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“Lo fundamental de la renta básica es concebir que recibir un ingreso y vivir al margen del trabajo remunerado es justo”

Jorge Moruno en la redacción de eldiario.es

Laura Olías

“¿Cuándo no tienes prisa?” Es una de las muchas preguntas que lanza Jorge Moruno al lector en su libro No tengo tiempo. Geografías de la precariedad (Akal) con el que trata de hacer reflexionar sobre el ritmo frenético instado en nuestras vidas, con las fronteras entre el trabajo y lo personal cada vez más difusas y en las que la precariedad va ganando terreno. Los “no me da la vida”, “no llego a nada” y “no tengo tiempo” no son “un efecto meteorológico, sino el resultado y a la vez productor de una serie de relaciones y de condiciones dadas”, advierte el sociólogo y responsable de discurso de Podemos desde su nacimiento hasta febrero de 2017. Las 124 páginas de su nuevo trabajo sirven también para advertir del camuflaje de la precariedad gracias al coaching empresarial: “Hace que vivamos nuestra servidumbre como si fuera una libertad”.

En el libro aborda la “descomposición de la sociedad del empleo”.

Es consecuencia de la descomposición de todo un modo de convivencia, que vengo a definir como la sociedad del empleo. Empleo no es un sinónimo de trabajo remunerado. El empleo es la forma que adopta el trabajo en un periodo histórico muy concreto, especialmente en Europa desde el final de la segunda guerra mundial hasta la crisis de los años 70. Ese modelo no se ha sustituido: se ha seguido pensando sobre el papel del empleo como vía de acceso a la condición de ciudadanía, a los derechos y a un consumo. Esto es lo que está puesto en duda, ya cada vez se garantiza menos encontrar un trabajo, y tener un trabajo ya no te garantiza tener una vida medianamente digna. Pero se sigue pensando que es la única vía de acceso para conseguirla.

Usted defiende que no lo es.

Yo lo que trato de poner en cuestión es: ¿y si negamos la máxima? ¿Y si negamos que ser ciudadano solo se es si tenemos un empleo? Ahí está el debate y cómo eso trastoca los imaginarios forjados desde el siglo XIX, desde que se inaugura la sociedad de trabajadores. El trabajo tal y como lo entendemos es fruto de la modernidad industrial, antes no existía. Lo cual nos viene a decir que no tiene por qué funcionar una sociedad de la misma manera, que podría llegar a funcionar de otra.

En su opinión, no cambiar el discurso no conduce a una sociedad con un gran número de excluidos.

Lo fundamental es cómo imaginar el horizonte: la cuestión es que o vamos a una sociedad de pobres o tenemos la oportunidad de construir una sociedad del bienestar. Hay que pasar a la ofensiva de la sociedad de trabajadores a la sociedad del bienestar y apuntar todo lo alto que se pueda. En tanto que trabajadores solo podemos reproducirnos si encontramos un trabajo, pero ¿y si impugnamos nuestra condición de trabajador? ¿Y si podemos generar un modo de vida donde para poder vivir no tengas que ser necesariamente un trabajador?

¿Debemos cambiar la idea de que hay que acceder a un trabajo o hay que mejorar las condiciones del empleo que tenemos?

En mi opinión, el abismo que enfrenta el siglo XXI es la posibilidad de construir una sociedad que genera más riqueza con cada vez menos trabajo directamente empleado, menos trabajo humano. Eso abre las posibilidades de una sociedad más enfocada al bienestar, o a una sociedad que nos sigue obligando a regirnos por un baremo de la riqueza que se queda anacrónico, en el que el trabajo se convierte en un embudo por el que cada vez pasa menos gente y quien pasa tiene cada vez menos cosas garantizadas.

Esto que es fundamental tenerlo como horizonte debe ser combinable con el “mientras tanto”: mientras tanto qué hacemos. Es necesario crear empleo, mejorar los convenios colectivos, subir salarios, y enfocarse en sectores de mayor riqueza, pero esto no invalida la contradicción a la que creo que nos enfrentamos en el siglo XXI.

Uno de los retos del siglo que aborda es la robotización.

