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El virus no va de poteo

Una terraza en el centro de Bilbao

Nagore Domínguez e Iker Mojón

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Silvia Urrutia se despierta cada día, desayuna, se asea, se viste, se calza y sale directa al trabajo donde verá, un día más, los rostros de sus clientes más habituales a los que considera amigos. Por la noche, llega a casa, se quita los zapatos, saluda a su marido y antes de ponerse a cenar, se sienta frente al televisor para ver el informativo. Como cada jornada desde el mes de marzo de 2020, escucha con atención para saber si mañana podrá volver a repetir su rutina o tendrá que cambiarla y quedarse en casa sin trabajar. Esta incertidumbre es, según Silvia, la peor parte de la frágil realidad que vive el sector hostelero, al que pertenece desde hace 31 años.

El 14 de marzo del 2020 la vida de los vascos cambió por completo. El país se paralizó para tratar de frenar un virus que, hasta ese momento, nadie pensaba que tendría grandes consecuencias en el territorio. Aun cuando se declaró el Estado de Alarma y Emergencia Sanitaria, la opinión pública creía que todo duraría solamente las dos semanas que se habían preestablecido. 

Echando la vista atrás, casi un año después, es fácil ver el gran cambio de la sociedad en un momento trágico y los grandes daños en vidas, en familias desmoronadas. No solamente por las muertes, sino por la devastación económica. Pues la movilidad reducida y el cierre de comercios durante casi 3 meses completos hizo que la fuente principal de ingresos de muchos autónomos fuera cesada.

Sin embargo, aunque esos establecimientos estuvieron durante ese periodo con el cierre echado, una vez el país se encaminó hacia la desescalada pudieron volver a su actividad casi de forma normal, salvo uno de estos sectores: la hostelería.

Los hosteleros y sus familias han vivido desde el comienzo de la pandemia en una continua montaña rusa, llena de subidas y bajadas, de aperturas con restricciones paulatinas hasta llegar a los cierres.

El caso de Silvia Urrutia, que lleva el Bar Torrekua en Ermua, no es algo aislado. Como ella, miles de hosteleros y hosteleras alrededor de Euskadi se levantan con la incertidumbre de saber que ocurrirá ese día y si mañana podrán abrir. Ahora, gracias a la resolución del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, ante la demanda de las distintas asociaciones de hosteleros contra la administración, no tendrán que preocuparse del cierre de sus negocios cuando entren en alerta roja y esto, según asegura Silvia, les da “otra tranquilidad”.

La hostelería siente que la administración le está apuntando con el dedo. Héctor Sánchez, gerente de la Asociación de Hosteleros de Bizkaia, afirma que a pesar de que en sus mensajes tratan de no criminalizar, las medidas del Gobierno Vasco lo hacen aunque sea de “forma indirecta” y añade que “aquí en Euskadi cuando el índice de contagio pasa de 500 lo primero que se cierra es la hostelería”. Sin embargo, estudios realizados por el Ministerio de Sanidad de España y más concretamente por el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, aseguran que tan solo un 3,2% de los contagios se producen en el ámbito hostelero. 

La responsabilidad es individual

Todos los hosteleros entrevistados para la elaboración de este reportaje coinciden en que no pueden ser “policías” y estar continuamente vigilando que los clientes respeten las medidas, Silvia Urrutia reconoce desesperada que ella controla los aforos y las distancias, incluso tiene en su local un cartel que advierte de que las mesas no se pueden mover, pero que cuando se “descuida ya las han acercado”. Entre chascarrillos y de forma retórica se pregunta: “¿Qué hago? ¿Contrato una persona?” Esto se traduce en más gastos. Aun así, ejercen el papel de vigilantes y llaman la atención a aquellos que incumplen las medidas, cosa que les puede costar la clientela y los ingresos. Así lo cuenta Pablo Intxaurraga, gerente del Bar London en Ermua: “No me puedo enfrentar a un cliente cuando él es el que me da de comer”. Los hosteleros comparten el sentimiento de que la responsabilidad no recae sobre ellos, sino sobre el individuo.

No he tenido que recurrir a la terapia, pero mentiría si dijera que no lo he pensado

Pablo Intxaurraga propietario del bar London de Ermua

A pesar de que las estadísticas dan la razón a los bares y restaurantes, a la lucha y constante vigilancia de la clientela se le suma la larga lista de restricciones de la administración central y la Comunidad Autónoma Vasca, que no dejan de añadir obstáculos a la actividad de estos negocios haciendo que muchos cierren. El restaurante Martín en Barakaldo permanece con la persiana bajada desde que en noviembre el gobierno de Urkullu decretase el “cerrojazo” de la hostelería casi por un mes. Jon Arrausi, el dueño del local, cuenta que dadas las circunstancias no le es rentable abrir de momento, pero que “se prepara para volver”. Su caso no es el único. Como él, muchos se plantean cerrar y algunos no de manera temporal, sino de forma definitiva. Este es el caso de Beatriz Martin de la Taberna Basaras, el bar más antiguo del Casco Viejo de Bilbao. 80 años de historia recaen sobre los cimientos de este local que generación tras generación ha visto crecer a Bilbao y ha dado vida a la calle Pelota. Beatriz lleva dirigiendo el local desde hace 14 años y le ayudan su hijo y un empleado. En octubre estuvo a punto de dejar el negocio definitivamente, pero decidió seguir adelante gracias a las ayudas del Gobierno vasco: “Hago caja y digo, pues menos mal que tengo las ayudas porque si no, no sé cómo os voy a pagar”.  

