David Reboredo: “Las últimas veces que consumí eran diferentes. No volvía a la calle. Pero a la justicia le dio igual”
David Reboredo está pagando todavía el error que cometió con tan sólo 18 años. Ahora, con 44, se encuentra en prisión por el menor de sus delitos: ser un enfermo. Nos vemos en uno de sus días de permiso en la casa familiar, donde se respira paz después de unos meses intensos. Se le ve relajado, seguro, acompañado por su padre Edmundo y su pareja Lili, empezamos hablando de fútbol, una de sus pasiones, y acabamos haciéndolo sobre la vida. Esta es su historia, contada por él mismo, lejos de las cámaras y los micrófonos que lo han perseguido sus pocas horas de libertad.
¿Cómo entras en el mundo de las drogas?
Empecé a tontear en BUP: fumas un canuto, sales de fiesta... Era un adolescente más. Ya cerca de los 18, la heroína era un boom en El Calvario y llega un día que tienes curiosidad. En ese momento se veía como lo más, porque no se sabían las consecuencias. Paraban todos en las cercanías del instituto, incluso dentro. Pero mira cómo es que la primera vez que me puse lo hice fuera. Aquí me daba un poco de respeto, no estaba seguro. Al final me fui de acampada con unos amigos a Puebla de Sanabria y la probé. Nos gustó la experiencia pero a la vuelta no queríamos pillar.
¿Y por qué repetiste?
Tenía dudas. La gente decía que era chunga, que enganchaba. Pero tampoco veías a nadie hecho polvo, como pasó después. Te empiezas a engañar: “Yo la puedo controlar, consumo cuando quiero”. Dos semanas después conseguimos un dinero y decidimos comprar. Pillamos durante una semana todos los días pero cuando se acabó...
Apareció el síndrome de abstinencia.
Claro. Al principio leve, pero te duelen los riñoñes, te ves sudando. Te das cuenta de que, carallo, no es ninguna tontería. La primera vez que sentí el mono estaba con dos colegas, dos hermanos que murieron poniéndose. De aquella o tenías 2.000 pesetas o no comprabas heroína. Como no nos llegaba pensamos: compramos una botella de vodka y con la borrachera se nos pasa el mal rollo. ¡Mira qué ignorantes éramos! Luego descubres que sólo te lo puedes quitar poniéndote otra vez.
¿A qué te llevó eso?
Para mantener el vicio empiezas a hacer tus movidas. Que si pillar hachís aquí para venderlo al otro y sacarte unas pelas para la papelina. Empiezas a dar problemas en casa, a robar cosas, que si una cadenita, un anillo. No piensas lo que haces, sólo quieres el dinero, quieres quitarte el mono, que es superior a ti. Llega un momento en que te despiertas cada mañana pensando que si no tienes el chute lo vas a pasar mal.
¿Es cuando te das cuenta de que estás enganchado?
Sí, cuando te pasas el día pensando cómo conseguir dinero para la siguiente. Vives para la heroína. Es una obsesión. Cuando tienes, te pasas todo el día pillando. Si puedes estar las 24 horas colocado, lo estás. Te guardas algo para mañana pero ya estás pensando que se te va a acabar. Después empiezas a mezclar con la cocaína, que casi fue más perjudicial. Me hizo mucho daño. Es una droga sin límite, no tiene fondo. Cada cinco minutos necesitas más. Al principio, es una droga para salir de fiesta. Luego ya no quieres a nadie a tu lado.
¿Cuál fue el momento más duro de esos años?
Recuerdo especialmente a mi amigo Juan. Venía limpio de estar en Proyecto Hombre. Por entonces yo iba todos los días a comprar a Baiona. Estábamos en un monte, dentro del coche. Me dijo que quería y le preparé la chuta como si fuera para mí. Consumía mucho en ese momento. De repente me di cuenta de que no hablaba, que no se despertaba. Me acojoné, una angustia brutal. Arrancamos a toda hostia y me acuerdo que, a mitad de camino, iba encima de él intentando reanimarle, para que reaccionara. Claro, yo le daba en el pecho, ¡pero no sabía! Al final despertó, pero lo pasé fatal.
Otros no tuvieron tanta suerte.
No. (Se pone serio, apesadumbrado) Uno de los hermanos que te decía antes, estaba con él cuando murió, tomábamos lo mismo. Sus padres estaban en el pueblo. Me fui de su casa y me aireé por el camino y se me bajó un poco, porque en un principio nos habíamos quedado los dos dormidos. Él nunca más se despertó. Fui el primero en entrar a su piso al día siguiente con los bomberos. Estábamos juntos todos los días y me extrañó que no apareciese. Cuando llegué y vi la luz encendida supe que había pasado algo. Podría haber sido yo.
