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Un festín literario en Magaluf, meca del turismo de borrachera: “Aquí hay mucha fiesta, pero el festival nos encanta”

Lectoras de Joana Marcús aguardan a que la escritora a la que admiran les firme un libro.

Pablo Sierra del Sol

Eivissa —
4 de octubre de 2025 21:14 h

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Siri Hustvedt no consigue hacerse amiga del ascensor del hotel. Para bajar directamente a la planta en la que está alojada, en la pantalla que hay sobre los botones de los pisos la autora de La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres debería poder escanear el chip de la pulsera de color rosa que le han puesto en la muñeca. Pero no puede. “En recepción pediré una pulsera nueva”, dice, con una mueca simpática. Sigue sonriendo mientras el ascensor la lleva, por defecto, a la planta baja, donde tratará de solucionar el malentendido. La misma sonrisa –amplia y luminosa– que una hora antes esbozó en la azotea del hotel cuando escuchó citar a Cervantes por boca de una intérprete que le traducía al oído. Hustvedt –descendiente de una familia de noruegos de Minnesota, ganadora de un Princesa de Asturias entre múltiples premios, pareja de vida del desaparecido Paul Auster, poeta, novelista, ensayista– es el nombre que más brilla en el cartel del FLEM, el Festival de Literatura Expandida a Magaluf. El motivo que ha traído a Mallorca, por primera vez, a una escritora que ya ha podido pasearse, cuenta que “maravillada”, bajo la sombra de la catedral gótica de Palma.

–Magaluf, la zona turística donde se celebra el festival, también es muy interesante. Debería visitarla antes de marcharse de la isla.

–Sí… ya me lo han comentado. Lo haré.

Siri Husvedt, poco antes de que el delegado del Gobierno, Alfonso Rodríguez, a su espalda, le dibuje una sonrisa citando a Miguel de Cervantes.

Que esta meca del turismo basura ya es otra cosa muy diferente gracias a eventos culturales como el FLEM es el mantra que se repite en la puesta de largo de la quinta edición de un festival nacido en pandemia y que ha aprendido, a tempo veloce, a dar pasos de gigante. Lo dice Javier Baqueiro, el jefe de operaciones de Meliá Hotels International –la cadena que acoge el sarao literario–, destacando los 250 millones que en los últimos quince años ha invertido su multinacional en reformar once establecimientos situados en estas playas cercadas por moles de cemento. Lo dice Miquel Ferrer, uno de los propietarios de Rata Corner –la librería palmesana que ejerce de promotora del festival y aplica una cuidada dirección artística–, reivindicando la literatura como un punto de encuentro en tiempos convulsos y el poder de convocatoria de un festival que está cerca de agotar las 10.000 entradas –gratuitas– que ofrece para asistir a todas sus actividades: conferencias, talleres, conciertos...

Miquel Ferrer es el propietario de la librería Rata Corner y organizador del FLEM, junto a su socio Edy Pons

Lo dice Juan Antonio Amengual (PP), alcalde de Calvià, que presume, en un discurso leído, de organizar “uno de los clubes municipales de lectura más grande de Mallorca” y augura un “otoño literario” en un territorio que, a lo largo de las décadas, tiene costumbre de aparecer en la prensa por otras razones. Sus especialidades: muertes por balconing o casos de corrupción urbanística. Hasta el domingo se hablará de Magaluf, sin embargo, por la obra, los pensamientos y las ocurrencias de creadores de diferentes generaciones, géneros y lenguas. Como Javier Cercas, Blanca Lacasa, Helen Fielding (la mamá de Bridget Jones), Pedro Mairal, Antònia Vicens, o Marta Jiménez Serrano, por citar sólo algunos nombres que participarán en el FLEM.

–Nosotros, cuando abrimos un libro, pactamos con el creador que entramos, con él de la mano, a disfrutar del mundo que él ha creado. Y ahí transformamos nuestra realidad en la fantasía de ese creador. Y a veces se mezclan –hoy que está de nuevo de moda Cervantes con la película de Amenábar–, como ya le ocurría a Don Quijote, al que Cervantes hacía encontrarse con personajes que decían haber leído sus historias publicadas diez años antes, consiguiendo mezclar la realidad con la ficción. Eso es la literatura, la capacidad que tiene de excitar los sentimientos y compartirlos.

Esas frases, que hicieron sonreír a Siri Husvedt, también las pronunció en la presentación del FLEM un político: Alfonso Rodríguez (PSOE), el delegado del Gobierno en las Illes Balears; el ex alcalde de Calvià cuando el festival echó a andar. Rodríguez habla, sin papeles, quizás recordando sus tiempos de profesor de Secundaria: se licenció en Filología Hispánica en la universidad de la ciudad donde se crió, Zaragoza. El político que lo derrotó en las urnas hace dos años y le quitó la vara de mando es experto en gestión y comercialización hotelera. Pese a que hay quien especula que el socialista podría buscar la reconquista de Calvià en 2027, el ambiente con Amengual es de colegueo. Antes de comenzar el acto, han intercambiado brindis y confidencias. Una tregua literaria. Rodríguez, no obstante, no suelta el micrófono sin referirse a la guerra, y pide al público (más políticos, más directivos de la hotelera, responsables de editoriales, periodistas, “creadores de contenido”, como se lee en un tarjetón sobre una mesa reservada; por supuesto, escritores) que piensen un segundo en lo que está ocurriendo en Gaza. De forma muy explícita. “¡Bravo!”, se le oye decir a Bob Pop desde su silla de ruedas.

Bob Pop llenó el escenario principal del FLEM con su monólogo ‘De cuerpo presente, una lectura en común’.

