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Netflix, Miley Cyrus y la soledad
Netflix ha anunciado esta semana que ya no se podrá compartir una única cuenta entre varios usuarios en casas distintas. Imagino que esto habrá creado miles de conversaciones en grupos de WhatsApp de todo tipo: aquellos que aprovecharán para desmarcarse de la factura conjunta, los que recalcularán el coste total y quienes siguen indagando sobre cómo burlar esta nueva medida. Sea como fuese, yo en lo único en que he podido pensar es en que Netflix rentabiliza la soledad de sus usuarios. Somos muchas las que durante años —y todavía hoy— buscamos series con capítulos de veinte minutos que nos acompañen mientras comemos. Netflix es una fábrica de ruido blanco. Alimento para los nostálgicos de Friends o los que crecimos con los Simpson (aunque ninguna de ellas esté disponible en la plataforma).
En las últimas semanas he leído y visto (en libros buenos y guiones malos) una idea que se repite: “No hagas tal cosa o tal otra si la haces con tal de no estar solo”. Como si estar solo fuese un mal menor, un bien en realidad infravalorado. La soledad se ha convertido ya hoy en día en el tema central de infinidad de discursos: políticos, artísticos, populares. En su perfil de Facebook, la poeta y pensadora María do Cebreiro advertía hace unos días sobre la posibilidad de que relatos emancipadores y empoderados como el de la letra de Flowers, el más reciente hit de Miley Cyrus, escondan una realidad menos agradable: la idea de que no necesitamos a los demás, un modo de narcisismo que se cultiva bajo la excusa del despecho, de la superación del desamor, de una falsa imagen de la salud mental. Cuando la señora Dalloway de Virginia Woolf dijo que compraría las flores ella misma, sabía que estaba adornando una fiesta en la que se sentiría sola rodeada de mucha gente, un mal cada vez más común —casi un tópico— en un tiempo donde la estética dominante sería algo así como la romantización del Lost in translation (película que, por cierto, cumple ya 20 años, el problema viene de largo). Cuando Miley Cyrus canta que se dará la mano a sí misma, la figura retórica es prácticamente imposible, ridícula y, no obstante, nos parece natural, deseable, terapéutica.
La soledad es hoy en día una suerte de epidemia silenciada que se vive con vergüenza y que afecta principalmente a las personas mayores, pero no solo. En 2022 supimos que el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 trabaja junto a las comunidades autónomas en una Estrategia Nacional frente a la Soledad no Deseada. Pero seamos sinceros, ¿los modelos que nos rodean permiten decir en voz alta que uno se siente solo? Hasta hace poco, la soledad formaba parte principalmente de modelos de vida disidente: gente que se apartaba de la norma heteropatriarcal, como la figura de la solterona o la comunidad LGTB+, todos ellos demonizados; pero, cada vez más, se suman a este grupo perfiles de lo más diverso: estudiantes universitarias, divorciados, chicos con problemas para emanciparse o ya emancipados. Todo gira en torno a los afectos. ¿Qué redes nos sostienen?
Ahora que se acerca San Valentín, quizá sería momento de analizar cómo el modelo de familia tradicional, pareja monógama y amigos vinculados a momentos únicamente amargos o de ocio, nos está conduciendo con paso lento pero seguro hacia la soledad, hacia un sentimiento claustrofóbico donde es imposible pedir ayuda y uno corre el riesgo constante de entregarse a otro “con tal de no estar solo”. ¿Pero qué supone lo contrario a esa entrega?
A Netflix le gusta que cada uno vea series solo en su casa, que Miley se dé la mano a sí misma, que siga estando mejor visto vivir solo que compartir piso y que temamos que nos hagan daño por encima de cualquier otra cosa. Y es que hay otros modelos, otras maneras de sentir, afectos más libres y duraderos. Otros modos de exponerse al abismo. La soledad no deseada no debería pasar por que la elijan por nosotros.
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