aumentan a su vez el riesgo de enfermedades, destaca MSF. Por otro lado, los traumatismos son frecuentes porque las personas tratan de reconstruir sus casas “en condiciones peligrosas”, según recalca la ONG.

Así, tras doce meses del fin de los combates, su personal ha pasado de recibir pacientes con lesiones de guerra a personas heridas por minas y, en su mayoría, con fracturas por la caída de escombros de los edificios colapsados e inestables. En mayo, el 95% de los casos de trauma recibidos en sus urgencias se debían a las “condiciones de vida inseguras”. 

Carencias en la atención psicológica

Mientras, muchos pacientes con heridas de guerra siguen soportando meses a la espera de seguimiento médico después de las cirugías apresuradas para salvarles la vida en un primer momento. Es el caso de la joven Anoud y su hermana pequeña Bushra, de solo ocho años. El año pasado, la casa de su familia en Hawija, en el centro de Irak, fue alcanzada por una bomba. Era el quinto día de Ramadán. 

“Estábamos sentados en el jardín. Un cohete golpeó la casa de nuestro vecino. Corrimos para ver si nuestros vecinos estaban bien y los trajimos a todos a la casa de mi padre. Y ese fue el momento en que nuestra casa fue bombardeada. Perdimos una hermana y un hermano en el ataque. Todos los demás resultamos heridos. Mi madre perdió la pierna. El ojo de mi hermana menor resultó gravemente herido y sus manos quedaron destrozadas”, cuenta la joven de 18 años. 

Sus cicatrices en la cara son visibles. Anoud tiene aún metralla en su ojo izquierdo, en la mano y en la pierna. Su familia se ha ido separando en un intento desesperado para recibir atención médica. Su madre está en Líbano con su hermana menor, que ha perdido el ojo. Su padre y otro de sus hermanos viven en el campamento de Jeda'ah. 

“He olvidado mucho de lo que sucedió. Fueron hechos realmente horribles y pasé los primeros seis meses casi dormida. No era yo misma”, sostiene Anoud, que se encuentra cuidando a Bushra en una unidad quirúrgica de MSF. 

No solo son las heridas físicas. El impacto del trauma violento de la guerra, los horrores vividos bajo el ISIS, la frustración y el dolor por la pérdida de los seres queridos es algo con lo que tienen que lidiar a diario los habitantes de Mosul un año después. “Mi lesión ha tenido un impacto negativo en mi vida, en mi familia, en la forma cómo interactúo con mis hijos. No puedo jugar con ellos. No puedo trabajar y no hemos tenido ingresos. He estado muy deprimido y no puedo hablar con la gente”, relata Nashwan, otro de los pacientes atendidos por MSF. 

Los servicios de salud mental también presentan grandes carencias, según las ONG. En ello ha incidido la organización Save the Children, que ha publicado un informe en el que denuncia que los más pequeños sufren depresión, ansiedad y miedo “constante” un año después del fin de los combates.

Casi la mitad de los menores, indican, sienten tristeza casi todo o todo el tiempo. El 80% de los adolescentes no se sienten seguros caminando solos por la calle. Mientras, el 72% de los padres o personas a cargo de estos niños sufren depresión, de acuerdo con los datos aportados por Save the Children. Muchos de los cuidadores alertan de que los menores se autolesionan. Otros optan por no hablar de sus problemas y se alejan de las personas de su entorno, explica la ONG.

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Algunos los nombres utilizados son ficticios para preservar la identidad de los pacientes.

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