Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Tramar la fuga
Parece que suena algo, cada día más cerca, que no se distingue con lucidez, pero está. Es el zumbido de la decepción. Ya no es solo que las cosas huelan a podrido, es que la podredumbre se ha vuelto estructural, casi arquitectónica. Vivimos en un edificio donde los cimientos están hechos de fango, pero se nos exige admirar el estuco de la fachada. Y lo notamos. Vaya si lo notamos.
La sensación generalizada es la de estar “en off”. El ciudadano medio camina hoy con el piloto automático, en un modo de suspensión emocional. Nos hemos convertido en pantallas negras, en ‘stand-by’. Asistimos al espectáculo de la política y la actualidad no con ira —la ira requiere una energía que ya nos han robado— sino con la frialdad de quien ve llover tras un cristal sucio. Vemos los montajes, las trampas legales, las privatizaciones de lo que era nuestro y, sobre todo, vemos la gran impostura moral.
Porque lo que más duele en este instante de la historia no es solo el robo de la cartera, sino el saqueo de la confianza. Se ha roto el precinto de la intimidad. Miramos hacia arriba, a las esferas de poder, y ya no vemos gestores, sino depredadores. Y aquí hay que ser sutil pero implacable: la corrupción ya no es solo económica; es carnal. Es la mano que se alarga demasiado en el despacho cerrado, el abuso continuado que se disfraza de autoridad, la doble vida de quienes predican la virtud en la tribuna pública mientras en la sombra ejercen un derecho de pernada moderno, psicológico y físico. Esa sensación de que “todo vale” si tienes el cargo adecuado ha calado hasta los huesos. Nos dicen que nos protegen, pero la realidad es que somos cazados en cotos privados.
En este escenario de depredación y cinismo, donde la verdad se fabrica en gabinetes de crisis y la dignidad se vende al peso, la tentación es el nihilismo. Tirar la toalla. Apagar el interruptor del todo y dejarse llevar por la corriente. Pero eso es lo que el sistema, en su voracidad, espera. Espera cuerpos dóciles y mentes apagadas.
Por eso urge diseñar, sin escribirlo, un manual de Gobernanza en la Fuga.
Y esta es una “fuga” en el sentido musical: una polifonía donde, mientras el tema principal (el ruido, el fango, el abuso) suena a todo volumen, nosotros empezamos a tocar otra melodía por debajo, casi imperceptible, pero constante.
La estrategia debe ser la del erizo. O mejor, la de aquel curioso caso de la Isla de las Rosas en 1968, cuando un ingeniero italiano construyó una plataforma en aguas internacionales para declarar su propia micro-nación. El Estado italiano, nervioso por algo que no podía controlar, la bombardeó. ¿La lección? No construyas castillos que puedan ver y bombardear. Construye refugios invisibles.
El primer paso de esta fuga es la Recuperación de la Identidad. En un mundo que nos quiere convertir en meros datos y víctimas potenciales, salvaguardar quién eres es un acto revolucionario. Esto se hace despacio. Se consigue apagando el ruido mediático que nos intoxica y volviendo a la conversación de tú a tú. Es crear espacios seguros —literalmente seguros— donde las manos ajenas no te toquen sin permiso, donde la palabra dada valga más que un contrato. Es volver a centrar nuestra atención: no regalarles ni un minuto más de nuestro miedo a sus telediarios.
Se propone lo siguiente, la Logística de lo Pequeño. Si el sistema es un gigante torpe y abusivo, nosotros debemos ser agua. El agua no se rompe; el agua se filtra. Frente a la privatización de la sanidad o la educación, tejemos redes de cuidado mutuo tan densas que el mercado no pueda penetrarlas. Frente al acoso y el abuso de poder, instauramos la ley del “creernos”. Si la justicia oficial llega tarde o no llega porque está ocupada midiendo los tiempos electorales, la justicia de la comunidad debe ser inmediata: el aislamiento del agresor, el abrazo a la víctima. Crear un perímetro de seguridad.
Hay una anécdota fascinante sobre los prisioneros de guerra que, para no volverse locos, jugaban partidas de ajedrez mentales, sin tablero, gritándose las jugadas de celda a celda. Construían una realidad paralela, lógica y ordenada, en medio del caos. Nosotros debemos jugar ese ajedrez. Mientras ellos se revuelcan en sus escándalos, en sus “y tú más”, nosotros movemos fichas reales en la vida real.
Conseguir este objetivo poco a poco requiere paciencia. Es dejar de esperar que un “líder” nos salve, porque ya hemos visto que los pedestales de mármol suelen estar llenos de grietas inconfesables. La salvación es horizontal. La identidad se blinda cuando dejas de definirte por lo que odias (ellos) y empiezas a definirte por lo que amas y proteges (los tuyos, tu tiempo, tu cuerpo, tu verdad).
Tramar esta fuga es aprender a vivir dentro del continuo espectro de oscuridad sin ser digeridos por él. Es mantener esa luz del ciudadano encendida, pero con la intensidad baja, para no llamar la atención, alumbrando solo lo que tenemos cerca: el corazón, la ternura y la verdad. Ellos pueden tener los titulares, los juzgados y los consejos de administración. Pero si lo hacemos bien, si somos inteligentes y discretos, se darán cuenta demasiado tarde de que, aunque controlan el edificio, nosotros somos quienes tenemos las llaves de las salidas de emergencia.
Que sigan haciendo ruido. Nosotros estamos ocupados afinando el silencio… ya sabes por qué la discreción vale tanto, porque no te pueden atrapar y mientras lo intentan, tú sigues, trabajando, luchando y viendo con perspectiva estratégica la situación. Cuando llegas, los demás todavía están pensando de dónde vienes.
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