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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Cuando la muerte repta

Imagen de archivo de una serpiente terciopelo. | Efe

Pablo Trillo

Unas buenas botas; altas, resistentes. Una mosquitera sobre la cama. Una antorcha para las horas oscuras. Esas son las mejores armas contra la muerte en algunas zonas rurales del mundo, sobre todo en vastas regiones de África, Asia y América Latina. Allí, entre granjas y casas endebles, reptan y se alimentan las serpientes, generando un grave problema desatendido desde tiempos inmemoriales. Alrededor de dos millones de personas son envenenadas debido a la mordedura de serpiente cada año: cerca de 100,000 mueren. De todos los animales del planeta, solo el mosquito y el propio ser humano causan más muertes al hombre.

La cifra, sin embargo, es inexacta; una estimación. Puede ser más alta. Los datos oficiales, que emanan de fuentes hospitalarias, nunca harán justicia a la magnitud de este problema, y es que las cifras de mortalidad por mordedura de serpiente son difíciles de obtener. La razón es sencilla: la mayor parte de la gente que sufre un mordedura de serpiente no acude jamás a un hospital, muy lejos de sus casas remotas; allá, tras el horizonte o tras las montañas, a varias horas de arduos caminos en un medio de transporte del que muchas veces no disponen.

La solución más rápida para muchos trabajadores agrícolas, mujeres y niños que día a día son mordidos por serpientes es acudir a un curandero local, que no dispone de preparación ni antivenenos eficaces. Pese a que un gran número de las mordeduras de serpiente quedan en un 'mordisco seco' (no se inyecta veneno), la falta de preparación para las mordeduras serias provoca muchas muertes en comunidad. Muertes que nunca son notificadas, escondiendo así un problema grave que requiere solución inmediata.

Venenos y contravenenos

El problema global de las mordeduras de serpiente se torna muy específico en cada país y en cada región. Las serpientes y sus venenos no son las mismas en África o en América Latina; ni siquiera dentro de la enormidad sus países. En consecuencia, los antivenenos que salvan las vidas de los mordidos deben ser desarrollados teniendo en cuenta esos cambios.

Existen, pese a todo, algunos contravenenos polivalentes, eficaces contra venenos de varias especies de serpiente de importancia médica en una región determinada. Sin embargo, “la diversidad de venenos de las especies de serpientes es tan alta que aún no es posible desarrollar un antiveneno universal que podría ser utilizado para todas las mordeduras de serpientes venenosas existentes en todo el mundo”, señala Julien Potet, asesor de enfermedades olvidadas para la Campaña de Acceso a Medicamentos Esenciales de Médicos Sin Fronteras.

Esa problemática es uno de los grandes lastres de esta mortífera desgracia: las grandes farmacéuticas, devotas de la economía de escala, no encuentran un mercado apetecible tras esta gran estratificación. “Por otro lado, es un medicamento de baja rentabilidad económica ya que los sectores y países afectados son pobres y con poca posibilidad de pagar precios altos”, recuerda José María Gutiérrez, investigador del Instituto Clodomiro Picado y profesor catedrático de la Facultad de Microbiología de la Universidad de Costa Rica. “Todos estos factores, y otros más, han contribuido a que este problema esté muy 'desatendido' en el mundo”, se lamenta este reconocido experto internacional en el tema de los envenenamientos por mordeduras de serpientes.

El proceso de producción, además, es muy diferente al del resto de fármacos 'tradicionales'. Se recolecta veneno de cada tipo de serpiente con el que se realiza un compuesto que se inyecta en pequeñas dosis en caballos u ovejas. El antídoto es obtenido a través de la extracción de los anticuerpos generados por los animales. Este proceso biológico supone un modelo de negocio diferente y específico. Un dato terrible: Sanofi Pasteur, la única gran compañía farmacéutica que seguía estudiando y produciendo contraveneno, anunció en 2014 que abandonaba la producción de su antiveneno polivalente contra serpientes africanas y, como MSF acaba de denunciar, el último lote disponible caducará en junio de 2016. La organización médico humanitaria teme que, si Sanofi no lo soluciona, pasarán un mínimo de dos años hasta que otro tratamiento remplace a este fármaco. Dos años de muertes y discapacidades innecesarias, teme MSF.

La responsabilidad en la producción de los antídotos recae hoy en compañías mucho más pequeñas, muchas de las cuales están bajo el amparo de instituciones públicas. Estos fabricantes, tradicionalmente, sólo abastecen el mercado local o regional, con productos adaptados a la distribución de las serpientes del lugar. Este es el caso de los productores con sede en Irán, Pakistán, Tailandia o Arabia Saudita, por ejemplo.

En India, Costa Rica o México, sin embargo, hay compañías que no solo desarrollan productos para su propia región, sino que también han desarrollado una amplia gama de antivenenos que exportan a otras regiones del mundo. Y pese a los grandes esfuerzos no dan abasto; no es suficiente: su eficacia para los diferentes tipos de venenos o la distribución en las diversas regiones no es, ni mucho menos, la adecuada.

