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Perder el trabajo de golpe y con el miedo a una nueva crisis sin haberse recuperado del todo de la anterior

Una mujer, protegida con una mascarilla, frente a una oficina pública de empleo durante la pandemia.

Laura Olías

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De repente, miles de personas han pasado a hablar de sus planes en pasado. Quería comprarme una casa. Iba a independizarme. Pensaba formar una familia. Cambiarme de trabajo... Todo eso era antes. Antes del coronavirus. La pandemia se ha llevado la vida y la salud de miles de personas en España, pero también ha dejado en la calle a muchos trabajadores, que han perdido su empleo sin esperarlo. “Yo era de las que decía que no había que ser alarmistas, que era una gripe más”, recuerda Caty (nombre ficticio), de 26 años, a la que su empresa rescindió el contrato durante el estado de alarma alegando que no había superado el periodo de prueba. “Iban a hacerme indefinida”, apunta. Ahora han quedado en volver a llamarla “cuando pase todo esto”.

Este Primero de Mayo, Día Internacional del Trabajo, muchas personas acaban de perder el suyo. Los datos de afiliación hablan de unos 900.000 empleos destruidos en la crisis del coronavirus desde mediados de marzo. La pérdida de empleo se ha producido a una velocidad sin precedentes en la reciente serie histórica española. Los 900.000 empleos que se eliminaron en las dos últimas semanas de marzo son más o menos los mismos que se destruyeron en cien días de la pasada crisis económica, tras la caída de Lehman Brothers en 2008.

Para otros muchos cientos de miles de personas, en concreto unos cuatro millones, este Primero de Mayo llega con sus contratos suspendidos o sus jornadas reducidas en ERTE (expedientes de regulación de empleo temporal). Es la medida que han propiciado el Gobierno, los sindicatos y la patronal para evitar la destrucción de empleo e intentar recuperar la actividad cuando pase la emergencia. Casi la mitad de los autónomos, más de 1,1 millones, están cobrando por su parte la prestación extraordinaria por cese de actividad, por tener sus negocios cerrados o haber experimentado una pérdida de ingresos de al menos el 75%.

La incertidumbre de esta nueva crisis

Todas las miradas están puestas en la desescalada de esta nueva e inesperada crisis, de origen sanitario, pero con trascendencia en lo económico y lo social y cuya salida está marcada por la incertidumbre. “No sé qué va a ocurrir, creo que no volveré a tener trabajo hasta después del verano”, teme Caty, que no obstante está echando currículum para las únicas ofertas de trabajo que sí se publican estos días, para personal de supermercado y limpieza, explica. Al menos, agradece que el Gobierno haya aprobado de manera excepcional una ayuda para los trabajadores despedidos en el periodo de prueba, al igual que ha ocurrido con los temporales y las trabajadoras del hogar.

Esta emergencia no ha afectado por igual a todas las ocupaciones. En estos días se ha puesto el foco el muchas profesiones decretadas como “esenciales”, cuyos trabajadores han tenido que seguir en la calle hasta en los momentos más críticos de la pandemia y que a menudo están caracterizadas por una gran precariedad. Es el caso de las cajeras y los reponedores de supermercados, de las limpiadoras, las cuidadoras de personas dependientes, el personal sanitario, los transportistas y los agricultores, entre otros. Ellos son uno de los colectivos que homenajearán los sindicatos mayoritarios en sus actos para este Primero de Mayo.

Marga Torre, profesora e investigadora de Sociología en la Universidad Carlos III de Madrid, publicó un estudio junto a Miguel Artola sobre cómo esta emergencia sanitaria había diferenciado tres tipos de ocupaciones en el momento del parón económico decretado, según el riesgo a perder el empleo: las de riesgo bajo, aquellas consideradas como esenciales; las que permiten el teletrabajo, con riesgo bajo pero algo mayor que las ocupaciones esenciales; y, por último, aquellas ocupaciones relacionados con sectores que se vieron paralizados, como la hostelería, la construcción y la industria, con un riesgo alto.

El análisis concluía que el 47,7% de los empleados trabajan en ocupaciones con bajo riesgo de ver su actividad suspendida, mientras que algo más de la mitad (52,3%) se ve afectado con un riesgo alto de desempleo.

Esto era antes de se volviera a reactivar parte de la actividad el pasado 14 de abril. ¿Cómo es el riesgo ahora? Es pronto para decirlo, indica Torre. “No va a perder todo el mundo el empleo. La hostelería ahora está pensando si abre o no. Si lo hace, con el 30% de aforo no va a tener el mismo personal. El plan de desescalada, en el corto plazo, aún va a tener un impacto en el empleo”, apunta la experta.

Una de las cuestiones que destaca Marga Torre, respecto a la pasada crisis económica, es que en la de 2008 “las rentas altas se vieron muy poco afectadas, en un primer momento alcanzó a todos los niveles salariales, pero las rentas altas se recuperaron rápido. En esta, todo el mundo está siendo afectado”. La de mediados de los 2000 también fue una crisis muy masculinizada en la pérdida de empleo, con el batacazo especialmente de la construcción, y en esta ocasión tampoco se está observando un sesgo de género en este sentido, apunta la investigadora. Otra cosa será el impacto de medidas como el teletrabajo, que alcanza por igual a hombres que a mujeres, “pero no sus efectos”, subraya Torre, con mucha más carga de cuidados sobre ellas.