El debate sobre la robotización no es entre una vida tipo Wallie, en la que nadie tiene que hacer nada porque las máquinas hacen todo o la opción en la que solo tenemos que reciclarnos laboralmente, hacernos un curso web y mejorar nuestras habilidades porque el empleo que se destruye en unos sectores se va a desplazar a otros. Yo creo que ninguna de estas dos opciones nos dicen mucho, lo importante es lo que pasa entre medias. Qué pasa con todas esas generaciones enteras que sufren entre medias ese desgarro, no les podemos decir que esto a lo mejor se soluciona en 50 o 70 años, pero que en el “mientras tanto” van a ser pobres.

¿Eso está comenzando a pasar?

¿Qué es lo que está sucediendo en Europa? Los equilibrios que sostenían un tipo de sociedad se están desmoronando, eso genera una incertidumbre, una pérdida de sentido. Y aquí hay que garantizar, si no es por la vía del trabajo remunerado, por otro tipo de vías, la libertad, la seguridad, las certezas.

En ausencia de una certeza, podemos acabar abrazando el orden del amo. Recuerdo mucho la película de La vida de Brian: cuando le meten en la cárcel a Brian y está el otro tipo colgado en la pared y dice “ay, yo daría todo lo que fuera por que el carcelero me escupiera en la cara, qué privilegiado eres”. En esta escalera del privilegiado, si asumimos la realidad como es y que no se puede cambiar, estar explotado va a ser un privilegio porque la otra opción es ser un excluido.

El tiempo y su relación con la precariedad son centrales en su libro. Habla de una cadena en la que en el eslabón más débil están los que tienen menos tiempo disponible.

El capitalismo nos lleva a una sociedad en la que aquel que tiene menos tiempo, menos decisión sobre su propio tiempo, es aquel que está en la escala más baja, más sometido. Y eso siempre recae sobre aquel que limpia. Aquellas que limpian, son las personas cuyo tiempo está totalmente subordinado al tiempo de otros. En nuestra sociedad aquel que utiliza Deliveroo, lo hace porque llega a casa y no sabe qué tiene en la cocina, a su vez tampoco tiene tiempo.

Para no moralizar: un precario es normal que utilice Ryanair si quiere moverse, aunque Ryanair genera a su vez precariedad. Es normal que, si quiere viajar, utilice Airbnb porque no puede costearse un hotel.

La precariedad sostiene que es un terreno para hacer negocio.

La precariedad y la falta de tiempo son un nicho de mercado donde aparecen innumerable oportunidades de negocio. De repente ahora aparecen los muebles de cartón, los potitos, salía el otro día una aplicación móvil que te revenden las sobras de las comidas de los restaurantes de otros, porque así te la venden un 70% más barata. Si eleváramos el nivel de vida de la sociedad, muchos de estos negocios no tendrían tanto sentido porque la gente no se vería abocada a tener que consumirlos.

En este punto aborda la llamada “economía colaborativa” o de plataformas. ¿Es siempre generadora de precariedad?

Las cosas nunca tienen sentido por sí mismas, sino que tienen un sentido dependiendo de la relación en la que se insertan. Wallapop uno podría pensar qué tiene de malo: se aprovechan más las cosas de segunda mano. En sí mismo no tiene un problema. El problema es dónde se inscriben todas estas oportunidades de negocio y lo hacen en una suerte de decrecimiento capitalista, donde como a raíz de la crisis la gente tiene menos poder adquisitivo, necesita –en una sociedad mediada por el dinero– ingresar más sea del modo que sea.

Yo creo que algunas de estas aplicaciones podrían tener un sentido municipal o un sentido público. ¿Por qué vamos a dejar en manos de Airbnb un sistema en el que gente que tenga una habitación pueda intercambiarla con otro? ¿Por qué tiene que estar todo sometido a unas empresas que no pagan impuestos, extraen una renta y se van fuera y no dejan nada en el país donde están?

Estas nuevas plataformas, defiende, tienen muchas veces un discurso con el que tratan de invisibilizar esta precariedad.

Todos estos modelos, y coinciden los informes de la OCDE y de la OIT, abren una oportunidad para la gente que se queda fuera del ciclo laboral y que no tiene posibilidades de entrar. Se hace de la necesidad virtud, se trata de buscar soluciones a realidades infames, pero nunca se cuestiona lo infame que es la realidad.

