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La dictadura del frío: cómo llevar las vacunas a países empobrecidos

Un equipo móvil de MSF en el norte de la provincia de Bandundu, República Democrática del Congo, se desplaza en piragua. El equipo tiene que llevar paquetes de hielo cada cinco días para mantener la cadena de frío/ Fotografía: Robin Meldrum

Pablo Trillo

Médicos Sin Fronteras —

Seguro que muchos conocéis el famoso acertijo, o cualquiera de sus variantes: estás a la orilla de un río que debes cruzar con una cabra, un lobo y una col. Para ello puedes usar una pequeña lancha en la que sólo cabes tú y otro elemento. El problema es que de ningún modo puedes dejar a la cabra a solas con la col (la cabra tiene hambre) o al lobo a solas con la cabra (el lobo también tiene hambre). Ñam, ñam.

La lógica y las matemáticas entran en juego del mismo modo que lo hacen cuando desde organizaciones como Médicos Sin Fronteras nos enfrentamos a retos tan grandes como el que supone llevar a los parajes más remotos del mundo cientos de vacunas bajo lo que denominamos la cadena del frío. Me explico.

Imagínense que tenemos que realizar una campaña de vacunación básica para niños en Macondo, una imaginaria aldea remota de África a la que sólo se puede llegar a través de caminos de barro llenos de maleza en los que no caben vehículos y tras cruzar un río lleno de animales o extrañas criaturas.

Existe un gran problema: las aldeas como Macondo apenas cuentan con 20 casas de barro y cañabrava, no tienen aeropuerto, ni centros de salud; mucho menos electricidad. Viven bajo un sol tremendo y una temperatura ambiente de casi 40ºC.

El acertijo que tratan de resolver día a día los miembros de MSF es el siguiente: tienen que hacer llegar las vacunas a Macondo y tienen que conseguir, obligatoriamente, conservar las vacunas entre 2 y 8ºC desde el comienzo del viaje hasta su inyección. Es la cadena del frío. Si por cualquier motivo las vacunas se exponen a temperaturas diferentes a éstas, habrán de ser desechadas. Consecuencia: miles de niños quedarán sin vacunar.

El viaje, paso a paso

No es fácil, pero se suele resolver así: el viaje comienza desde un almacén, como el que tiene MSF en Bruselas. Contenedores repletos de refrigeradores forrados por dentro con paquetes de hielo y llenos de vacunas son cargados en aviones, mucho más caros que los barcos pero más rápidos, lo que reduce el riesgo de romper la cadena del frío.

Cuando llegan al país de destino, los refrigeradores con las vacunas son trasladados a otro almacén habilitado para la ocasión. Allí, los logistas de MSF preparan los diferentes paquetes de vacunas que irán a diferentes localidades: introducen las vacunas en neveras más pequeñas también forradas de hielo y equipadas con una tecnología que controla la temperatura y avisa de la exposición de las vacunas a temperaturas demasiado frías (por el hielo) o calurosas (por el ambiente).

Cuando las aldeas son accesibles, las vacunas llegan en todoterrenos. Cuando las carreteras son inaccesibles o, simplemente, se convierten en senderos, se utilizan motocicletas. En otras muchas ocasiones se transportan a mano. Si hay que usar el machete para eliminar la vegetación de las rutas, se usa; si hay que utilizar una lancha para cruzar un río, se utiliza. Todo lo necesario para que las vacunas lleguen cuanto antes e intactas; es decir, a la temperatura adecuada.

La cadena del frío es muy cara y estricta: no permite fallos. Una nevera accidentalmente abierta, por ejemplo, podría provocar que un lote entero de vacunas dejase de ser eficaz. El acertijo se complica demasiado en algunas ocasiones. MSF y muchas otras organizaciones piden un comodín, una solución que deje a las neveras fuera de este acertijo.

