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Crece la demanda de ayuda para dejar las drogas durante la COVID, pese a las dificultades creadas por la pandemia

Usuarios de Proyecto Hombre

Marina Estévez Torreblanca

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A Marta (26 años) el inicio de la pandemia de COVID le pilló en su segundo año de rehabilitación de su adicción a la cocaína. Asistía a dos sesiones semanales de terapia grupal en la organización Proyecto Hombre que de un día para otro pasaron a celebrarse por Skype. “Estaba en la fase final del tratamiento y en uno de los niveles en que se toca más el tema sentimental. Dejar de ver a tus compañeros y a los terapeutas en directo y encerrarme en casa con mi familia fue complicado”, explica.

Para esta joven, el cambio “fue raro” y al principio no se atrevía a hablar y participar en las reuniones online. “Fue como empezar de nuevo, no es lo mismo que estar cara a cara”. Marta recalca que la pandemia no le pilló en una etapa de consumo, y aunque ha sufrido ansiedad durante estos meses –“tenía muchos pensamientos, recuerdos...”– que le hicieron precisar terapia individual, no ha padecido ninguna nueva recaída en su adicción. “Fue complicado pero yo en mi caso ya llevaba un tiempo sin tomar, no me suponía tanto riesgo”, relata. Hace dos meses han recuperado las sesiones presenciales, con nuevas medidas como distancia y mascarillas, y la joven espera terminar su terapia en el primer trimestre de 2021.

Otros compañeros no han salido tan bien parados. Una de las características que afectan a los drogodependientes es que en un alto porcentaje sufre problemas de salud mental, como recuerda Jesús Tamayo, presidente en Córdoba de Proyecto Hombre. Esta pandemia está afectando con virulencia a quienes sufren patologías psicológicas o psiquiátricas. “Ha habido brotes psicóticos y hemos tenido que llamar a los servicios sanitarios. Y algunos de los que han vivido crisis de ansiedad se han lanzado a la calle a por droga”, afirma. Esto ha provocado algunas recaídas en el consumo, aunque aún es pronto para tener datos más precisos de lo que ha ocurrido a este respecto. En todo caso, según Tamayo, la mayoría de las recaídas han podido reconducirse al volver a abrirse los centros, pese a que se mantienen ciertas restricciones.

Durante el confinamiento las terapias en esta organización y en otras similares como Cruz Roja pasaron a hacerse por internet, pero no todo el mundo tenía acceso a un ordenador y a una red wifi para conectarse. Cuando las personas, además de la patología de adicción, arrastran otras dificultades, como estar en la calle o en situaciones de vulnerabilidad económica, todo se complica.

Ahora están recibiendo una oleada de nuevos ingresos, la mayoría para recursos residenciales. El motivo al que aluden los terapeutas es que al quedarse en casa encerrados con su familia durante dos meses, muchos drogodependientes han evidenciado todas sus dificultades y conflictos de un modo más claro y han salido a la luz adicciones ocultas.

“Cuando una persona acude a un centro de tratamiento siente que está tocando fondo y en un momento de desesperación tiene que tomar decisiones. También puede ser por una presión externa, de su empleo o de su entorno familiar”, recalca el responsable de Proyecto Hombre. Personas que no habían llegado aún a ese punto se han visto metidos en su núcleo familiar todo el día, sin los espacios en los que mantenían con menores dificultades su adicción. “Ha habido más tensiones y una aceleración en el proceso”. Esto ha conllevado que, por decisión propia o por presiones familiares, algunos dependientes se hayan decidido ahora a intentar desintoxicarse, describe. Además, estos meses se han ralentizado los ingresos hospitalarios y en pisos de apoyo a la desintoxicación, lo que motivaría que ahora se esté produciendo una acumulación de demanda.

Aún con un conocimiento incompleto de cómo ha afectado la pandemia al consumo de drogas, recientemente el delegado el delegado del Plan Nacional sobre Drogas, Joan Ramón Villalbí compartía su impresión de que ha habido y hay una mayor demanda de acceso a tratamiento por parte de dependientes que ha chocado con la precariedad del trabajo en los centros debido a la pandemia (personal enfermo, teletrabajando, etcétera), una realidad no superada por completo.

Fases más agudas de la adicción

Lo que sí está claro es que el confinamiento y las restricciones debidas a la COVID han afectado de manera distinta a las personas toxicómanas en función de en qué fase de su patología se encontraran. Así, como explica Juan Jesús Hernández, responsable del Plan de Salud y del Programa de Intervención en Adicciones de Cruz Roja Española, quienes aún tenían un enganche grave han sufrido síndromes de abstinencia más problemáticos, mientras que los que estaban en un proceso de seguimiento de su patología sin haber logrado dejar estas sustancias han tenido también una peor evolución, al pasar a tener menos consultas y no ser presenciales. Las personas en fases adelantadas, con mayor motivación al cambio, como es el caso de Marta, han sufrido en general menos las consecuencias de la COVID en su patología.

