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Rajoy celebra los 40 años de que en Galicia “el Amazonas varió su curso”

El expresidente del Gobierno Mariano Rajoy (i) y el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo (d), en la conmemoración de los 40 años de las primeras elecciones al Parlamento de Galicia.

Daniel Salgado

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El Amazonas era la UCD y la única fuerza capaz de hacer variar su curso en la Galicia de 1981, la Alianza Popular. Aún contra todo prognóstico, incluido el de sus propios candidatos. Esta es la versión que Mariano Rajoy, ex presidente del Gobierno y ex vicepresidente de la Xunta, ofreció este miércoles en Santiago de Compostela de las primeras elecciones al Parlamento de Galicia. Su relato fue de orden, institucional, sin lugar para la agitación social y política que sacudía las calles y que forzaron, por ejemplo, un Estatuto más ambicioso del inicialmente previsto. Pero trufado de anécdotas y pullas contra adversarios como Francisco Vázquez o Camilo Nogueira. Éste último compartió debate con el.

La frase sobre el Amazonas es uno de los grandes éxitos de los relatos más amables sobre la Transición en Galicia. La pronunció en su día el presidente de la preautonomía, José Quiroga: “Que UCD pierda la mayoría sería casi como cambiar el rumbo del Amazonas”. Fue justo en vísperas de que la perdiese, y la Alianza Popular, heredera aún más directa del franquismo y en la que un Rajoy de 26 años era candidato, las ganase. “Lo cierto es que al día siguiente de las elecciones el Diario de Pontevedra, dirigido con maestría y finura por Pedrito Rivas, abrió a cuatro columnas con el titular: 'Y el Amazonas cambió su curso”, recordó Rajoy. Gerardo Fernández Albor, un médico de supuestas, gaseosas veleidades galleguistas, y que había sido piloto de la Luftwaffe, se convirtió así en presidente.

Aquel Gobierno, en el que el propio Rajoy ejercería de director general de Relaciones Institucionales, fue de coalición. Los 26 escaños de AP pactaron con los 24 de UCD. En la oposición había 16 del Partido Socialista, tres del BN-PG -enseguida expulsados del hemiciclo por negarse a acatar la Constitución en una operación a todas luces injusta-, Esquerda Galega uno y otro del Partido Comunista. “Lo cierto es que entre AP y UCD sumaban 50 de los 71 diputados, se pusieron de acuerdo y formaron gobierno”, recordó Rajoy, quien lo explicó con una de sus enrevesadas máximas, a medio camino entre el trabalenguas y la sabiduría que da la experiencia: “Aquí somos así, hasta que dejemos de serlo, si es que lo dejamos de ser algún día, cosa que yo ignoro. Las cosas son como son”.

Ya metido en su personaje, el de señor de Pontevedra con cierta socarronería y un algo de falsa modestia, contó como el primer Parlamento se constituyó en el Pazo de Xelmírez de Santiago -“el señor arzobispo se apiadó de nosotros y nos lo cedió”- y cómo no tenían “ni despachos ni bolígrafos” pero sí “ilusión”. Su defensa del Estatuto de Autonomía de Galicia y del éxito del “modelo autonómico” contrasta con el discurso recentralizador que se extiende en la actual dirección de su partido. También con sus años al frente del Ejecutivo central: la ley Montoro o la ley Wert prueban que se mostró más partidario de la segunda opción que de la primera. Pero Rajoy no vino a Santiago a hablar de política, sino a soltar anécdotas.

Por ejemplo, la de su debate con Manuel Iglesias Corral sobre la capitalidad de Galicia. “Era un un hombre inteligente, formado, culto, muy largo”, dijo, “había sido fiscal de la República y un coruñesista contumaz”. Y diputado de la ORGA de Casares Quiroga en las Cortes republicanas de 1933. El caso es que 40 años antes también había discutido con Rajoy, pero con otro, Enrique, abuelo de Mariano y, aunque monárquico, partidario entonces de la autonomía gallega y redactor del Estatuto del 36. “Ustedes los Rajoy no tienen remedio alguno”, aseguró Mariano que le espetó Iglesias Corral tras discutir con él sobre si Santiago de Compostela o A Coruña debían ser la capital del país.

Fue precisamente ese desacuerdo uno de los que más profundamente marcó los primeros años del desarrollo del Estatuto aprobado en 1980. Y el que cimentó una de las figuras más destacadas y controvertidas de la política gallega de la autonomía, Francisco Vázquez, entonces líder socialista, después ultralocalista alcalde de A Coruña por ese partido durante 13 años, y hoy en un lugar político compartido con PP, Ciudadanos o incluso Vox. Rajoy se refirió a él como uno de los parlamentarios que más se beneficiaba de a “generosidad con los tiempos” de Antonio Rosón, presidente de la Cámara gallega y una figura discutida por su militancia falangista en la Guerra Civil. “El señor Vázquez consumió más turnos en el debate sobre la capitalidad que cualquiera de los diputados actuales en una legislatura entera”, afirmó.

Otro tanto sucedía, añadió, con Camilo Nogueira, una de las principales figuras de la izquierda nacionalista gallega y único diputado de Esquerda Galega, pero “su palabra era culta y entretenida, se le escuchaba con atención”. A su iniciativa se deben el impulso legislativo de la normalización del gallego o la traída de los restos de Castelao desde el exilio argentino. Pero Rajoy no había venido a hablar de política y no se refirió a esas cuestiones, sometidas a dura polémica. Su historia de los inicios de la autonomía, y de los convulsos gobiernos de Albor, atravesados por brutales peleas internas, estaba suavizada. Rajoy venía sobre todo a celebrar que el Amazonas cambió de curso, AP acabó unificando a las derechas españolas -por lo menos hasta 2015- y que Galicia es “referencia obligada para entender que un estado descentralizado puede ser estable y eficaz”.

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