El primer (y ruinoso) concierto en España de Bob Marley, el artista 'apolítico': “¿Eres socialista?” “No, soy rastafari”
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“¿Dónde demonios está Bob Marley?” Por la frente de Carlos Garrido Torres corrían ríos de sudor al leer la pregunta que se dibujaba en los rostros –cada vez más cabreados– de los colegas de oficio que habían acudido a la rueda de prensa que él mismo se encargó de convocar. Llegó la hora, y en la discoteca donde se había citado a los periodistas, de las rastas del jamaicano y su séquito, ni rastro.
La noche de aquel miércoles de principios de verano prometía ser apoteósica en Eivissa: el rey del reggae actuaría en una isla que, aunque ya asociada al turismo de masas, mantenía la inocencia de los lugares donde aún está casi todo por hacer. Casi medio siglo más tarde, el concierto ibicenco de Bob Marley forma parte del imaginario popular de no pocos isleños y, también, de muchos seguidores de su música. La mayoría eran apenas unos niños –o ni habían nacido– cuando ocurrieron unos hechos que, a fuerza de contarse, se convirtieron en relato popular. Visto con los ojos del presente, lo sucedido el 28 de junio de 1978 –empezando por la rueda de prensa sin protagonista a quien lanzarle preguntas– parece sacado de un cuento impregnado por un realismo mágico, como ocurre con otros muchos pasajes de la vida de Marley. Puro Caribe. Para Eivissa fue una fecha simbólica. Quizás, la noche en la que los olfatos más finos de la –entonces naciente– industria del ocio ibicenco constataron que difícilmente podrían rentabilizar mejor un recital de canciones en directo que un espectáculo con música enlatada.
“Muchos de los redactores y fotógrafos que habían venido eran extranjeros”, recuerda Garrido –barcelonés de nacimiento, balear de adopción; músico y también escritor; cuando le ofrecieron ser el jefe de prensa de aquel concierto, ejercía como corresponsal del Diario de Mallorca en las Pitiüses– casi medio siglo después, “porque, en aquel momento, Marley no podía considerarse una gran estrella en nuestro país”. “Su música sólo había entrado en círculos reducidos: había interés por su figura, pero no existía una fascinación generalizada entre el público español. Pero en el Reino Unido, claro, su figura trascendía a la música, entre los jóvenes y la comunidad jamaicana que había vuelto a la metrópolis, y Eivissa era una la isla donde ya había una comunidad británica muy grande viviendo o pasando vacaciones. Los promotores de aquel evento –que formaba parte de un ciclo, Ibiza ‘78– eran, de hecho, ingleses. Aunque empezara con una situación tan surrealista, no iba a ser un concierto cualquiera… y no lo fue. Eso sí, tuvimos que alegar problemas técnicos para disculparnos por la espantada”. “Una tomadura de pelo”, tituló Diario de Ibiza al día siguiente.
Su música sólo había entrado en círculos reducidos: había interés por su figura, pero no existía una fascinación generalizada entre el público español. Pero en el Reino Unido, claro, su figura trascendía a la música, entre los jóvenes y la comunidad jamaicana que había vuelto a la metrópolis
Una exclusiva descafeinada por la marihuana
La exclusiva se la quedaron Carlos Tena y Àngel Casas. A la hora a la que debía celebrarse la rueda de prensa, ellos estaban entrevistando a Bob Marley. El madrileño y el catalán conducían junto al burgalés Diego Alfredo Manrique el Popgrama que La2 de Televisión Española había empezado a emitir unos meses atrás. Un espacio semanal donde se podía descubrir música que, durante el régimen anterior, se habría considerado subversiva, una brújula que, como si fuera el norte, marcaba el rumbo a la modernidad.
