La vida en los campamentos de refugiados: “La Jungla de Calais es un infierno donde sentí mucha humanidad”

Acaba de aterrizar en Mérida, pero Virginia tiene presente cada instante su viaje. Esta joven, activista de la Plataforma Ciudadana Refugiados Extremadura, ha regresado del campamento ‘La Jungla’ de Calais, en el norte de Francia.
Se trata de un campo en el que conviven más de 6.000 personas que dejaron atrás sus países e iniciaron una huida desesperada. Familias huyendo de la guerra y la violencia, que reclaman asilo. Permanecen a la espera para cruzar hacia Gran Bretaña, justo en el borde que separa Francia de Inglaterra.
Una espera angustiosa que eritreos, afganos, kurdos e iraquíes, sudaneses o sirios, comparten juntos en 'La Jungla'. Personas sumergidas en un ‘limbo’ donde el tiempo parece haberse detenido. Donde nadie sabe muy bien cuándo saldrá. En Calais y Dunkerque, en pleno corazón de Europa, miles de refugiados sobrevieven bajo unas condiciones extremas. A la espera de una respuesta por parte de la Unión Europea.

Virginia define ‘La Jungla’ de Calais como un infierno inundado por balsas de agua y fango. Sin agua corriente, luz o saneamiento.
Bajo estas condiciones se ha levantado una ciudad en forma de mar de plásticos, tiendas de campaña y palés. De sus calles relata el trasiego incesante de refugiados que deambulan y soportan el duro invierno del Paso de Calais.
El trabajo de los voluntarios en Calais
Esta joven se unió al programa de voluntariado que organizan diferentes asociaciones de manera autogestionada, en colectivos como 'Calaisaid'. Juntos han montado un gran almacén que recibe a diario toda la ayuda que llega a modo de donaciones.

Un almacén (se llama Warehouse) en el que se clasifica ropa, mantas y zapatos.
También se cocina la comida, se hacen bolsas de primera necesidad, se prepara el material de aseo o las bombonas de gas con las que calentarse. Junto a Virginia pasaron las navidades allí más españoles como voluntarios, entre ellos Nieves y María, Koldo o Jesús.
El almacén reúne a diario en torno a 200 personas, jóvenes y mayores, venidos de todos los rincones de Europa (la mayoría británicos y alemanes). Armados con su generosidad y dispuestos a echar una mano en lo que sea.
Toda la ayuda que se prepara va directa a ‘La Jungla’ de Calais y el cercano campo de Dunkerque. Los voluntarios denuncian que el gran peso del trabajo recae en las ONG y asociaciones, “y el único gesto que hemos visto por parte del Gobierno francés ha sido el control policial y las vallas metálicas”.

El concepto de refugiado
Lo primero que destaca la activista, que recorrió más de 1.800 kilómetros desde Extremadura a Calais, es que ha atendido a personas refugiadas. Es decir, a familias venidas de zonas en conflicto que tienen derecho a pedir un refugio (como bien indica la palabra refugiado). Bajo el amparo de la carta de Derechos Humanos. Otros simplemente migrantes en busca de una vida mejor.
“Europa habla de derecho de asilo y a escasas dos horas de Bruselas, en el corazón de la UE, somete a los refugiados a condiciones indignas”.
Pese a la estampa angustiosa que describe, insiste en que el ambiente gris no estaba dentro de la jungla. Más bien fuera de él, “a los pies de un gobierno que mira para otro lado y responde a esta crisis humanitaria con una alambrada kilométrica recubierta de concertinas y un férreo control policial”.
“Los refugiados nos han narrado casos de violencia policial mientras paseaban en torno al campo, agredidos sin motivos”. Así comenta por ejemplo que en las caravanas de primeros auxilios que hay en el campo de 'La Jungla', los médicos “atienden numerosas magulladuras tras los golpes”.

Ella y el resto de voluntarios denuncian tambié el control hacia las personas voluntarias. Así, por ejemplo, necesitan el salvodonducto de alguna asociación para tener acceso al campamento de Dunkerque, y poder atender a los refugiados.
Mientras pasa el tiempo, cada noche los jóvenes intentan colarse en algunos de los camiones que cruzan el Canal de la Mancha. “Nos llegaban desde 'La Jungla' casos de chicos que morían intentando hacerlo. Otros lo lograban y avisaban a sus seres queridos con una llamada desde Londres”.
Por el contrario, en el interior de ‘La Jungla’ sintió “mucha humanidad”. “La humanidad de familias enteras a las que no les falta una sonrisa”. “Allí descubres a la gente más humana que te puedas imaginar, capaces de compartir contigo lo poco que tienen”.

“Y pese a todo, hay vida en sus calles principales. En un campo que se ha levantado a base de palés y maderas, donde no faltan restaurantes, iglesias, colegios… incluso un Hamman”. Tampoco faltan las expresiones artísticas, que inundan sus rincones. “Expresiones que ayudan al caminante a dignificarse, porque pese a vivir en ‘La Jungla’ seguimos siendo personas. La vida continúa aquí, y la dignidad inunda cada rincón”, comenta.
La situación no solo no tiene visos de arreglarse, sino que sigue creciendo a marchas forzadas, en pleno corazón de la Europa de los derechos y los valores. Junto a Calais se formó hace dos meses otro nuevo campamento de refugiados, en Dunkerque, a escasos 30 kilómetros. Allí conviven principalmente kurdos, de Irak, y otros países.
Un campo más pequeño “donde el barro te llega a las rodillas, y donde se concentran infinidad de familias con niños. Algo que sin duda te encoje el alma”.
El de Dunkerque es un espacio situado junto a una exclusiva zona residencial, que carece de infraestructuras de madera o afines que den cobijo a los refugiados, a diferencia de 'La Jungla'.
Todos conviven literalmente en el suelo, junto a balsas de agua en estado de putrefacción que llenan el terreno, “un lodazal que alcanza las rodillas, y todo lleno de niños”. El olor de este campo, “difícilmente explicable con palabras”. Duras vivencias, y duras reflexiones si se tiene en cuenta que los voluntarios coinciden en que esta estampa 'deshumanizadora' es mejor que vivir en una ciudad en guerra, bombardeada.
El contraste de realidades
“Lo que más me llamaba la atención no eran los campamentos, sino regresar a la ciudad, a Calais y Dunkerque, y sentir lo alejada que vive esta gente de lo que está pasando a los pies de sus casas”. La voluntaria de Refugiados Extremadura relata haber sido víctima de actos xenófobos, como por ejemplo denegarle habitación en un hostal tras la pertinente pregunta del recepcionista de “¿vienes a Calais como voluntaria o como turista?”.
“También fui testigo junto al resto de compañeros de cómo, frente al albergue juvenil, uno de los coches de un voluntario inglés amaneció con las cuatro ruedas pinchadas”. “Por suerte, no todo el mundo es así, y aunque eran pocos, también hemos tenido a compañeros voluntarios venidos de Francia”.
