¿Cómo puede tu voto acabar con una guerra?

El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en NY es el máximo órgano al que se puede influir en materia de paz y seguridad. Y cualquiera es consciente de ello cuando entra en los despachos de los países que son miembros. La puesta en escena de algunas Misiones Permanentes, con impresionantes vistas sobre Manhattan, te recuerda dónde está el poder. Pero una vez superado el decorado, se convierten en reuniones no muy distintas a las que se tienen en Madrid, con un toque cultural muy curioso, eso sí.

Donde algunas Misiones veían esperanza sobre la situación, por ejemplo, de República Centroafricana y la capacidad del Consejo de tomar una acción decidida y asegurar la protección de los civiles, otros veían la desesperanza y el bloqueo. Y hablaban de lo mismo, del mismo Consejo, de la misma crisis y de los mismos miembros pero la huella cultural hacía que la interpretación fuese completamente antagónica. Así es que vimos el optimismo asiático, el pesimismo europeo, la formalidad española o el orgullo latinoamericano.

Pero más allá de esta mirada plural a la resolución de los conflictos actuales, me quedo con una sensación descorazonadora. Es bastante obvio pero supongo que constatarlo con tus propios ojos lo convierte en algo más real: todas las guerras tienen un fin, y si no lo tienen es porque no hay interés en que acaben. Hemos visto como una Embajadora, muy alejada de las maneras diplomáticas y protocolarias que suelen acompañarles, denunciaba tajantemente cómo la crisis de Siria o de Yemen persisten por los intereses de Rusia o Estados Unidos. Claro… ¿qué sentido tiene que organizaciones como Oxfam pidan embargos de armas en estos conflictos si los que están insuflando con morteros o bombas de racimo son quienes tienen poder de veto en el Consejo? Lo sé, no es nada nuevo lo que estoy diciendo, pero ver desde dentro la impotencia de las personas a quienes les interesa de verdad salvaguardar la paz y seguridad mundial me ha desarmado.

¿Dónde está entonces la esperanza? Para mí, sin duda, en los votantes de países democráticos. Yo, como votante, quiero saber qué hace el gobierno con mis impuestos y qué hace en mi nombre. Yo quiero que no venda armas a Arabia Saudí y que si lo hace al menos investigue si han sido utilizadas en el conflicto yemení. Esperaría también oleadas de críticas y de denuncias de la sociedad británica por las ventas continuas de armamento de su gobierno a Riad, que podrían estar siendo utilizadas para cometer crimines de guerra. Pero, además, esperaría ver manifestaciones por todo Europa exigiendo a nuestros gobernantes que cumplan con su responsabilidad (que no solidaridad) de acoger a los refugiados que huyen de la violencia, que el Consejo de Seguridad no siempre tiene la voluntad de poner fin.   

¿Qué pasaría si europeos, asiáticos, africanos, americanos, nos levantásemos para denunciar y avergonzar a nuestros mandatarios, para gritarles que este no es el mundo que queremos? Que nadie desea huir con su familia, atravesar kilómetros de desesperación, sufrir todo tipo de vejaciones, ser tratado como ganado. Que queremos ser libres de movernos donde queremos pero no porque nos persiguen las balas. Y que si no son capaces de asegurar este orden mundial, no tienen nuestro voto, no tienen nuestros impuestos.

Yo estoy casi segura que la gran mayoría de los españoles no saben que España es ahora parte de ese órgano tan “poderoso” que es el Consejo de Seguridad, y que justamente este mes de octubre mantiene la Presidencia. Y me da rabia porque si lo supiesen quizás nuestro voto se vería condicionado por la propuesta que los distintos grupos políticos presentan de cara a su acción exterior. Cuando votemos ¿no deberíamos saber que pretenden hacer en el Consejo, si van a ser proactivos en los embargos de armas, si pretenden proteger a los civiles, si van a acoger a los refugiados? Si queremos un mundo pacífico y seguro estas son las preguntas que deberíamos de hacernos cuando vayamos a las urnas.