El problema de esto es que la lucha de clases es también una lucha discursiva. Hablaba con uno en Twitter el otro día sobre Deliveroo y me decía que los riders no eran precarios, que eran microemprendedores que están tomando las riendas de su futuro. Claro, si tú sales a la calle y dices ‘voy a hacer un misión’, soy una especie de Indiana Jones que todas las mañanas tengo un reto, que es superarme a mí mismo.

Para llegar a estos planteamientos e imaginarios, destaca el papel del coaching empresarial.coaching

La industria del coaching es tanto más fuerte cuanto peor se vive, cuanto más se degradan las condiciones de vida. Toda esta suerte de lenguaje, en el que no “trabajas para” sino que “colaboras con”, en el que no te “despiden” sino que te “desconectan”, donde no te “controlan” sino que te “valoran”, es una forma de reinterpretar cómo nos vemos en sociedad, qué es lo justo y lo injusto. Si nos hacen pensar que la situación que existe solo es fruto de nuestra actitud y de nuestro interés de conseguir el éxito, si no lo conseguimos es porque no hemos perseguido con suficiente tenacidad nuestros sueños.

Hacen que vivamos nuestra servidumbre como si fuera una libertad: tu libertad es precisamente no saber qué va a ser de ti mañana, eso lo tienes que vivir como una misión.

Una de las herramientas que aborda para llegar a la “sociedad del bienestar” es la renta básica universal.

No soy muy dado a fetichizar medidas. Creo que la renta básica en sí misma no nos dice nada, hay que explicarla. El sentido de la renta básica es en sí misma una batalla política. Porque alguien podría pensar que te dan una renta básica y te dan otro tipo de derechos y, por lo tanto, tú ya no te puedes quejar porque recibes un ingreso. Por eso, solo pensarla desde la perspectiva de acabar con la pobreza, que es fundamental, creo que es limitado y empodera poco.

¿Y cómo debe abordarse?

Lo que hay que hacer es incorporarla para incrementar el margen de libertad y el margen de acción. Es decir, contar con la renta básica y con muchos otros derechos –movilidad, alquiler social, etc–, contar con las garantías suficientes que te generan una seguridad para que puedas tener un mayor poder de negociación. Es decir, ahí donde alguien te ofrece un trabajo con unas condiciones miserables poder decirle ‘lo voy a rechazar’.

Dice que la renta básica es una batalla política y que requiere cambiar el imaginario.

Cuando dicen que la gente tiene una renta garantizada que se le da “a cambio de nada”, ¿qué entendemos por nada? Porque las mujeres realizan una media de 26 horas y media a la semana a trabajos no pagados, en trabajo doméstico, en ONG y demás. ¿Eso es nada? Según la visión del mundo en el que vivimos, solo es “algo” aquello por lo que alguien extrae un beneficio económico y el resto no es “nada”.

Además, si cada vez es más factible trabajar menos y se produce más riqueza, ¿por qué para poder comer hay que tener que trabajar?

¿Cómo se puede financiar la renta básica universal?

Ahí hay un problema de imaginario. No es que no sea importante hacer las cuentas, hay gente que las hace y llevan 20 años trabajando en ello, y es el profesor Raventós, la gente de Sin Permiso que buscan distintos métodos –sea por IRPF o por otro tipo de impuestos–, pero sinceramente yo creo que eso es secundario. Lo fundamental es concebir que eso es justo. Que recibir un ingreso y mantener una vida garantizada al margen del trabajo remunerado, o no solo dependiente de este, es justo. A no ser que pensemos que en el mundo no hay capacidad para que toda la sociedad tenga una vida digna.

Pero muchos critican la medida insistiendo en el “y esto cómo se paga”.

Siempre todas las preguntas son “¿y eso cómo se paga?” cuando en realidad lo insostenible es otra cosa, el enfoque debe ser totalmente distinto. Debería ser “¿cómo se vive así, cómo se sobrevive en una sociedad en la que el 30% de la población en edad de trabajar están en riesgo de pobreza, que lo dice Adecco. Las preguntas deberían ser: ¿de qué sirve bajar los datos del paro si eso no garantiza la vida a la gente? ¿Es viable una sociedad en la que no para de aumentar la pobreza, la incertidumbre y la precariedad?

