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Vencedores y perdedores de una noche electoral que tendrá consecuencias más allá de Galicia y Euskadi

Feijóo y Casado durante la campaña de las elecciones gallegas

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Gana Alberto Núñez Feijóo, el único presidente autonómico del PP que gobierna con mayoría absoluta, la cuarta desde 2009. Ha resistido a la crisis, al hundimiento de su partido, a unas fotos con un narco... Galicia es una anomalía. La única autonomía donde el bloque conservador permanece unido, de las pocas donde Vox es extraparlamentario. Casi la única región española donde las clases más desfavorecidas y rurales votan mayoritariamente a la derecha, mientras que las ciudades –más ricas– son de la izquierda. 

Gana Feijóo, y no el Partido Popular, cuyas siglas escondió el candidato porque solo le restaban. Gana Feijóo por méritos propios y también gracias a la inestimable ayuda de sus contrarios, incapaces de construir una alternativa en una comunidad autónoma que es bastante menos conservadora de lo que aparenta su parlamento. Por bloques –izquierda vs derecha– la distancia en número de votos no es tan amplia. La división de la izquierda y una ley electoral que sobrepondera a las provincias más rurales y conservadoras es lo que explica que Feijóo vaya tan sobrado de escaños. Viendo este parlamento, nadie diría que la izquierda gobierna seis de las siete principales ciudades gallegas y tres de las cuatro diputaciones. 

También gana el Bloque Nacionalista Galego, aunque sea una victoria pírrica. Vuelve a superar al PSOE y recupera el mismo espacio que por unos años le disputaron Podemos, las Mareas y su antiguo líder, Xosé Manuel Beiras. Es mérito de una buena candidata, Ana Pontón: la única cabeza de cartel que tiene casi seguro repetir dentro de cuatro años. También de los muchos errores del PSOE, Podemos y las mareas.

En Euskadi, triunfa Iñigo Urkullu. Logra uno de los mejores resultados del PNV de su historia, tanto en términos absolutos como relativos. Aumenta en porcentaje de votos y en escaños, y tendrá una posición de Gobierno aún más cómoda. Urkullu solo necesitará al PSE-PSOE para alcanzar la mayoría absoluta. 

Gana también EH Bildu, que se consolida como el segundo gran partido de Euskadi y como la última alternativa de Gobierno al PNV; el PSE-PSOE perdió esa condición de líder de la oposición y ahora es un actor subalterno. Se come gran parte de los votos que antes fueron de Podemos y tiene la posibilidad de un gobierno alternativo que dudo ocurra. Ese tripartito –Bildu, PSOE y Podemos– hoy suena imposible, aunque sume por los pelos la mayoría.

La extrema derecha también gana esta noche. No en Galicia, donde siguen siendo irrelevantes. Pero sí pone una pica en Euskadi. Con poco más de 4.500 votos en Álava, Vox se lleva una diputada: la desconocida Amaya Martínez Grisaleña. Será irrelevante en términos parlamentarios en el País Vasco, pero muy rentable para la estrategia de crispación de la extrema derecha en el resto de España. 

Los socialistas se llevan una doble derrota. En Euskadi, el PSOE recupera solo un triste escaño, lo que no se puede presentar como un gran éxito; en 2016 cayeron a un fondo en el que aún siguen.

En Galicia, los socialistas se quedan como tercera y última fuerza del parlamento. Es una enorme derrota, teniendo en cuenta que el PSOE ganó las elecciones generales en Galicia hace apenas un año y que en noviembre obtuvo el 31% de los votos. Este domingo no han llegado al 20%.

El PSOE paga otra vez en Galicia los mismos errores que arrastra desde hace décadas y también el mal desempeño de un anodino candidato, Gonzalo Caballero, que ha sido incapaz siquiera de mantenerse como el primer derrotado de la izquierda.

Pero si malos son los resultados del PSOE, peores son aún los de su socio de Gobierno. Este domingo, Podemos no tiene nada que celebrar. En Euskadi pierde casi la mitad de sus escaños. En Galicia, los pierde todos. De ser la segunda fuerza en el Parlamento autonómico pasa a quedarse fuera, con menos del 4% de los votos. Es la consecuencia de cuatro años de conflictos entre distintas familias políticas de la izquierda gallega, de unas luchas internas incomprensibles para la gran mayoría de sus votantes. 

No es solo una cuestión local, que también. Desde su techo electoral de diciembre de 2015, el partido que lidera Pablo Iglesias no ha parado de retroceder respecto a sus anteriores marcas en todas y cada una de las elecciones: generales, europeas, municipales y autonómicas. ¿Es consecuencia de su llegada al Gobierno? No está claro. Es una pronunciada curva descendente que empezó hace ya tiempo, pero que la llegada de Unidas Podemos al Consejo de Ministros tampoco ha cambiado. 

Ciudadanos, dentro de la derrota y de su evidente decadencia, consigue mucho más poder del que nunca tuvo. En Galicia repiten resultado: es decir, la nada. Pero en Euskadi consiguen entrar en el Parlamento, lo que es muchísimo, teniendo en cuenta que era un partido tan irrelevante que lo máximo que había tenido antes en toda su historia en el País Vasco fueron dos concejales y un juntero por Álava que acabó pasándose al PP. El anterior candidato a Lehendakari por Ciudadanos en 2016 hoy es concejal por Torremolinos.

El nuevo simulacro de “España suma” le ha salido muy rentable a Ciudadanos, pero muy poco al Partido Popular. Carlos Iturgaiz pierde casi la mitad de los escaños del PP, y eso que partía de un resultado pésimo. El de esta noche es aún más catastrófico: el peor en 34 años, y encima cediendo parte del exiguo botín a Ciudadanos. Desde 1986, cuando el PP era Alianza Popular, no habían tenido unas elecciones tan desastrosas.

Es un fiasco absoluto que tiene un gran responsable, y no es precisamente Carlos Iturgaiz. Es Pablo Casado, que fue quien decidió apostar por el mentor de Santiago Abascal como antídoto para frenar a Vox, y ni siquiera para eso le ha funcionado. 

Mientras Feijóo jugaba a ser de centro, Casado giraba aún más a la derecha. El resultado de ambas estrategias está a la vista y es una herida mortal para el líder del Partido Popular. Casado cosecha su sexta derrota electoral consecutiva, y solo lleva al frente del partido dos años.

El séptimo fiasco de Casado, casi con seguridad, será en las próximas elecciones catalanas, donde las perspectivas para el Partido Popular no son muy esperanzadoras. Empieza una nueva guerra interna por el liderazgo en la derecha. Feijóo gana en Galicia, pero no está claro que vaya a gobernar allí por cuatro años.

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