El Gobierno está negociando con los agentes sociales la prolongación de los ERTE por fuerza mayor a partir del estado de alarma, para que todos ellos no decaigan automáticamente cuando llegue a su fin. Las discusiones se centran en cómo adaptar estos expedientes para una recuperación paulatina, que tendrá diferencias según los sectores. Fuentes de Trabajo afirman además que para los primeros pasos de la desescalada, el Ejecutivo está diseñando cómo mantener solo parte de los ERTE y permitir que algunos trabajadores se reincorporen a la actividad, por ejemplo, en los casos de restaurantes, comercios y bares que podrán abrir solo con un 30% del público.

Las dudas dominan el día a día de miles de personas. “En realidad lo que espero es que me vuelvan a llamar de la asesoría de vehículos en la que trabajaba, pero si eso ocurre va a ser cuando pase más tiempo”, afirma Caty. Sus jefes hicieron un ERTE en la compañía, pero a ella no la incluyeron porque su contrato estaba en el periodo de prueba. Inma (nombre ficticio) es periodista en una revista y también está a la espera de una promesa de recontratación cuando pase la COVID-19 que teme cada día que no se cumpla. La joven, también de 26 años, iba a pasar a indefinida tras cumplir el periodo de contrato en prácticas, pero la compañía le dijo que en estos momentos no podía cerrar ninguna renovación, como le ha ocurrido a muchos trabajadores temporales.

El miedo que dejó la Gran Recesión

Los consultorios laborales montados por los sindicatos en esta crisis y los bufetes laborales están repletos de casos como los de Caty e Inma. “Muchos trabajadores no quieren denunciar despidos irregulares porque las empresas les dicen que cuando pase la crisis les van a contratar”, explicaba el abogado Nacho Parra a eldiario.es recientemente. Carlos Gutiérrez, secretario de juventud y nuevas realidades del trabajo de CCOO, que estos días está “pasando consulta”, también apunta que detecta mucho “miedo” en los trabajadores que llaman para denunciar abusos y fraudes en los ERTE, por ejemplo, en empresas donde les obligan a trabajar con normalidad aunque les hayan suspendido el contrato o reducido la jornada.

Caty reconoce que también tiene miedo. “Y mucha angustia, me siento una fracasada. Me ha costado encontrar empleo: hice varias prácticas y no me contrataron, me seguían pidiendo en varios sitios que me apuntara a sitios para seguir como becaria así que estudié para una oposición, pero no logré sacarla, y ahora había conseguido este trabajo que estaba bien pagado. Quería meterme en una hipoteca, formar una familia y ahora no sé nada”, explica.

La joven traslada la sensación que siente y ve en su entorno, a través de sus amigas y los de su pareja (diez años mayor), de “perder lo que estábamos consiguiendo” tras la pasada crisis, que había dejado ya una situación difícil a los jóvenes, marcada por la precariedad. “Nos costaba, pero íbamos al trantrán, los salarios estaban subiendo un poco más... y ahora esto”, lamenta.

Por el momento, el empleo destruido en marzo se debe en más de un 70% a empleo temporal, que sobre todo afecta a los jóvenes. Ellos son los que más han sufrido la destrucción de puestos de trabajo, que ha incidido con especial dureza en los destinos turísticos.

A otras personas esta crisis les pilla sin haberse recuperado en absoluto de la Gran Recesión. Personas paradas antes del coronavirus, muchas de larga duración, ven ahora aún más difícil su reincorporación laboral. Algunas se sienten olvidadas en esta emergencia. “No se hace referencia de los parados en ningún sitio y también somos un colectivo vulnerable al que le afecta esto. Ahora es inviable encontrar un empleo”, subrayaba a este medio Marta (nombre ficticio). En desempleo desde el pasado enero, la trabajadora cuenta que ha vivido “cuatro concursos de acreedores”: “En el sector de la construcción lo hemos pasado muy mal y se sigue pasando mal. Ahora esto. Siento que me estoy comiendo todas las crisis”.

Desde el Gobierno, la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, reitera el compromiso de “no dejar atrás” a los trabajadores y el conjunto de ciudadanos y asegura que las medidas que aplicarán el Ejecutivo en esta nueva crisis se diferenciarán de los recortes en políticas sociales de la pasada recesión.

Caty tiene muy fresco el recuerdo de la última crisis, cuya factura aún pagan muchos hogares. “Creo que ahora estamos en peor situación que en la anterior crisis, porque veníamos de mejores sueldos, había familias que no tenían muchísimo dinero y que tenían una casa en la playa o varios coches. Ahora ya no tenemos nada de eso. Ahora estabas orgullosa con un sueldo mileurista”, destaca.

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