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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¡Quema tu bikini, chica!

Andrea Momoitio

Debería estar prohibido que el verano sea sinónimo de traumas. Comprarse un bikini que te quede bien es misión imposible; el moreno de los anuncios, leyenda urbana; un día de playa nunca es tan idílico como en las series; el agua de las piscinas jamás está tan limpia como aparece en las fotos de las revistas; depilarte con cera en pleno julio, cruel. La vida siempre es mucho más torpe que en las películas. Me pregunto por qué nadie se tropieza en los anuncios.

El verano empieza en enero, cuando después de los atracones de navidad, comienzan a abrasarnos con anuncios de dietas. “Es una carrera de fondo”, parecen decirnos. No vayamos a creer que es posible estar mona si te pones a dieta en abril. El esfuerzo tiene que empezar antes. Eso sí, la publicidad sobre las dietas se mezcla con la moda de hacer cupcakes y, claro, una no es de piedra. La situación roza lo absurdo, pero la caña que nos tenemos que meter las mujeres para estar siempre apetecibles no tiene nada de gracioso.

Si aterrizase un marciano hoy, aquí, volvería a su planeta medio loco. Imagino que tiene que ser delirante mirar a las mujeres de tu alrededor; ver los anuncios de las marquesinas y no poder comprender por qué las mujeres que pasean por la calle nada tienen que ver con las que adornan los espacios publicitarios. ¡Ay! ¡Inocente marciano! Las mujeres de los anuncios no existen. No es que sean pocas y estén escondidas en algún lugar es que, sencillamente, no existen. Son fruto de un programa informático que se llama PhotoShop. Me apuesto lo que queráis a que lo inventó un hombre. No sé si el mismo u otro distinto al que decidió que el modelo de belleza ideal pasa por un 90-60-90. Aún no tengo claro a qué corresponden cada una de las medidas.

La presión por estar siempre guapas; la tradición de los piropos; la obsesión por las dietas; o la exposición pública del cuerpo de las mujeres son situaciones, que hemos normalizado, a pesar de todos los peligros que entrañan. La presión a la que estamos sometidas las mujeres para satisfacer los deseos de la mirada masculina es una forma más de ejercer violencia. ¿Qué hay detrás? La idea, aún vigente, de ser “la elegida”; de ser lo suficientemente atractiva para que algún hombre crea que eres merecedora de su amor. ¿Quién dijo que en los cuentos se acaba comiendo perdices? ¡Todas las princesas están a dieta!

Tomar conciencia

Tomar concienciaMi generación ha crecido creyendo que la igualdad entre hombres y mujeres está ya lograda. Luego, la vida empieza a demostrarte que nada de eso es cierto. El acceso al mercado laboral es más complicado para nosotras; las cargas familiares siguen sobre nuestras espaldas; la operación bikini parece patrimonio de las mujeres. Más allá de las dietas, la maternidad y las tallas imposibles, a nosotras apenas nos pertenece nada más. Somos la mitad de la población mundial, pero estamos muy lejos de acceder a la mitad de los recursos. Imagino que esto tampoco sería capaz de entenderlo el marciano.

Ante el panorama, que nos obliga a tirarnos horas y horas delante de espejos distorsionados, hay quien nos dice que la solución pasa por aprender a querernos más allá de lo que digan los anuncios de belleza. Lo cierto es que valorarnos es una asignatura pendiente para las mujeres, que hemos aprendido a mantenernos en un segundo plano, a no molestar, a estar siempre dispuestas para otros, a construirnos en base a expectativas ajenas. Sin embargo, intentar solucionar individualmente un problema que nos afecta a todas las mujeres del mundo resulta más que complicado. El feminismo puede curarnos las heridas que nos hace el machismo cuando nos relega, cuando nos invisibiliza, cuando nos hace sentir que todo lo que tenemos para mostrar de nosotras mismas es el envoltorio. Hemos montado un mundo basado en estructuras crueles; las más jóvenes crecen en un planeta que alaba más cómo se pintan las ralla del ojo que sus inquietudes; la belleza está mejor valorada que la creatividad; en un mundo de acción, en las mujeres la quietud es una virtud. Estar siempre dispuestas. Siempre guapas. Siempre delgadas. Siempre posando. Siempre gustando. Es agotador, cruel.

Frustraciones ajenas

Frustraciones ajenasCada año, por estas fechas, me planteo comprarme un bikini nuevo. El que tengo, naranja y con palmeras, está ya ajado. Lo compré hace años y, desde entonces, no he vuelto a atreverme a buscar uno nuevo. Es imposible no deprimirte en el probador de cualquiera de esas tiendas que ignoran la realidad de nuestros cuerpos en una defensa incomprensible de una talla 34 en la que no cabemos la mayoría. Y sales de allí haciendo dietas en la memoria, pensando en comer más fruta o andar más habitualmente. Un colectivo feminista de Zaragoza ha lanzado una campaña maravillosa. Es sencilla y efectiva. Han diseñado unas pegatinas que pegan en las etiquetas de la ropa: “Eres más que una talla”, dicen. Hoy leía también en Facebook que una mujer que se cuida no es aquella que está dieta sino la que está alerta y no permite que nadie cuestione su vida o sus decisiones. Defendamos nuestros cuerpos, los que se parecen mucho a los que aparecen en televisión y los que no jamás serían elegidos para un anuncio. El mundo nos debe todas las horas que hemos pasado ante el espejo; todos los bollos que no nos hemos comido; todos los disgustos que nos hemos llevado ante el espejo; el dinero que nos hemos gastado para gustar, para encajar. Empecemos a cobrar lo que nos deben.

Andrea Momoitio, integrante de Pikara Magazine, en colaboración con medicusmundi gipuzkoamedicus

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