El mundo necesita casi 69 millones de docentes nuevos para encarar con garantías la educación en 2030; 24 millones de ellos, maestros y maestras de Educación Primaria, el resto, cerca de 45 millones, profesorado de Secundaria y Formación Profesional. Más del 70% de estos nuevos puestos deberán cubrirse en los países del África Subsahariana y del sudeste asiático, aunque no podemos ignorar las situaciones de riesgo por motivos bélicos en países como Siria o Irak –en Asia Occidental- o Argelia y Egipto –en el norte de África- que suonen una pérdida continua de docentes.
Estos son algunos de los datos que recientemente ha publicado el Instituto de la UNESCO, que vela por el cumplimiento de los objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados años atrás en la asamblea de la ONU en Nueva York. Concretamente, el Objetivo 4 (Garantizar una educación de calidad, inclusiva y equitativa, así como la promoción de oportunidades de aprendizaje permanente para todos y todas) es el desvelo permanente de esta organización.
La UNESCO nos ha hecho este recordatorio, aprovechando la celebración mundial del 5 de octubre como fecha conmemorativa del trabajo que realiza el y la docente. Desconozco la trascendencia mediática de tal fecha en otros países, pero en el nuestro, tan solo las organizaciones sindicales de enseñanza (no todas) y algunos centros escolares han hecho un hueco en sus apretadas agendas para celebrar tal efemérides.
Y eso que 2016 es un año redondo para tal celebración. Coinciden dos acontecimientos, algo poco usual. De un lado, se cumplen 20 años desde que la UNESCO decidió que se celebrase tal conmemoración. Desde entonces el objetivo ha girado siempre en torno a la dignificación de la profesión docente, piedra angular de los pueblos del mundo en su desarrollo vital. De otro lado, en 1966 se aprobó por parte de la OIT y de la propia UNESCO la Recomendación relativa a la situación del personal docente en el mundo. Primer documento que señalaba la conveniencia de valorar la profesión que sirve de guía y acompañamiento en los procesos de enseñanza-aprendizaje a las nuevas generaciones de estudiantes de todo el mundo. Son 50 años, por tanto, los que lleva esta organización internacional alertando de los riesgos de una educación imperfecta, fraccionada, condicionada por las políticas discriminatorias, belicistas o segregadoras de aquellos países que ignoran el escaso futuro con el que deciden dotarse.
El lema elegido para este año 2016, “La valoración de maestros, mejorar su situación” pretende sacar a la luz la necesidad de apoyar a los y las docentes de la primera educación por la importante labor que desempeñan entre la población infantil, por su dedicación en la superación de los primeros traumas emocionales, por su colaboración en la trascendente labor de socialización comunitaria. Pero la reivindicación de tales objetivos estaría incompleta si solo se señalaran las necesidades cuantitativas de la educación mundial en el año 2030.
De ahí que la UNESCO nos alerte de que ese profesorado que se irá incorporando para cubrir las jubilaciones y atender las nuevas generaciones debe estar bien formado, poseer un entorno de aprendizaje seguro y obtener un salario digno. Son consideraciones que se hacen especialmente a los gobiernos de los países que ignoran el capital humano que suponen sus jóvenes, más allá de ser considerado potencial bélico o mano de obra barata; son consideraciones que se lanzan a cuantos países infravaloran sus políticas educativas en aras de otras austericidas; consideraciones, en fin, para obligar a reflexionar a quienes deciden ignorar el papel importante de las organizaciones de trabajadoras y trabajadores de la educación en la consolidación de las ideas progresistas para el progreso de las sociedades.
Y es que no estamos ante una cuestión banal. Que más de 263 millones de niños/as y jóvenes no vayan hoy a la escuela debe hacernos pensar que nuestra cooperación internacional no está a la altura de las circunstancias. Que, además, 25 millones de ese alumnado en edad escolar probablemente nunca ponga un pie en un aula, o que sólo el 14% de los jóvenes terminen la educación secundaria en países de bajos ingresos señala unos déficits de solidaridad internacional que no consiguen enmascarar las acciones desinteresadas de las organizaciones no gubernamentales.
Algo falla de base en nuestro sistema de colaboración internacional y de ahí la oportunidad de los tirones de oreja que nos dedican la UNESCO y la Internacional de la Educación, aunque utilicen una celebración como la del Día internacional del/la docente para ello. Aunque seamos pocos quienes aceptemos que hay algo que recordar los 5 de octubre de cada año.
Sin embargo, aproximadamente 263 millones de niños y jóvenes no van a la escuela, según los últimos datos del UIS. Esto incluye 25 millones de niños en edad escolar que probablemente nunca poner un pie en un aula, mientras que sólo el 14% de los jóvenes terminan la educación secundaria superior en los países de bajos ingresos. Claramente, SDG 4 exige un cambio radical en la prestación y la calidad de la educación y los maestros.
Cada sistema educativo es tan bueno como los maestros que imparten la educación práctica. Estudio tras estudio se ha confirmado su papel fundamental en la mejora de la calidad de la educación y los resultados del aprendizaje
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