En busca de una nueva cadena

Mejorar los eslabones de la cadena del frío es importante: nuevas herramientas como refrigeradores solares o de queroseno son necesarias. Pese a que pueden ayudar (y mucho), son demasiado caras y no son una prioridad. La clave son las vacunas.

Las compañías farmacéuticas realizan sus estudios sin tener en cuenta las condiciones de muchos lugares tropicales y en vías de desarrollo, donde existen ciudades y pueblos en los que la electricidad es inestable o nula, y las condiciones climatológicas extremadamente duras. Además, los datos que recaban sobre la resistencia al calor se comparten pocas veces.

Sin embargo, muchas pruebas muestran a día de hoy que algunas de las vacunas existentes pueden ser almacenadas fuera de la cadena del frío durante ciertos periodos de tiempo. Así, los últimos tramos del viaje hasta las zonas más remotas serían mucho menos complejos; y sin la necesidad de neveras o paquetes de hielo muchas más vacunas podrían ser cargadas con el mismo o menor esfuerzo.

Este uso más flexible de la cadena del frío, llamado ‘cadena de temperatura controlada’ (CTC), tiene un gran potencial: mucho ahorro de coste, mucho ahorro de peso, eliminar el riesgo de vacunas dañadas y, por lo tanto, muchos más niños vacunados en las zonas más remotas del mundo.

Hasta hoy, tan solo una vacuna ha sido recomendada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y re-autorizada para su uso fuera de la cadena del frío: MenAfriVac, una vacuna para la meningitis A. Los estudios en la zona africana más afectada por la enfermedad demostraron que la vacuna era igual de efectiva aunque el último tramo del viaje hubiese sido llevado a cabo con las vacunas sin refrigeración. Los costes, además, se reducían a la mitad.

Epicentre, el centro de investigación de MSF, ha elaborado recientemente un estudio en Chad con una vacuna antitetánica. Los investigadores dejaron la vacuna durante 30 días a una temperatura de hasta 40°C. Después realizaron una campaña de vacunación utilizando también vacunas conservadas bajo la cadena del frío. Los niveles de protección contra el tétanos en los pacientes fueron igualmente válidos con ambos procedimientos.

Muchas otras vacunas existentes podrían ser válidas bajo condiciones de CTC. Pero re-autorizar una vacuna para su uso en estas condiciones requiere que las compañías farmacéuticas realicen nuevos estudios sobre la estabilidad (la retención de propiedades químicas, físicas, microbiológicas y biológicas) de las vacunas en condiciones de calor. Supone tiempo y dinero. Y no interesa, claro.

Coincidiendo con la Semana Mundial de la Inmunización, la comunidad internacional y las organizaciones como Médicos Sin Fronteras debemos aprovechar para alentar a los fabricantes a buscar aprobación por parte de las diferentes agencias reguladoras de medicamentos del uso de sus vacunas desarrolladas bajo CTC, ya sea compartiendo la información de sus estudios previos (que la hay; de hecho la OMS está empezando a recopilarla) o realizando nuevos estudios. A largo plazo, además, es necesario que piensen en los países tropicales de menos recursos e incluir ambiciosos objetivos de estabilidad al calor en sus vacunas de próxima generación.

Solo así conseguiremos evitar desechar las millones de vacunas que anualmente se descartan por fallos en la estricta cadena del frío. Solo así las organizaciones como MSF podremos alcanzar a los más de 22 millones de niños que, anualmente, no completan las vacunaciones básicas de inmunización. Solo así conseguiremos que un millón y medio de niños menores de cinco años dejen de morir al año a causa de enfermedades evitables con vacunas. Solo así resolveremos este maldito acertijo que, al igual que el de la cabra, el lobo y la col, trasciende de las matemáticas y de la lógica para encontrar su propia lucha: la vida.

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Nota: El artículo refleja la opinión de su autor y no representa, necesariamente, el posicionamiento de la Campaña de Acceso a Medicamentos Esenciales de Médicos Sin Fronteras

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