20 años con don Enrique en Puebla de la Calzada
Quien desee conocer de primera mano un testimonio visual e imaginativo de lo que fue la llamada Edad de Plata de la literatura española (1898-1936), no puede dejar de visitar la exposición fotográfica que, bajo el título “20 años con don Enrique”, pone colofón al curso escolar en el Instituto de Educación Secundaria Enrique Díez-Canedo de Puebla de la Calzada.
Erudito de las letras, a la vez que poeta, don Enrique –como le solían llamar sus contemporáneos y aún se le reconoce en el instituto de Puebla- sigue siendo, a día de hoy, un rara avis en el reconocimiento a los mejores valores literarios de habla hispana del primer tercio del siglo XX, a pesar de que su labor como crítico mereciera en su día el respeto unánime de sus contemporáneos, como nos recuerda Andrés Trapiello en una de las escasas ediciones de su obra poética casi completa, editada por La Veleta en Granada en 2001.
El blanco y negro de las fotografías que se exponen en el instituto poblanchino con motivo, además, del vigésimo aniversario de su fundación, hacen un recorrido por la vida, amistades y circunstancias de este gran poeta, políglota traductor y crítico ecuménico nacido en Badajoz en 1879 y muerto en Cuernavaca, México, el 7 de junio de 1944. Resulta admirable ver su figura acompasada de los diversos estilos literarios, ya con bigote alfonsino y aires de romántico, ya con canotier propio de la belle époque, y muy siglo diez y ocho y muy antiguo y muy moderno, audaz, cosmopolita, tal y como cantara su admirado Rubén Darío, a cuyas lecturas poéticas asistiera en vida del llamado Príncipe de las letras castellanas, de quien este año de 2016, apenas sin pena ni gloria, se ha cumplido el primer centenario de su muerte.
Persona humilde donde las hubiere, ajeno a prebendas y reconocimientos, renunció a contender con Unamuno por un sillón en la Real Academia Española, sillón que ocuparía finalmente en 1935 tras leer un excelente discurso titulado Unidad y diversidad de las letras hispánicas, contestado por Tomás Navarro Tomás. La revista Litoral, señera en nuestro corpus literario y que hoy día se sigue editando –pronta a cumplir su centenario en el 2026-, le dedicó en 1944, año de su muerte, un monográfico que el mismo Instituto de Puebla de la Calzada tuvo a bien reeditar en facsímil y donde poetas y escritores de la talla de Juan Ramón Jiménez, León Felipe, Concha Méndez, Emilio Prados, Alfonso Reyes, Max Aub y muchos otros rinden sentido homenaje (sirva como merecido el cliché o frase hecha) a Díez-Canedo, pero sobre todo muestran el agradecimiento que le debían por haberles ayudado a iniciarse en el difícil mundo de la literatura y de la publicación de lo escrito.
En plena Guerra Civil, en 1937, a pesar de estar a salvo en Argentina, regresó a España mientras otros muchos se marchaban. Él dijo que volvía junto a la República “para hacer bulto”. En sus posteriores años de exilio en México –de todos sus libros me quedo con las poesías vertidas en El desterrado, publicado en 1940- contó, precisamente en un artículo que se publicó en el periódico Excelsior el mismo día de su fallecimiento (“Velázquez en casa”), su participación desinteresada en la fundación, en 1904, de la conocida como Universidad Popular de Madrid: entre su labor estaba la de guiar las visitas al Museo del Prado de grupos de obreros analfabetos a quienes explicaba las pinturas. Ahí queda todo dicho sobre su persona.
Quedan pocos poetas como este y menos críticos aún, por eso es de agradecer la labor del IES Díez-Canedo de Puebla de la Calzada, siempre atento a la reedición de sus obras y al redivivo interés por don Enrique. Como escribiera acerca de él en el número conmemorativo de Litoral, y a modo de epitafio, su amigo el poeta José Moreno Villa, “Fue jovial, animoso, erudito y poeta, jugó limpio, vivió en impecable lealtad y ponderación, no dejó un solo enemigo”.