En los meses de encierro, “se volvió a demostrar que hay adictos de primera y de segunda: quien necesitaba alcohol y tabaco durante el confinamiento obtuvo con regularidad su dosis. Pero si eras adicto a una sustancia ilegal, había muchas dificultades para conseguirla, por movilidad y acceso a los vendedores”, opina Hernández.

Explicar a la policía que era necesario salir a la calle para comprar droga o para acudir a un centro de venopunción no era siempre tarea sencilla. En aquellos meses los precios de la droga subieron, las sustancias estaban más adulteradas y era más complicado conseguir dinero para su adquisición. Entre otras razones, el parón de los viajes por la pandemia había afectado al tráfico internacional de estupefacientes, lo que produjo un cambio de los patrones de consumo.

Ya una vez terminados los meses de encierro duro, la situación ha mejorado algo para este colectivo. En los centros que gestiona Cruz Roja también se ha vuelto a prestar tratamiento, atención y asistencia a mayores de edad con cualquier tipo de adicción de manera gratuita, confidencial y sin que sea necesaria tarjeta sanitaria. En ellos se pueden encontrar profesionales de las áreas psicológica, social, médica y de enfermería, y recoger medicación o metadona. Aunque la situación sigue sin ser como antes. “Son como los centros de salud, es decir, que la realidad es que ninguno ha vuelto a la normalidad. Se prioriza la asistencia por teléfono cuando es posible, y la recogida de medicación lo más espaciada en el tiempo y las citas para evitar aglomeraciones”, subraya.

Pocos contagios incluso en las situaciones más extremas

Las organizaciones consultadas para este artículo coinciden en que les ha sorprendido la sensación de escasa prevalencia de la enfermedad en el colectivo de toxicómanos. Uno de los motivos que se barajan es el aislamiento en el que viven muchas de estas personas, a menudo víctimas del rechazo social, lo que les condenaría a una distancia ya previa y no deseada. La manera en la que les ha afectado la pandemia tiene más que ver con los cierres, el aislamiento, las nuevas dificultades para “buscarse la vida” en la calle.

Es lo que cuenta Aura Roig Forteza, directora de Metzineres, un “programa integral de reducción de daños” que ofrece “entornos de cobijo para mujeres que usan drogas sobreviviendo violencias”, y que tienen su sede en Barcelona. “La precariedad de las mujeres que acompañamos ha ido a mucho más. Muchas trabajan con turistas, pidiendo en la calle, con trabajo sexual, y la economía sumergida de la que dependían ha venido muy a menos”. 

La epidemia de la COVID ha afectado mucho a estas mujeres de este modo indirecto, tanto por el confinamiento como por la reducción o incluso cierre de los servicios sociales. Sin embargo inicialmente fue complicado que una población tocada por múltiples factores le diera importancia a la pandemia, para empezar porque no suelen tener mucho acceso a la información de actualidad. “En la primera época no entendían muy bien qué estaba pasando”, relata Roig. 

En el local de Metzineres, en el barrio barcelonés de El Raval, entre treinta y cuarenta mujeres al día acuden a buscar cobijo en un lugar seguro. “Tienen una especie de lugar de descanso, ya que muchas trabajan por la noche”. Allí pueden dejar sus pertenencias en taquillas, tratarse en enfermería si lo necesitan y entrar con sus perros, que es algo que la mayoría de los albergues de este tipo tiene vetado. Pero a menudo las mujeres que viven en la calle se sienten más protegidas si tienen un animal que les acompañe.

La asociación asegura que prefiere hacer activismo antes que asistencialismo: “Nos dedicamos mucho a los servicios básicos: alimentación, talleres de autocuidado, apoyo mutuo, solidaridad, sentimiento de pertenencia…”. Durante el confinamiento, como el suyo se consideró un servicio esencial, el local permaneció abierto, e incluso amplió su horario a sábados y domingos, aunque después los problemas presupuestarios les hicieron cerrar este segundo día. 

“Ya venían de realidades muy precarizadas que ahora se han agravado, con más situaciones de violencia por ejemplo en los llamados narcopisos o pisos de consumo”, asegura. Por otra parte, muchas de estas mujeres, sobre todo las más mayores, son supervivientes de otra epidemia, la del VIH. “Murieron sus compañeros y compañeras, ellas enfermaron y nadie se movió tanto por esas muertes, debidas a un virus también. Esto les hace sentirse de nuevo rechazadas”. 

Es pronto para tener una fotografía más nítida y basada en datos de cómo ha afectado y está afectando ahora la COVID–19 a las personas toxicómanas, pero una certeza es que como cualquier otro paciente crónico con patologías distintas al coronavirus, su realidad también se ha complicado, mucho más cuanto mayor es su situación de vulnerabilidad, precariedad y soledad. “No hay una gran diferencia en cómo se ha visto afectada una persona adicta –reflexiona el doctor Hernández– en el fondo hablamos de una enfermedad crónica”. Es posible que ello haya impulsado a algunos a tratar de superar cuanto antes la fase de consumo.

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