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Rato, el descaro de creerse intocable

Rodrigo Rato celebra la salida a Bolsa de Bankia. Foto: Ballesteros/Efe.

Marina Estévez Torreblanca

7 de marzo de 2004. Faltan cuatro días para que España sufra el mayor atentado de su historia. Rodrigo Rato, número dos por Madrid a las elecciones del 14-M, celebra un acto con periodistas en el Parque del Retiro. El cómico italiano Leo Bassi lo revienta con el “Bassibus”, una performance en la que, megáfono en mano, critica sobre todo la participación de España en la guerra de Irak.

El ministro de Economía, rodeado de guardaespaldas, no parece inmutarse pese a los conatos de enfrentamiento entre el grupo de militantes que asiste al acto electoral y los acompañantes de Bassi. En la refriega, se permite el gesto de“proteger” a ciertos periodistas y recoger del suelo alguna grabadora.

Es el Rato obsesionado por seducir, el que mantiene una pátina “alternativa” de estudiante en la Universidad de Berkeley en los años 70, el rico de cuna que parece sentirse cómodo cerca de la gente de a pie, cuyo trato le facilitan singularmente los periodistas. Acababa de ser descartado por José María Aznar como sucesor, y se comentaba entonces que quizá era demasiado brillante y “verso suelto” para el gusto caudillista del líder el PP, que había optado por la opción más “grisacea” de Rajoy.

Nadie cuestionaba mucho en aquellos años la gestión económica de Rato, mientras España crecía a ritmo exponencial en plena orgía inmobiliaria. Ayudaban también a cuadrar las cuentas los ingentes ingresos estatales de la privatización de empresas públicas como Telefónica, Tabacalera, Repsol y Argentaria, que él mismo dirigió.

Sin embargo, algunas de las peores consecuencias de aquellos años de protestas ciudadanas contra la intervención en Irak (que Aznar negaba recientemente en sede parlamentaria), y contra las mentiras de un Gobierno empeñado en culpar a ETA de los atentados del 11-M, se gestaban en silencio, con la mano de Rato moviendo con entusiasmo el caldero de la deuda, la corrupción y el pelotazo.

Según las investigaciones policiales y judiciales, con el descaro de su aparente impunidad, Rodrigo Rato y Figaredo, hijo de millonarios (aunque el paso de su padre por la cárcel por evasión fiscal matizó esta condición) iba enriqueciendo sus negocios privados mientras manejaba la cosa pública.

Este era su principal oficio desde que pidió a Fraga que le metiera en política y debutó como candidato por Cádiz de Alianza Popular en las elecciones de 1979. En este sentido coincide con otros “liberales” como Pablo Casado: montan toda una carrera con cargo al mismo erario público que abogan por reducir con bajadas de impuestos. Rato siguió una trayectoria ascendente que le llevó a la vicepresidencia del Gobierno durante “los años del milagro” y a ser director gerente del Fondo Monetario Internacional, el puesto con más relevancia internacional que jamás desempeñó un español.

Tuvo que dimitir del FMI, pero no por cuestiones personales, como él aseguró. El Fondo no quiso airear las verdaderas razones para deshacerse de Rato por una auditoría interna que había desvelado los movimientos de algunas de sus empresas en fondos buitre. Presuntamente, blanqueaba dinero mientras dirigía la organización internacional. Gracias al silencio del FMI, tras un breve paso por el banco de inversión Lazard y el consejo de Santander, Rato todavía tuvo una última actuación al frente de Caja Madrid, a la que transforma en Bankia. Se saldó con la quiebra y rescate de la entidad (aún debe 24.000 millones de euros al Estado). En este periodo es cuando utiliza una“tarjeta black”, para sus gastos personales, que es el motivo que, a la postre, le ha llevado a la cárcel.

Se trataba de una retribución que nadie declaraba a Hacienda y que recibieron miembros de la dirección y el Consejo de Administración de Caja Madrid y Bankia, independiente de sus sueldos y gastos de representación. La existencia de estas tarjetas “black a efectos fiscales” fue desvelada en una investigación de eldiario.es en 2013.