Ayudas insuficientes

Sin embargo, ¿son realmente suficientes? La facturación del sector en Euskadi ha bajado en 2.000 millones de euros en el ejercicio del año 2020 y las ayudas distan mucho de llegar al mínimo requerido, como cuenta Hector Sánchez: “Estimamos que las ayudas al sector eran, o tendrían que ser, en torno a los 300 millones de euros, el Gobierno Vasco en estos momentos a la hostelería ha destinado 45 millones”.

Dentro de las ayudas, encontramos los ERTE que durante el mes de febrero, han alcanzado la cifra de los 900.000 afectados en todo el país. Estos al menos, sirvieron para suplir las necesidades de los trabajadores del sector hostelero. Endika Ramírez, camarero del bar Covent Garden en Bilbao, fue una de las personas que estuvo bajo esta condición y, aunque el Gobierno central no cumpliera - o no pudiese cumplir - con los plazos establecidos, él y sus compañeros siguieron ingresando dinero en sus casas.

Los ERTE han sido beneficiosos para los trabajadores, pero los propietarios han tenido más inconvenientes a la hora de recibir ayudas. Los pagos seguían adelante: luz, agua, alquiler, el seguro… y a eso se le sumaba el pago de autónomos o impuestos como el IVA del trimestre. Esta situación en la que las facturas llegaban, pero los ingresos hicieron que muchos tuvieran que recurrir a ayudas de terceros, Silvia Urrutia tuvo que pedir ayuda a su madre en marzo porque no podía pagar la luz del local, Beatriz Martin recurrió a un préstamo para poder pagar a sus trabajadores y las dos tuvieron que echar mano de sus ahorros. Incluso algunos clientes se ofrecieron a ayudar económicamente, tal y como afirma la dueña de la Taberna Basaras.

La psique también afectada

Estas facturas que no cesan y se suman a la incertidumbre y al temor por el virus que vive entre nosotros, dando como resultado un malestar psicológico generalizado en la población, pero que se agrava cuando cada día al llegar a casa tienes que estar pendiente de que puedas seguir con tu negocio. Para Silvia, el peor momento fue marzo de 2020, el confinamiento, los quince días se convirtieron en un mes, ese mes en otro más y la vuelta al trabajo se veía cada vez más lejana: “Para mí fue lo peor, entre que estabas todo el día en casa, que no sabías cuando ibas a poder abrir, que andabas justo… era horrible”. Coincide con ella Beatriz: “Se me hizo durísimo ese tiempo encerrados en casa, decía ‘¿qué será de mi bar?’”. 

Según datos del Colegio Oficial de Psicología de Madrid, en España las consultas y el consumo de psicofármacos han aumentado alrededor de un 20%. Pablo Intxaurraga confiesa: “No he tenido que recurrir a la terapia, pero mentiría si dijera que no lo he pensado”. Y otros como la dueña de la Taberna Basaras han tenido que recurrir a antidepresivos ya que su sueño se ha visto severamente afectado por la pandemia y la inestabilidad de su negocio. El estrés, la angustia y el miedo lleva a la población a recurrir a terapia y muchos a necesitar medicamentos. La dueña de la Taberna Basaras admite haber tenido que recurrir a antidepresivos y que su sueño se ha visto severamente afectado por la pandemia y la inestabilidad de su negocio.

Una investigación sobre las consecuencias psicológicas de la COVID-19 liderada por la Universidad del País Vasco junto con otras del resto de España como la UNED o la Universidad de Barcelona demuestra que el 78% de las personas que han perdido su trabajo de forma temporal o definitiva sienten más incertidumbre y miedo que antes de que comenzase la pandemia. Es el claro caso de los hosteleros, que han tenido que cerrar en varias ocasiones o aquellos que por distintos motivos no les sale rentable volver a abrir.

La cabeza puede ser una aliada o una enemiga, pero cuando los factores que te rodean suponen una carga emocional extra, los aspectos positivos quedan invisibilizados y luchar contra la mente es complicado. En esos momentos, juegan un papel importante las personas del entorno. Tal y como afirma un artículo publicado en Science Daily, problemas mentales como la ansiedad mejoran si el paciente cuenta con una persona en la que apoyarse. La clientela es para la hostelería uno de esos apoyos. Su solidaridad da la fuerza necesaria a estos pequeños empresarios para seguir con el negocio. La conversación, las vueltas por la calle esperando a que se libre una mesa, la preocupación por el bienestar de la familia que hay detrás del negocio y otros tantos gestos son los que colocan algodones sobre este camino de espinas que cruzan los hosteleros desde hace casi un año.

2020, un año repleto de agonías y penas que dejó las calles vacías, pero que no ha impedido a los hosteleros protestar por su legítimo derecho a trabajar. “En Ermua fuimos de los primeros, nos hemos estado manifestando todo el rato- declara Silvia Urrutia- cuando hubo la reunión del LABI en Vitoria, nosotros movimos todo para ir”, Pablo Intxaurraga informa que fue él quien la convocó y estuvo en contacto con las distintas asociaciones de Euskadi. Ambos coinciden en que mucho efecto no tuvieron, pero que sirvieron para hacer ruido y que no fue hasta que se interpuso la demanda cuando lograron algo.

Ahora Silvia ya no está pegada a la televisión, ya no tiene la necesidad de sintonizar la televisión cada noche. Respira aliviada. Se pone el pijama y se mete a la cama, termina su día, queda uno menos para la vuelta a la normalidad.

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