Los Rolling Stones habían reventado La Monumental de Barcelona en 1976, una década después de que pasaran los Beatles por una arena que durante el tardofranquismo estuvo vetada a las estrellas internacionales. El propio Marley también pisó aquel albero (donde jugó una pachanga de fútbol con sus músicos tras la prueba de sonido) en 1980, pero, antes, su debut español sería en una plaza mucho más pequeña como la de Eivissa. En plena Transición –el dictador apenas llevaba muerto dos años largos y faltaba otro medio año todavía para celebrar el referéndum constitucional– había ansia de novedades y aquel jamaicano flaco y magnético lo era. Por eso, Tena y Casas viajaron a la isla con la esperanza de conseguir lo que lograron: charlar durante un rato frente a un objetivo que apuntaba a la entrada de una casa payesa de paredes encaladas con una estrella mediática a la que no asistían managers ni mayordomos. Micrófonos enganchados a un cable metalizado y ausencia de líneas rojas sobre lo que se puede o no se puede preguntar. Otra época.
“Are you a socialist?” “No, I’m a rastafari” [¿Eres socialista? No, soy rastafari]. La entrevista quiso sacarle jugo a un personaje que, unas horas antes, había aterrizado –en un aeropuerto minúsculo comparado con la actualidad– con los diecinueve acompañantes con los que se había alojado en aquella finca del norte ibicenco en la que rápidamente empezó a oler a marihuana. Tena y Casas –fallecidos ambos, con poco tiempo de diferencia, entre el otoño de 2022 y la primavera de 2023– pincharon en hueso: las respuestas no conectaban el mensaje del reggae con hechos concretos. “Detrás de Bob Marley no había un poeta, pero sí un hombre sincero. Sus letras no son las de Dylan. Son muy sencillas y, sobre todo, están cargadas de honestidad. El ejemplo más claro es Redemption Song, uno de los cantos a la libertad más bellos que se hayan escrito. Yo, que soy un demócrata convencido, amo esa canción con todas mis fuerzas”, rememoró Àngel Casas –cuatro décadas después del concierto– en reportaje publicado en Las Dalias Magazine. “El problema es que, cuando lo entrevistamos, estaba fumadísimo y se iba por las ramas. Era muy conocida su faceta política y le preguntamos varias veces por el atentado que había sufrido poco antes. Unos sicarios habían asaltado su casa de Kingston y le habían pegado un balazo junto al pecho del que sobrevivió milagrosamente. El tío no quería hablar mucho del asunto y decía que el atentado se debía a un malentendido y no a razones políticas, pero cuando acabó la entrevista y dejamos de grabar, se levantó la camiseta y nos enseñó una cicatriz que tenía en el torso”.
'El problema es que, cuando lo entrevistamos, estaba fumadísimo y se iba por las ramas. Era muy conocida su faceta política y le preguntamos varias veces por el atentado que había sufrido poco antes. Unos sicarios habían asaltado su casa de Kingston y le habían pegado un balazo junto al pecho del que sobrevivió milagrosamente', contó el periodista Àngel Casas, ya fallecido, en la revista 'Las Dalias Magazine'
Atentado, supervivencia y redención
Jamaica era un polvorín a mediados de los setenta, y no sólo por cuestiones raciales. Tras independizarse del Imperio Británico en 1962, la isla se debatía entre dos universos. El capitalista –por la influencia de la antigua metrópoli y la cercanía a Estados Unidos– y el comunista: las costas de Cuba están a menos de trescientos kilómetros de distancia. Un primer ministro del segundo bando –el socialista Robert Manley, cercano al castrismo– se disputaba el poder con un opositor del primer bando –el laborista Edward Seaga, cercano a la CIA–, con el narcotráfico como peligroso telón de fondo. En medio de aquel cacao, el artista, probablemente el jamaicano más conocido en el resto del mundo, no se decidía ni por uno ni por otro. Un pecado que, según las voces más radicales, debía expiar un tipo que se había hecho famosísimo al rebajar el tempo del ska para crear el rocksteady y el reggae e hipnotizar a millones de fans, con la formación original de su banda, The Wailers. En ese contexto, el 3 de diciembre de 1976 dispararon al divo (en el pecho), a Rita Anderson (en la cabeza), su mujer, a Don Taylor (en el abdomen), su representante, y a sus músicos. Todos sobrevivieron a la balacera y Robert Nesta Marley declararía que el espíritu de Haile Selaisse, último emperador de Etiopía, una especie de semidiós para los rastafaris, les había salvado. Con esa herida –la que enseñó a Casas y Tena– atravesándole el torso se presentó, un par de días después del atentado, en un concierto descomunal que detuvo Jamaica en el inicio, precisamente, de una campaña electoral.