Si en 2004 había 84 personas que tenían un patrimonio de 30 millones de euros, ¿por qué en 2015 hay 549 personas? ¿Por qué en los últimos años los 200 más ricos del mundo han aumentado en más de 100.000 millones de euros su patrimonio?

En esa necesidad de cambiar el imaginario, usted destaca la labor del movimiento feminista.

El feminismo es de los pocos movimientos si no el único que es capaz no solo de quejarse de cosas puntuales, sino que es capaz de modificar el orden de las razones. Es decir, que está yendo a las causas. Ese ahondar en las causas –por qué no se valoran una serie de trabajos y sí otros, por qué hay brecha salarial– tiene la posibilidad de alterar el modo en el que nos relacionamos.

Actualmente solo se le da valor a aquello por lo que alguien te paga. Si no te pagan, quiere decir que no tiene valor y por lo tanto es nada. Todo el trabajo reproductivo y de cuidados es nada. Y ahí es cuando las mujeres dicen que hay otro concepto de riqueza, que no se mide por esos baremos sino por otros criterios.

Considera, además, que mantener la deriva del empleo precario y la falta de tiempo hace perder talento a la sociedad.

¿Qué es lo que permite a Virginia Wolf ser Virginia Wolf? Obviamente ella, pero necesita –como ella misma dice– unas condiciones para serlo, que es una herencia, es decir, un tiempo propio. Ese tiempo propio le permite poder desarrollar su obra. ¿Eso quiere decir que todo el mundo con un tiempo propio puede ser Virginia Wolf? No. Pero quiere decir que sin ese tiempo propio no podría haber sido Virginia Wolf. En un mundo en el que ese tiempo lo tiramos por el retrete en trabajos que nos aportan nada, que los hacemos simplemente porque necesitamos dinero, lo que hacemos es tirar la inteligencia de la sociedad en lugar de ponerla a trabajar para el beneficio común.

¿Cómo podríamos empezar a caminar hacia la sociedad del bienestar que dibujas?

Para empezar, contar con un imaginario: que la gente desee otra cosa distinta. Una mentira nunca se combate con una verdad. Un imaginario instalado se combate con un imaginario más fuerte que atrae. Esto lo decía Baruch Spinoza, el filósofo, el ser humano no desea aquello que le parece bien, le parece bien aquello que desea. Por ejemplo, con el enfoque del pleno empleo: ahí nos va a ganar el Partido Popular, porque ellos van a bajar los datos de paro, aunque sea a costa de subir los datos de la miseria.

Y una vez que construyes ese imaginario, que yo creo que todavía nos falta, que estamos en ese tránsito de tomar la crisis a la defensiva, no todavía a la ofensiva. Estamos en el “¿por qué nos hacéis esto?”, “¿por qué nos quitáis lo que se ha conseguido?”, “¿por qué desgarráis a la sociedad?”. Creo que poco eso va a ir transformándose, hay que convertirlo en otro imaginario que es “nos debéis cada vez más cosas” y “nos estáis robando todo y vamos a querer más.

¿Es posible en la actualidad esa transformación?

Todos los avances históricos del movimiento obrero han sido siempre porque han pensado que se podía vivir de otra manera. Los seres humanos nos movilizamos a través de imágenes. O construimos esas imágenes, o si no va a perdurar la del prohombre triunfador, el “búscate la vida”, el “si no puedes cambiar el mundo, cámbiate a ti mismo”. O le damos la vuelta y decimos “la única forma de cambiarte a ti mismo es cambiar el mundo”, o nos vamos a seguir rigiendo por una fórmula que nos aboca a competitividad extrema, a mordernos como pirañas para conseguir la mejor evaluación del jefe.

Siempre se suele calificar de pesimistas a aquellos que criticamos el statu quo, pero en realidad somos profundamente optimistas, porque no nos resignamos a pensar que el mundo tiene que ser de esta manera. Los autollamados optimistas, que nunca ponen en cuestión el porqué de las cosas y solo se preguntan cómo me puedo adaptar a ellas, son conformistas que es algo muy distinto. Lo que tenemos que hacer, como decía Andre Gorz, de las miserias del presente construir la riqueza de lo posible.

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