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Las normas sociales son el factor que más perjudica la presencia de las mujeres en el empleo

Mujeres en los consejos de administración.

Ana Requena Aguilar

“Las mujeres tienen considerablemente menos posibilidades que los hombres de participar en el mercado de trabajo, es decir, de tener un empleo o de estar buscándolo”. El último informe de la Organización Internacional de Trabajo (OIT) constata que las brechas de género en el mercado laboral son muchas y se extienden, en mayor o menor medida, por todo el mundo. Lo que también constata el organismo es que hay factores sociales que están impidiendo que la participación de las mujeres sea mayor y mejor: el estado civil, la conciliación o los estereotipos influyen tanto o más en el empleo femenino como el desarrollo económico de los países.

La OIT afirma que las brechas de género en el mercado laboral están relacionadas con el nivel de desarrollo económico que existe en un país: en general, a más desarrollo más probabilidad de que la participación de las mujeres sea mayor. Sin embargo, un análisis más pormenorizado muestra que las tasas de participación femenina son, de media, mayores en los países desarrollados y en los que están en vías de desarrollo, mientras que en los emergentes (como Brasil o India) desciende.

El organismo da varias razones para explicar este fenómeno. Una, que en los países con menos desarrollo económico hay más necesidad de trabajar. Pero que, sin embargo, la transición de un bajo desarrollo a un desarrollo mayor no se traduce necesariamente en mejoras para las mujeres en términos de empleo. Estas diferencias de participación de las mujeres en países con niveles de renta y desarrollo muy diferentes sugieren, dice el informe, que hay otros factores que están detrás de las brechas de género y que no tienen que ver con el desarrollo económico.

Esos factores tienen que ver con “restricciones socioeconómicas” y con estereotipos y tienen el efecto “más significativo” en la probabilidad de las mujeres de estar en el mercado laboral en prácticamente todas las zonas del mundo.  ¿Cuáles son esos restricciones? La dificultad para conciliar vida personal y laboral, el estado civil, la presencia de hijos, o las normas de género como, por ejemplo, las diferentes expectativas de mujeres y hombres. También otras, como la aprobación de la familia de que las mujeres asuman trabajos remunerados, la aceptación por parte de la sociedad de que las mujeres estén presentes en ciertos entornos de trabajo o, incluso, la falta de transporte adecuado.

El informe cita también una encuesta llevada a cabo por Gallup en el año 2016 y que refuerza estas ideas. En ella, casi un 80% de las mujeres mostraba su deseo de trabajar en un empleo remunerado, un porcentaje que alcanzaba el 85% en Europa. Sin embargo, en la práctica, las tasas de actividad eran mucho menores en todos los países. Esa diferencia entre la voluntad de las mujeres y su realidad, revelaba la encuesta, se debe a factores sociales que restringen su libertad para trabajar. El más importante, en todas las partes del mundo, era la imposibilidad de combinar el empleo con su dedicación no pagada a la familia.

Roles de género

La OIT detalla cuáles son los factores que influyen en que una mujer esté o no en el mercado laboral y los divide en tres categorías: preferencias personales, restricciones socioeconómicas, y roles sociales. Entre las primeras, está la falta de trabajos “aceptables”, es decir, las mujeres no encuentran trabajos con ingresos que les merezcan la pena porque el coste del cuidado de sus hijos será mayor o similar a lo que ellas pueden ganar en ese empleo o bien porque su rol como cuidadora es percibido como más relevante que ese potencial empleo, social y económicamente. 

Las restricciones socioeconómicas tienen que ver con barreras institucionales y económicas: la falta de servicios de cuidado, desincentivos económicos como, por ejemplo, una fiscalidad que penaliza excesivamente al segundo declarante de rentas (especialmente si son bajas), o las barreras que afrontan las mujeres a la hora de conseguir mejores salarios o ascensos. Las normas sociales de género que, como recuerda la OIT, interactuan con otras categorías, como el origen, la etnia o la clase, constriñen a las mujeres en unos roles muy definidos y superarlos puede implicar penalizaciones sociales o incluso familiares. Esos roles están marcados “desproporcionadamente” por las responsabilidades domésticas.

Por eso, el organismo defiende que para acabar con las brechas de género las recetas deben “resolver las causas subyacentes” y “diversificar las oportunidades tradicionales de empleo de mujeres y hombres”. “Para ello será necesario combatir la discriminación dentro y fuera del lugar de trabajo”, dice la OIT, que recomienda que las políticas se centren “en resolver el trato diferencial y la percepción que se tiene del lugar que ocupan las mujeres en el mundo del trabajo y, de manera más amplia, en la sociedad”.

Más concretamente, promover la transparencia salarial para asegurar que los trabajos de igual valor se remuneran igual, evaluaciones laborales en materia de género, acceso equitativo a oportunidades educativas, desafiar normas sociales, remunerar adecuadamente los cuidados, apoyar la representación y el liderazgo de las mujeres, sanciones disuasorias o legislación que ayude a acabar con las discriminaciones. La OIT hace hincapié en la necesidad de políticas que permitan hacer compatibles el empleo y la vida personal y habla de incluir la perspectiva de género en las políticas de protección social y, en general, en la política macroeconómica.

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