Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Si ya tenemos el poder para modificar el clima, ¿por qué no deberíamos usarlo?

La mayor parte de la comunidad científica confía en la reducción de emisiones

Marta Sofía Ruiz

Hasta ahora, la mayor parte de los intentos por frenar el cambio climático se han centrado en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y en desarrollar una nueva generación de sistemas y cultivos resistentes a sus consecuencias, como cosechas preparadas para soportar los aumentos de temperatura.

Conforme el reloj corre en contra de la salud del planeta, sin que se estén alcanzando los objetivos fijados en cuanto a reducción de emisiones, otro tipo de métodos comienzan a postularse como alternativas. Camino prohibido para unos y vía necesaria para otros, la geoingeniería, la manipulación intencionada del clima, comienza a ser cada vez más citada cuando se barajan opciones para intentar que el cambio climático no dañe el planeta de forma permanente.

Aunque relativamente inexplorada, la tecnología ya está disponible: en teoría ya poseemos los medios necesarios para modificar el clima artificialmente. Sin embargo, existe una falta de información sobre el impacto, los beneficios y los costes de estos métodos —especialmente en lo que respecta a frenar la radiación solar— que obstaculizan, por el momento, su desarrollo y aplicación.

La mayor parte de la comunidad científica no parece dispuesta a jugar con la naturaleza y enfrentarse a las posibles consecuencias. “Se han considerado muchas posibilidades, pero las frenan los posibles efectos desconocidos o inesperados”, explica a HojaDeRouter.com Upmanu Lall, director del Columbia Water Center y especialista en ingeniería medioambiental.

El experto aclara que a la hora de hablar sobre la intervención en el clima, y además de la ya explotada posibilidad de reducir las emisiones y sustituir los combustibles fósiles por energías renovables, hay dos vías principales, ambas analizadas recientemente por la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (NAS) en sendos informes.

En primer lugar está la opción de retirar el CO2 y otros gases de efecto invernadero de la atmósfera. Según el organismo estadounidense, y a pesar de que métodos como el de la fertilización con hierro de los océanos deberían investigarse más en profundidad por sus posibles peligros, otros encarnan pocos riesgos y han sido bastante estudiados.

“La eficacia está probada pero el coste y la energía que se necesita para muchos de ellos es alta”, concreta Lall. Además, según el experto, absorber el CO2 y almacenarlo podría no tener un impacto significativo en el panorama climático que, ya afectado por su presencia, no sería capaz de volver a estados previos al empeoramiento. 

Llegamos entonces a la segunda vía, la más polémica, y también la que podría combatir de forma más rápida algunas de las consecuencias del cambio climático: la ingeniería solar. La idea consiste en frenar las altas temperaturas liberando partículas cargadas con sulfatos en las capas altas de la atmósfera, lo que haría que parte de la luz del sol rebotara y no llegara a incidir sobre la Tierra.

“Sé que funcionaría. Por supuesto habría efectos secundarios, pero sé a ciencia cierta que funcionaría. Por una razón: ya se ha hecho anteriormente. Y no lo hemos hecho nosotros, no yo mismo, sino la propia naturaleza”, explicaba David Keith, firme defensor de la exploración de estas tecnologías, en una controvertida charla TED.

El experto aludía a experiencias con erupciones volcánicas, como la del monte Pinatubo, que a comienzos de los años 90 envió un montón de azufre a la estratosfera creando una nube de gas que provocó que, durante un tiempo, la cantidad de radiación que llegaba a la superficie terrestre fuera mucho menor. El efecto sobre las temperaturas fue tangible e incluso mayor que en otras erupciones en las que se produjo el mismo proceso.

Según Lall, la posibilidad de poner “espejos gigantes” en el espacio que reflejen la radiación solar también se ha discutido. Pero, al igual que con otras posibles técnicas de modificación solar, el mundo académico sigue estando generalmente en contra.

La NAS afirma que, a juzgar por los datos teóricos y observacionales, el control de la radiación solar podría compensar algunas de las consecuencias del calentamiento global en pocos años y con un coste directo relativamente bajo. Sin embargo, emplear estas técnicas de modificación del clima a gran escala conllevaría una serie de riesgos ambientales, sociales, legales, económicos, éticos y políticos debido a la falta de conversaciones y de acuerdos al respecto. “Es necesario determinar si las técnicas de modificación del impacto de la radiación solar son una respuesta climática viable”, sentencia.