El análisis de estos dispendios nos ofrece también una cara de Rato en la intimidad: el mayor gasto lo hizo en bebidas alcohólicas (3.547 euros el 27 de marzo de 2011). Y bajo el epígrafe “Club, Salas, Fiesta, Pub, Discoteca” realizó pagos por 2.276 euros a lo largo de cinco días consecutivos, que se cargaron entre las dos y las tres de la tarde, entre el 23 y el 27 de febrero de 2011. También se pagó viajes, cenas, regalos… hasta los 98.217 euros. El fiscal definió el uso de estas tarjetas por parte de Rato y otros 82 consejeros nombrados por PP, PSOE, IU y sindicatos como“primitivo y depredador”.

Está también pendiente la sentencia contra Rato por la salida a bolsa de Bankia. Se le acusa de delitos de falsedad en las cuentas anuales y fraude a los inversores al incluir presuntamente datos falsos en el folleto informativo. La llegada de Rato a la presidencia de esta entidad estuvo marcada por la lucha de poder entre Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre, cuyo candidato era Ignacio González.

Rato también tiene investigaciones abiertas por corrupción y por su entramado societario radicado en parte en paraísos fiscales y oculto a Hacienda. Se acogió a la amnistía fiscal de 2012. Ya al llegar a la vicepresidencia del Gobierno, montó una sociedad con sus hermanos para lograr contratos de las empresas públicas del momento: Endesa, Retevisión, Altadis o Paradores, entre otras. Y defraudó 6,8 millones de euros entre los años 2004 y 2015, según un informe de la Oficina Nacional de Investigación del Fraude (ONIF) de la Agencia Tributaria.

¿Por qué delinquió Rato? ¿se ve a sí mismo inocente? Su ex mujer, Ángeles Alarcó, que fue presidenta de una de las citadas empresas públicas, Paradores Nacionales, hasta la llegada del PSOE al Gobierno, aseguraba en una entrevista en Vanity Fair: “Es imposible pensar mal de una persona que lo único que ha hecho es trabajar muchísimo por su país. Jamás le he visto un comportamiento que reflejase una doble moral, jamás. Es una persona con valores, que los ejerce de forma natural, sin tener que forzarse a ello”.

Aunque pidió perdón a su entrada en la cárcel, Rato dio anteriormente muestras de soberbia en su comparecencia a principios de este año en el Congreso sobre el “caso Bankia”. Se considera una víctima del Gobierno de Mariano Rajoy, en especial de Luis de Guindos, y del Banco de España, o así lo ha querido vender por activa y por pasiva. Asegura que son ellos quienes encargan informes que le desacreditan y que descargan sus responsabilidades sobre él, dibujándose como una suerte de chivo expiatorio de la crisis económica. También se considera abandonado por todos aquellos a los que hizo favores, colocó a dedo en empresas públicas y promocionó desde el poder. “Otros han conseguido más de mí que yo”, dice en uno de sus correos electrónicos investigados por la Policía.

Ya caído en desgracia, ABC publicó que altos cargos del PP le dibujaban hace años como un personaje ambicioso y obsesionado por el dinero. Dicen, a toro pasado, que sabían desde el principio que Rato era “un bluf”, recuerdan que es abogado y no economista y subrayan que se rodeó de colaboradores brillantes como Luis de Guindos y Cristóbal Montoro.

De hecho, se sacó el título de doctor por la Facultad de Económicas de la Universidad Complutense en 2003. Curioso que tuviera tiempo para elaborar una tesis siendo vicepresidente del Gobierno. Un detalle relevante es que el director de la tesis, José Luis López Roa, era presidente de la Fundación Empresa, dependiente de la Sepi, un ente público dependiente, precisamente, de Rato. Según El Economista “diversas fuentes coinciden en que le pasaron un guión con las preguntas que le iban a formular en el examen”. Entre los miembros del jurado del Tribunal figuraban personalidades como el exconsejero del BCE Domingo Solans, o el actual presidente de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, José María Marín Quemada.

Rato sigue siendo doctor en Economía, pero varias universidades, como la Rey Juan Carlos, le retiraron el doctorado honoris causa, el que se concede a las personas “eminentes”. Pasó de tenerlo todo, de ser el más brillante parlamentario, “el artífice del milagro económico español”, a la soledad pública más clamorosa. Un ejecutivo de la nueva Bankia afirmó, según contaba Casimiro García-Abadillo: “Cuando llegamos aquí nos dimos cuenta de una cosa: todo se llevó a cabo con la desfachatez que da la impunidad”. Rodrigo Rato se creyó intocable y se pasó. Otros, de momento, habrán tenido más suerte.

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