¿No tuviste miedo a acabar igual? ¿No te planteaste dejarlo?
Es lo primero que piensas. Me acuerdo que ese día tenía una papela. Al principio lo último que quería era meterme, estaba de bajón. Mi colega acababa de morir y me podía haber quedado con él. Pero a las cuatro horas me la fumé. Yo me chutaba y pensé: mejor me la fumo, que es menos jodido, pero no la tiras. ¡Mira cómo me engañaba! El deseo era más fuerte que el miedo. También acallaba el dolor de la pérdida. Con lo mal que lo estoy pasando, me voy a poner y ya está, pensaba. Cuando estás enganchado pasas por encima de todo. Puede estar alguien muerto a tu lado y tú poniéndote. Esta es la última, mañana lo dejo, pero manaña nunca llega.
¿Cómo se sobrevive en la calle para tener dinero todos los días?
Tienes que buscarte la vida constantemente. El Calvario estaba lleno de chutaderos en aquella época, fueras donde fueras te encontrabas con uno. Aquellos años hice de todo. Robos, tirones, 'chiné' coches para robar el radiocasete, pequeños trapicheos... Al final sabes que vas a caer y acabas cayendo. Entonces me condenaron justamente, me lo merecía. Pagué por mis errores.
¿Y la Policía?
Te paraban y cacheaban todos los días cinco o seis veces. Si tenías algo, lo escondías. Aparecían como en las películas, cruzando el coche, encañonando a la gente. Recuerdo un día estar en un coche con un amigo, que se estaba haciendo un porro. Apareció la secreta apuntándonos a la cara. Empiezas a tenerles odio, a verlos como el enemigo. Otras veces te intentaban camelar. Si me dices quién te lo vendió, no te quito la papelina. Si te chantajeaban con la multa o arrestarte, te daba igual.
¿Pasaste muchas noches en el calabozo de comisaría?
Muchas. Lo peor era estar de mono, dándote de cabezazos contra la pared. Gritos toda la noche. No te daban nada, como mucho un Nolotil, que no te hacía efecto. Entonces la metadona era ilegal. Sé lo que era la ciudad sin ella y lo que es ahora. La gente debería estar muy satisfecha. Al menos 5.000 personas la toman en Vigo, personas que estarían robando o trapicheando todos los días para consumir, para buscarse la vida.
En 1989 ingresas por primera vez en la antigua prisión de la Avenida de Madrid, ahora reconvertida en un CIS, donde te encuentras recluido en la actualidad. ¿Cómo era entonces?
Desde el 89 al 92 entré y salí de prisión varias veces. Estaba tres días, una semana... Dentro no tenías nada. Vendías la 'chupa' nada más entrar para pillar una papela. Luego tenías que conseguir la jeringuilla, que utilizaban a lo mejor 20 tíos, la pasaban por lejía y el siguiente. Era un ruleta rusa. Dentro había droga a paladas, como en la calle. Caían bolas desde fuera continuamente. Vivías como en la calle, pero en un espacio cerrado.
Y eso provocaba problemas.
Tenías que afrontar cosas muy jodidas, situaciones límite. Te venía uno con un puñal a robarte y no te quedaba otra. Una tensión constante. Por cualquier tontería, incluso un cigarro o una mala palabra, te retaban o amenazaban. Había que tener mucha mano izquierda, no buscarse enemigos. Lo peor es que metían a un chaval de 20 años que salía de allí peor y con una libreta de contactos: el que traía paquetes de coca, el que movía, se organizaban atracos. Estabas dentro pensando qué harías al salir, para que no te pillaran de nuevo. Te creías más listo pero volvías a caer.
¿Qué cambió en 1992?
Que dije basta. Vi a demasiados amigos arruinados, que salieron de la cárcel y no duraban nada. Quise cortar, cambiar. Pasé varias temporadas, incluso años, sin consumir. Tuve tropiezos, recaí, pero quería dejar la heroína. Ya había metadona. La mayoría tomábamos naltraxona, que te ponías pero no te hacía efecto. Pasabas el 'mono' y te lo daba tu familia, vigilando, porque intentabas no tomarlo. Pero la primera vez te metes.
¿No te lo creías?
