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Camisetas negras en la sociedad del espectáculo

Protesta contra las agresiones sexuales en sanfermines.

Alicia Díaz

Se abre el telón. El feminismo se ha convertido en un cajón del sastre en el que siempre hay un hueco para esos objetos que no sabes bien qué hacer con ellos, si tirarlos o guardarlos, por si algún día fuera necesario sacarlos de la barahúnda caótica de lo inservible. Últimamente ando bastante desconcertada, me pregunto si el patriarcado ha vuelto a introducir sus profundas zarpas sobre mi piel con la única esperanza de que alguna antitetánica pueda hacer algo para que la enfermedad no se propague por mis venas; incluso he creído sufrir una mutación de origen neoliberal y he reproducido un visionario imaginario en el que aparecía abrazando a Albert Rivera, no sin que antes se produjera alguna arcada como coste a mi autoflagelación.

Al parecer un grupo de mujeres feministas sin identificar han lanzado vía aplicación WhatsApp un mensaje - con emoticonos incluidos - cuya petición versa en una medida “reivindicativa” que consiste en que las mujeres - de cualquier zona geográfica - vayan vestidas con camisetas de color negro durante las fiestas de San Fermín como acto de protesta por la libertad de los cinco condenados por abusos sexuales en Pamplona hace dos años.

Mi cabeza iba a mil por hora, intentando encontrar un nexo de unión entre boicotear las fiestas de san Fermín y luchar por los derechos civiles y, que, además, dicha acción tuviera una repercusión lo suficientemente potente como para que se produzca algún cambio significativo en nuestra legislación. Me conformaba con la idea de que el cambio fuera más allá de lo legislativo, propiciando la suficiente agitación social que obligara al poder gubernativo a estar a la altura de las circunstancias.

Pero ¿qué cambios estructurales se producirían si ese día decidiera desde Cáceres, por ejemplo, llevar puesta una camiseta de color negro? Posiblemente achicharrarme de calor, que las temperaturas en tierras extremeñas no son un tema baladí y las prendas oscuras siempre son más absorbentes de las temperaturas altas.

¿Qué queremos visibilizar con esta acción? La injusta decisión judicial que ha dejado en libertad a “La Manada” ¿Acaso no se ha visibilizado lo suficiente este caso concreto? Pues creo que ha gozado de una amplia franja horaria televisiva, en prensa, política, medios de comunicación y de difusión como para que haya llegado el momento de darle su lugar a otros abusos que llevan produciéndose de forma regular.

El problema de las violaciones no se encuentran en Pamplona, las violaciones se producen en cualquier contexto social y demográfico en el que haya mujeres y exista violencia y desigualdad; es decir, en todo el mundo, a todas horas, a todas las edades y, sobre todo, se acentúa si esas mujeres están en una situación de vulnerabilidad y precariedad, y no digamos en mitad de conflictos belicosos, pese a que los medios se empeñen en mostrarnos a mujeres, en mayor medida, de clase media y alta e incluso pertenecientes a la esfera del más absoluto elitismo. Claro ejemplo lo tenemos en el movimiento hollywoodense Me Too.

Una de las causas de las violaciones es el abuso de poder y dentro de ese poder central se encuentra el económico, condición sine qua non para que se produzca una dominación a gran escala.

Entonces pienso en toda esa mole destructiva que lleva a las mujeres a ser tratadas por los hombres como aquel objeto del cajón del sastre y a ser utilizadas a su vez por el neoliberalismo, capaz de captar a mujeres violadas para utilizarlas en actos simbólicos aparentando ser reivindicativos. Y pensé: ¡Vaya logro neoliberal lo de hacerme pensar que no pertenezco al grupo si no rindo pleitesías a la remera azabache!

Y me refugio en el maravilloso legado de la gran Mijáilovna Kolontái para encontrarme donde comencé; en el marxismo, en el socialismo, en el feminismo radical y en la conciencia de clase. Consigo respirar hondo, aliviada y congratulada por hallarme mientras leo lo siguiente: “Los tres factores fundamentales que distorsionan nuestra mente, y que deben afrontarse si se pretende resolver el problema sexual, son: el egoísmo extremo, la idea del derecho de propiedad y el concepto de desigualdad entre los sexos en el ámbito de sus experiencias físicas y emocionales”. Y claro, desvanezco en un profundo orgasmo intelectual que me lleva a la génesis de la materia.

En ese momento me llega un mensaje de un amigo y cómplice camarada que me recuerda a Guy Debord y a “La sociedad del espectáculo”. Gracias, compañero. Debord define a la sociedad del espectáculo como el dominio autocrático de la economía mercantil que había alcanzado un status de soberanía irresponsable y el conjunto de las nuevas técnicas de gobierno que acompañan ese dominio. Las técnicas consistían en convertir en mundo la falsificación, haciendo desaparecer el conocimiento histórico en general, eliminado los últimos vestigios de la autonomía científica y consiguiendo que el secreto domine el mundo.

Para Guy Debord el mundo se divide entre una minoría perversa que domina el mundo a través de la desinformación y los ingenuos que la aceptan: “La desinformación es el mal uso de la verdad. Quien la difunde es culpable, y quien la cree imbécil”.

Para el filósofo, el concepto de espectáculo unifica y explica una gran diversidad de fenómenos aparentes. Sus diversidades y contrastes son las apariencias de esta apariencia organizada socialmente, que debe ser a su vez reconocida en su verdad general. Considerado según sus propios términos, el espectáculo es la afirmación de la apariencia y la afirmación de toda vida humana, y por tanto social, como simple apariencia. Pero la crítica que alcanza la verdad del espectáculo lo descubre como la negación visible de la vida; como una negación de la vida que se ha hecho visible.

Quizá sea eso, que no quiero ser la ingenua - o la imbécil - que cree aspirar a que la sociedad sufrirá cambios transformadores a través de un hashtag, una red social o con una camiseta de color negro. Posiblemente a muchas personas este texto le esté resultando excesivamente crítico bajo la idea de “cualquier acto es positivo”, pero a la altura en las que estamos, me niego a pensar que exista alguien que no haya visto aún que lo simbólico es tan efímero y confortable que permite que, una acción de esta mediocre características, haya sido noticia hasta el punto de ser tratada por los informativos nacionales. Claro ejemplo del máximo espectáculo contemporáneo de lo estrictamente alegórico y aparentemente revolucionario. Nada más lejos de la realidad.

De nada sirve ahora argumentar que cualquier medida relacionada con el abuso sexual y San Fermín no está ligada a un caso específico por haberse normalizado. Normalizar un problema hablando continuamente de él, tiene el fin de soslayar el conflicto estructural e impide que sea identificado y transformado. Por este motivo, cualquier acción asociada a las demandas feministas en ese espacio, será infructuosa al quedar intoxicada por la invisibilización de una naturaleza ya naturalizada.

Se cierra el telón.

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