La generación TikTok también lee

El personaje –televisivo y literario– que encarna Roberto Enríquez cerrará la primera jornada del FLEM con un monólogo –titulado De cuerpo presente, una lectura en común– y firmando libros. Difícil lo tendrá para superar al fenómeno Joana Marcús. Nacida en Fornalutx, en el corazón de la Serra de Tramuntana, y combinando un castellano sin apenas acento mallorquín con un catalán que suena, como ocurre en su pueblo y en el vecino Sóller, muy diferente al que se habla en el resto de la isla –porque las oes átonas se transforman en us–, la novelista está dos horas estampando dedicatorias en la página 2 de las quince novelas que ha publicado con apenas veinticinco años. Tiene por delante una cola interminable de fans.

La mallorquina Joana Marcús se ha convertido en un fenómeno de masas: una cola interminable de fans esperan para que les pueda dedicar una de las quince novelas que ha publicado con apenas veinticinco años

“¡Sólo un libro por persona!”, ruega una trabajadora de la organización para evitar un colapso inevitable. Marcús es una celebridad literaria en muchos países de Sudamérica, pero, también, profeta en casa. Sobre todo, entre chicas adolescentes, que adoran “los mundos de ciencia ficción” y “el romance” porque “hay mucho romance en sus historias”. La generación TikTok también lee y lo sigue haciendo en formato físico.

Joana Marcús se pasea entre el pública durante la charla que protagonizó, la primera del festival

En eso coinciden dos parejas de amigas (Maria Àngels Riera y Neus Rivera, doce años, de Muro y de Artà; Àngela Verd –que, de mayor, quiere ser escritora– y Emma Ginard, Porreres y Montuïri, dieciséis años) que no piensan marcharse sin el deseado garabato. Luego, la novelista que adoran les ablandará el corazón cuando confiese, en la primera charla con público de las decenas que se vivirán en el FLEM, que el placer culpable que elegiría para que le abrazara en una isla desierta se llama Jamie Lannister. ¿La creación más poliédrica de Juego de tronos, tan héroe como villano? Probablemente. Para las lectoras de Marcús, un personaje clásico. Son tan jóvenes –o no, depende del punto de vista– que cuando la mayoría nació (2008, 2009, 2010) la saga de libros podía comprarse casi al completo y HBO estaba rodando las primeras temporadas de la serie que la terminó de popularizar. El paso del tiempo es un asesino más cruel que George R.R. Martin. 

Pero ahí no terminan los descubrimientos de Maria Àngels, Neus, Àngela y Emma. Sus padres nunca antes habían cruzado con ellas el mapa de la isla para visitar unas calles hechas de tiendas de souvenirs, de pubs, de planchas calientes y hornos eléctricos que cocinan rápido y desprenden olor a patata frita, de discotecas, de bloques de apartamentos, de rótulos en inglés. La antítesis de las esencias mallorquinas que representan los pueblos de los que vienen. El fruto del destape turístico.

–¿Y qué sabéis, qué os han contado de Magaluf?

–Que hay mucha fiesta. Pero el festival nos encanta. Tiene una estética muy cuqui.

En eso también coinciden las cuatro.

Dos chicas revisan el programa de un evento que durará cuatro días y prevé una asistencia de más de 8.000 personas

El festín de la azotea

Mal tampoco se lo pasan en la azotea. El sol ya se ha escondido al otro lado de los montes que nacen al pie de la playa. Se encienden neones. Arriba, el que enmarca el logo del FLEM. Abajo, a tantos metros de distancia, el que anuncia curry de estilo tailandés en la terraza de un restaurante. En el crepúsculo se recortan la silueta de tres edificios, finísimos, tan altos que le sacan cinco pisos al hotel. Tintinean las copas de vino. La cabellera –rojiza– de Paula Bonet le habla, con reverencia, a Siri Husvedt. La melena –larguísima– del indie Carlos Sadness recibe una master class sobre la situación del catalán en Mallorca. La boina –gris– de Joan Miquel Oliver destaca en un corrillo de locales y, en otro corrillo que dialoga a la espalda del escritor de Antònia Font (propietarios de una discografía de cuentos cantados), hay sorpresa. A las periodistas –forasteras– les llama la atención que un hotel de cinco estrellas sea el epicentro de un festival literario mientras las periodistas –autóctonas– responden: “A ver… la movida cultural de Mallorca no da para mucho más…” .

El soul francés que ha desplegado en directo la cantante Anaïs Rosso enmudece y la electrónica que se pincha en la terraza inferior del hotel se cuela en la terraza. Es entonces cuando la jefa de barra –sevillana– ordena la retirada al pelotón de camareros –de rasgos latinos, la mayoría, también hay algún subsahariano– que ha servido el cóctel. Isaac Rosa –con cara de acabar de aterrizar– entra en escena el penúltimo, a tiempo para agarrar el último canapé, y buscar caras conocidas entre el paisanaje, que va menguando. Tras la cocina, junto a los baños, otro empleado, magrebí, seca cubiertos mientras canturrea una canción. Son las diez.

Isaac Rosa, Paula Bonet, Carlos Sadness o Joan Miquel Oliver han asistido al festival

La cantante francesa Anaïs Rosso amenizó el cóctel de presentación.

En la calle, tres kellys esprintan para montarse en uno de los últimos buses que saldrán esta noche para Palma. A la carrera, pasan por delante de un bar minúsculo lleno de pizarras que anuncian pintas y Scottish Full Breakfasts –justo antes de que cincuenta guiris lamenten una ocasión fallada por el Glasgow Rangers en el campo del Sturm Graz austríaco–, de un club de striptease, cerrado, de una pizzería, abierta, pero semivacía. Unos metros más tarde, la marquesina. Una corta espera. El escaneo de la tarjeta de transporte público. La vuelta a casa. Bañándose en literatura, Magaluf despide el verano con párrafos clásicos.

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