(Risas) Caes como un pardillo. Te han dicho: no te va a hacer nada la heroína, es más, te puede sentar mal. Pero tú pruebas. Eso no puede ser, piensas. Hasta que lo haces y no te pone. Entonces nos pasamos a la cocaína. Un desastre. Sea como sea, tienes que estar convencido de no consumir. Si no, no aguantas el 'mono'. Te encierras y a los cinco minutos estás rompiendo el candado. Te retiras en el primer asalto.
¿La tentación era tan fuerte?
Siempre está ahí. Estás bien y, de repente, recaes. Es muy fácil entrar pero muy dificil salir. Joder, ¿por qué después de cuatro años volví a pillar?, te preguntas. Ni tú mismo lo sabías. Te vuelves a engañar, sólo fue un día, pero cuando te das cuenta vuelves a estar liado. Lo más duro fue empezar de cero. Tu vida era pensar qué hacer para tener droga. Las horas que ocupabas en ello estaban ahora desiertas. Todos los que conoces andan en la historia y siempre están hablando de eso.
Pasan los años y en 2006 te detienen otra vez. ¿Qué ocurrió aquel día?
Tenía una mala racha y había vuelto a tontear. Había quedado con uno para un pase cuando oigo el aviso de que hay policía. Me fui y unas calles más abajo me pillan. No tenía nada encima, pero decían que habían visto cómo le daba una papelina por dinero. Le encontraron la droga al chaval, que se murió un mes antes y no pudo testificar en el juicio, pero tampoco firmó el acta policial. Él nunca dijo que se la hubiera pasado yo. Cuando vi a la jefa de la Udyco, una tal Ana, supe que estaba jodido. En comisaría me avisó de que me iban a caer unos añitos.
¿Pero el dinero nunca apareció?
Nunca. En el juicio declararon que se lo había dado a mi compañera (Lili, su pareja, que se encuentra a su lado durante la conversación). Pero ni la pararon, ni la registraron. Ni siquiera aparecía reflejada en el acta, sólo cuando mi abogado le apretó se lo sacaron de la manga. ¡Pero si el dinero lo había escondido! Decían que me tenían vigilado, que me habían visto vender todos los días, pero resulta que no sabían dónde vivía y estábamos al lado. Si fuera así, tendrían actas de otros compradores, pero no existían. ¿Cómo que me beneficio con la droga? A mí la droga me arruinó la vida. Me encarcelan por tráfico de drogas y no tengo ni un duro, ni coche, nada.
¿Tienes la impresión de que estabas ya sentenciado? ¿De que eras un presunto culpable?
En el juicio sólo tenían el testimonio y fue suficiente. Mi abogado me avisó de que en la Sección Quinta de la Audiencia Provincial había dos posibilidades: o llegas a un acuerdo y aceptas cuatro años o entras en sala y te condenan. Tú confías que los jueces vean falta de consistencia y no te condenen, pero no valía de nada. Eran minucias para ellos. No me lo quería creer. ¿Cómo me iban a juzgar por una papelina después de tanto luchar?
Al ser tu primera condena, la suspenden con la condición de que no reincidas y estés bajo tratamiento. ¿Cómo lo viviste?
Fue como tener un palo en el culo. Sabes que cualquier estupidez te puede llevar a la cárcel. No puedes cometer ni un error. Me exigían estar abstinente, me hacían dos análisis semanales en CEDRO, que el juez no admitía, y cada seis meses una de pelo del forense. Una recaída significaba entrar en prisión. No es lógico. Cualquier profesional reconoce que durante tu rehabilitación vas a tener recaídas. Es impepinable, es parte de tu proceso.
Y tropezaste otra vez en 2009.
Tenía mucha presión. Quedé con un antiguo amigo. Ya estaba fuera de ese mundo y no sabía dónde pillar. Cuando me estaba dando una papelina, de 10 euros, nos sorprende la Policía. Y otra vez Ana. Como no estaba vendiendo, no creí que fuera a pasar. Es cuando me veo esposado y de camino a comisaría. Allí me dijo: “Esta vez no te libras”. Ahí supe que no había salida, que iban a declarar que yo era el que vendía.
Te ves con siete años de prisión por delante. ¿Cómo lo encajas?
Estaba haciendo todo lo que me mandaban, me había pasado seis meses en el centro de Alborada, en Tomiño. Los recursos judiciales vienen de vuelta, se agotan. Ocho años cumpliendo que no valieron para nada. Todos los informes médicos eran positivos, avalado por profesionales y asociaciones, que lo peor para mí era ir preso. Mi familia nunca me había visto tan bien, sufriéndome desde los 18. Las últimas veces que consumí eran diferentes. No volvía a la calle. Hoy estoy hastiado, aquello me superó hace tiempo. Pero a la justicia le dio igual. No daba crédito.