Qué hace falta

Las fallas en los registros de las mordeduras no permiten desarrollar un panorama global del problema. Mientras se desconozca el impacto en muchas regiones la distribución de los antivenenos será deficiente e insuficiente. “Las encuestas retrospectivas a las familias son uno de los mejores métodos para conocer las cifras a nivel local o nacional. Los datos son fiables, ya que, normalmente, las personas recuerdan las mordeduras de serpiente y sus resultados”, asegura Potet. “Sin embargo, son estudios demasiado caros para la poca atención que recibe este asunto”.

Gutiérrez, que considera este problema de base el mayor problema actual, también aboga por este tipo de estudios, llamados 'censos de comunidades' o 'censos mediante entrevistas en hogares': “Son mucho más realistas. Se han desarrollado algunos estudios de este tipo en Bangladesh, Nepal e India, pero se deben generalizar en muchos más países”.

Es necesaria, por supuesto, una respuesta global de gobiernos, actores internacionales, organizaciones y empresas farmacéuticas para mejorar la disponibilidad y el acceso a estos tratamientos. Para conseguirlo hay que profundizar en el estudio de los diferentes venenos y hay que aumentar los presupuestos nacionales o internacionales de adquisición de antivenenos, así como reforzar a los pequeños laboratorios que actualmente los desarrollan y motivar a los laboratorios más grandes para ayudar a ello.

Además, la mala calidad en algunos de los productos actuales (muchos se comercializan sin ninguna prueba clínica previa) puede causar graves efectos secundarios, e incluso ponen en peligro la vida. “Es necesario realizar más estudios preclínicos y nuevos estudios clínicos con los contravenenos ya existentes, así como inspecciones más independientes de los procesos de producción”, advierte Julien Potet.

Desde su punto vista, es de gran importancia la introducción del control de calidad a nivel nacional: “El control de calidad de antídotos de serpiente requiere de habilidades muy específicas que los Ministerios de Salud pueden no ser capaces de encontrar a nivel local. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya ha establecido una lista clara de las normas que los productores deben cumplir. El próximo paso es que la OMS coordine el control de estas normas y sirva como guía para ayudar a los países a seleccionar los productos más seguros y eficaces”.

Si no, como viene ocurriendo hasta ahora, el poco apoyo financiero recibido y la poca calidad de algunos productos seguirán causando una falta de confianza en los tratamientos, lo que lleva a una reducción del mercado, a una caída en la producción y a unos precios cada vez más elevados. En resumen: ni disponibilidad ni acceso.

Y no sólo la producción y la calidad de los antivenenos han de mejorar. También lo han de hacer la logística y los programas de distribución de antivenenos. Es necesario que los antídotos traspasen las ciudades y lleguen a las áreas rurales más afectadas. Para ello, además, sería muy importante que los antivenenos sean termoestables, es decir, que puedan abandonar la terrible dictadura de la cadena del frío.

La información y concienciación son también vitales, en el más estricto sentido de la palabra. Son necesarios programas de educación a la población y entrenamiento al personal médico de estas áreas. Desde primeros auxilios hasta el uso correcto del tratamiento, pasando por el manejo adecuado del material y el transporte urgente de las víctimas, entre tantas otras directrices.

Todas estas iniciativas, demandadas por la Global Snakebite Initiative y otras organizaciones como MSF, ya están siendo tenidas en cuenta por la OMS, que desarrolla estrategias para tratar de enmendar el olvido al que se ha expuesto desde hace tantos años esta terrible fatalidad: de su listado de enfermedades o condiciones de salud olvidadas, la mordedura de serpiente es una de las que más muertes causan.

Otras secuelas

Pero aún estamos lejos de atajar este problema, como señala Gutiérrez. “La mordedura de serpiente no es una enfermedad infecciosa y las estrategias para su erradicación no siempre cuadran con las estrategias para combatir las 'típicas' enfermedades olvidadas” como la enfermedad de Chagas, la leishmaniasis, el dengue, entre muchas otras.

Y el problema va más allá. Aquellos que no mueren tras una mordedura grave, pueden quedar con secuelas físicas y psicológicas crónicas que les afectan durante el resto de sus vidas, desde la pérdida de tejido a la amputación de una extremidad, pasando por síndromes de estrés postraumáticos y demás afecciones. “El número global de secuelas es muy difícil de estimar”, asegura Potet. “No se tienen datos certeros ni se han realizado muchos estudios” añade Gutiérrez “pero se estima que el número de personas con incapacidades o desfigurados de forma permanente podría estar entre 300.000 y 400.000, aunque es muy probable que las cifras sean mayores, dado el problema de subregistro que hemos mencionado”.

Si tenemos en cuenta que los más afectados son trabajadores del campo y el mayor sustento de sus familias, las consecuencias para su economía y el impacto social en sus vidas y en la de los suyos es terrible, y genera otra vuelta más al vicioso círculo de la pobreza y la desigualdad.

La escasa voz política de las víctimas sigue siendo un problema para la sordera aguda de las administraciones regionales, nacionales e internacionales. Mientras tanto, los contravenenos – catalogados por la OMS como 'medicamentos esenciales' – siguen sin llegar a quienes lo necesitan; y cuando lo hacen, muchas veces, no tienen la calidad adecuada. Así que se repite la historia de siempre: la ética y los derechos humanos se siguen olvidando cuando los más afectados son los menos favorecidos, aquellos que posiblemente no tengan ni para un par de buenas botas.

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