Los informes y sus indicaciones se enmarcan en la línea de lo que reclama el físico David Keith, que lleva años batallando por la profundización en el campo. “Hemos decidido colectivamente que preferimos la ignorancia. Necesitamos un programa serio, abierto, lógico e internacional de investigación. Y no tenemos uno. Es pura cobardía política”, afirma el profesor.

Un pasado de negación

La intervención en el clima no es un invento reciente. La idea de ‘jugar’ con el mismísimo sol se remonta a los años sesenta. Distintos informes que mencionaban la geoingeniería pasaron por las mesas de los presidentes de los Estados Unidos, empezando por Johnson en 1965. La NAS tampoco acaba de empezar con los informes al respecto: en 1977, 1982, y 1990 ya se había considerado la posibilidad.

Sin embargo, durante los últimos veinte años el tema se ha ido convirtiendo en una especie de tabú, una opción políticamente incorrecta. A pesar de que voces como Paul Crutzen, químico neerlandés ganador del premio Nobel en 1995 por sus investigaciones sobre la incidencia del ozono en la atmósfera, hayan avisado de que sería positivo explorar sus posibilidades, y de que otros como Keith lleven años abogando por lo mismo, la investigación al respecto sigue virtualmente detenida y la mayor parte de la comunidad científica se opone firmemente a retomarla.

“Yo no propondría que se usaran este tipo de métodos por todas las posibles consecuencias inesperadas. La mejor solución para luchar contra el cambio climático es eliminar las emisiones cambiando la infraestructura energética”, defiende Mark Z. Jacobson, profesor de ingeniera civil y medioambiental de la Universidad de Stanford. Lall añade que, mientras las estrategias para retirar el CO2 son caras y podrían no obtener resultados relevantes, el manejo de la radiación es directamente peligroso y podría tener consecuencias graves “regional y globalmente”.

Podría disminuir la presencia de ozono estratosférico e incluso podría alterar los patrones de precipitaciones. Además, esta intervención no contrarresta la elevada concentración de dióxido de carbono en la atmósfera.

La tecnología plantea otro problema grave: su uso podría hacer que se redujera la preocupación sobre los efectos negativos de los gases de efecto invernadero en el clima, lo que se considera un riesgo moral. Al pensar que existe una solución fácil y rápida, gobiernos, empresas y ciudadanos podrían cejar en su empeño por combatir la contaminación del planeta.

Casi todos los expertos, tanto los que están en contra como los que se muestran a favor, coinciden en un punto: el siguiente paso debería ser un tratado que regule el estudio de la geoingeniería y quién (organismo o países) tendría derecho a emplearla. 

Si no, la comunidad internacional podría encontrarse ante un conflicto difícil de gestionar: “Si China se despierta en 2030 y se da cuenta de que los impactos en el clima son inaceptables, podría no mostrarse muy interesada en nuestras discusiones morales acerca de cómo hacerlo y decidir que prefiere tener un mundo con geoingeniería que sin ella. Y no tendríamos un mecanismo internacional para determinar quién puede tomar esa decisión”, defiende Keith.

“Hay un acuerdo de las Naciones Unidas que prohíbe a los países realizar modificaciones del clima, pero no está claro si se aplica a la geoingeniería”, concreta Lall.

Por el momento, la larga lista de contras inclina la balanza hacia métodos más conservadores como la reducción de emisiones. Sin embargo, expertos como Keith se preguntan qué sucederá si, el día en que realmente se controlen las emisiones, algunas cosas ya no tienen marcha atrás.

“Tal vez ese mismo día también nos demos cuenta de que la capa de hielo de Groenlandia se está fundiendo de forma inaceptablemente rápida, suficiente como para incrementar unos metros el nivel del mar en los siguientes 100 años y borrar así algunas de las grandes ciudades del mapa. Esa es una situación absolutamente posible. Podríamos decidir en ese instante que, incluso aunque la geoingeniería era incierta y moralmente inquietante, era mucho mejor que la decisión de no optar por ella”, alertaba ya en 2007.

Al menos por ahora, y a pesar de sus copiosas advertencias, los riesgos son demasiados altos. La tecnología seguirá durmiendo en un cajón a la espera de que, incluso con todos sus puntos negativos, un día se convierta en necesaria. O a que, gracias a los esfuerzos conjuntos, en el futuro sea solo una anécdota sobre las medidas que llegaron a plantearse, pero no a tomarse, en los peores momentos climáticos del planeta.

-------------------------------------------------

Las imágenes de este artículo son propiedad por orden de aparición de Gerald Simmons, Sean, NASA Goddard Space Flight CenterCIATGreenland Travel

Etiquetas
stats