[“Y el daño psicológico que nos hicieron pasar”, exclama Lili, hasta ese momento callada. “En ocho años envejecimos 20. No dormíamos pensando cuándo llegaría el día”]
La incertidumbre nos mataba poco a poco. Los indultos, la última esperanza, habían sido rechazado. Ves que acabarás entrando, pero no sabes cuándo. No sabía muy bien qué hacer. Le dije a Lili: cuando salga tendré 50 años, haz tu vida. Nos rompía en dos. Hasta que llega el día y no quieres creerlo. ¡Me van a hacer pagar siete de los mejores años de mi vida por dos papelinas!
¿Tuviste más miedo esta vez que las anteriores?
Mucho más, mucho más dura. Las otras sabía que era culpable. No tenía una vida. Aunque la prensa lo amortiguó. Iba de camino y no paraba de recibir llamadas. Cuando llegué a la cárcel de A Lama había muchos viejos amigos esperando en la puerta. Me sorprendió que causara tanto revuelo. Fui en volandas.
¿Tuviste un recibimiento igual de caluroso dentro?
Hubo de todo. La mayoría conocía mi caso. A algunos no les gustaba que recibiera tanta atención. Pero yo no pisaba a nadie, buscaba mi libertad. Es más, creo que mi caso puede ser válido para otros en mi situación. Lo que me ha pasado a mí no debería pasarle a nadie. Con los días te reafirmas más. A un narco lo pillan con una tonelada y le caen menos años que a ti por una papelina.
Con quien sí tuviste algún problema fue con la dirección del penal. ¿Qué ocurrió?
No tuve ningún problema, ninguna falta ni negativo. Pero no les gustó la carta que publiqué en la prensa a finales de año. Me callé más de lo que me hubiera gustado. Sólo pedí una atención médica correcta. Antes de entrar tuve la revisión de la prótesis de cadera. Tenía la infección un poco alta y me habían mandado unas analíticas, urgentes. Después de cuatro meses aún no he podido hacerlas. Es para quejarse, no creo que fuera tan grave. Pero se lo tomaron como un problema de seguridad.
¿En algún momento titubeaste, sentiste el deseo de recaer entre rejas?
Para nada. Me siento muy fuerte. Ni siquiera se me pasó por la cabeza, y eso que la situación podía llevarme a pensar en tirar todo por tierra. Pero no quiero volver. Nunca lo he tenido tan claro. Si hubiera estado solo, es muy probable que lo hiciese.
¿Temías defraudar a quienes te apoyan?
Me dieron la vida en los días malos, sobre todo en Navidad. Cuando entré no sabía la magnitud, estaba impresionado con lo que me contaba mi familia en las visitas. Pensaba que sería algo pasajero, pero la gente seguía peleando. Recuperé la esperanza. Empiezas a creer que es posible. Después me enteré de la huelga de hambre de Willy Uribe y, pensé, esto me está sobrepasando. Me llegaban cartas de todas partes de España, algunas que me pusieron la piel de gallina. Te convences de que lo que pides es justo, de que no eres tú, que te engañas una vez más.
Y llegó el indulto parcial. ¿Cómo te enteras?
Estaba en el taller de hilos, haciendo un dibujo de Mickey, porque estaba aprendiendo aún (sonríe). Tenía la radio encendida y lo escuché, pero no sabía para qué condena era. Bajé corriendo a llamar. Comunicaba, comunicaba (la prensa llamaba incesantemente en ese momento) hasta que me cogieron en casa. Pero sabían lo mismo que yo. Hasta que hablé con el abogado y me confirmó que era la segunda. No pude evitar dar un salto de alegría en la cabina.
¿Crees que algún día podréis arrancaros ese estigma?
La gente empieza a ver las cosas de otra manera. Pero otros nunca lo entenderán. Todos los que estuvimos enganchados tuvimos problemas con la justicia. Y pagamos, pero ya pasaron muchos años. Es como si nunca se acabara. ¿Qué más tenemos que hacer para que nos perdonen? No cometemos ningún delito contra la salud pública, nos hacemos daño a nosotros mismos.
¿Qué cárcel fue más dura, la de las drogas o la de rejas?
Sin duda la de las drogas. Cuando vives enganchado estás mal en todas partes. Lo duro es que intentes hacer las cosas bien y te castiguen cuando intentas dejar atrás una vida en las drogas.
¿Un deseo?
Ser libre al fin y que nadie pague con cárcel ser un enfermo.