Jamaica era un polvorín a mediados de los setenta, y no sólo por cuestiones raciales. Tras independizarse del Imperio Británico en 1962, la isla se debatía entre dos universos: el capitalista y el comunista. Bob Marley no se decidió ni por uno ni por otro
En abril del 78 –es decir, a las puertas de su primera visita a España–, Marley rizó el rizo: su One Love Peace Concert puso a cantar sobre el escenario del National Stadium de Kingston a representantes de las dos facciones políticas que se disputaban el poder. Un hermanamiento público que acabó por consagrar a un isleño que había decidido, por miedo a otro ataque, huir de su isla. Para entonces, el artista ya llevaba tiempo viviendo en el extranjero. El exilio alumbró Exodus. Probablemente, su álbum más celebrado (Waiting in Vain, One Love/People Get Ready, Three Little Birds…) Esas canciones, bien frescas, fueron las que sonaron en Eivissa.
Francesc Fàbregas y Quique Navarro no se conocen, pero forman parte del ramillete de personas que pudieron ver a Bob Marley las dos únicas veces que tocó en directo en España (en 1980 se programó un tercer concierto en el barrio madrileño de Moscardó que nunca se llevó a cabo porque, poco antes, en el mismo lugar, habían apedreado a Lou Reed; uno de los episodios más bizarros y quinquis de la restauración democrática) y coinciden en “la fascinación” que les sigue proyectando el personaje que empezaron a admirar cuando eran jóvenes. Ambos hablan de Marley en presente, como si siguiera vivo. “Es uno de los artistas que más me ha impresionado al fotografiarlo. Se movía de una manera muy especial. Te atraía con la misma fuerza que te atrae un bailarín de ballet sobre un escenario. La mayoría no entendíamos nada de lo que decían sus canciones. La música ya lo decía todo, estaba por encima de la palabra. Piensa, además, que en 1978 ir a un concierto como aquel era mucho más que ir a ver a un artista. Era un acto de rebeldía. Le tengo mucho cariño a las fotos que le hice en la isla”, explica Fàbregas, pionero y veterano del periodismo musical, al que las visitas de Marley a Eivissa y Barcelona le pillaron en la veintena.
Es uno de los artistas que más me ha impresionado al fotografiarlo. Se movía de una manera muy especial. La mayoría no entendíamos nada de lo que decían sus canciones. La música ya lo decía todo, estaba por encima de la palabra. En 1978 ir a un concierto como aquel era mucho más que ir a ver a un artista. Era un acto de rebeldía
Algunos años menos tenía Navarro: “Yo era menor de edad, apenas un adolescente de València que tuvo la suerte de escaparse a Ibiza con los ahorros de su primer curro y, una vez allí, enterarme de que venía a tocar nada más y nada menos que Bob Marley. Trabajé muchos años en el mundo de la moda, empecé como dependiente y, puedes imaginarte lo que me llamaban la atención aquellos jamaicanos vestidos de una manera tan rompedora [Marley aterrizó en la isla tocado con un dogón, un sombrero tribal de Mali] y sus canciones: no necesitabas saber mucho inglés para intuir qué querían contarte. Para los que empezábamos a descubrir qué era ser adultos, aquello era un canto a la libertad. Y, en la plaza de toros de Ibiza, mientras sonaban temazos como Jammin’, casi lo podíamos tocar, algo imposible en el concierto de Barcelona, claro: allí me comí seis horas de cola para entrar en La Monumental. Mereció la pena, por supuesto, pero no fue tan especial”.
Dos millones de pesetas de pérdidas
“Más de 18.000 personas” dicen las crónicas que vieron a Bob Marley en Barcelona. Su concierto –teloneado por las rumbas mestizas del Gato Pérez– abrió la puerta a los nombres más brillantes del escaparate: un año más tarde, en las vísperas del Sant Jordi de 1981, Fàbregas retrataría a Bruce Springsteen en el mismo escenario. Otra fecha épica para la música en directo en España. Sin embargo, como recuerda Carlos Garrido, el bolo de Marley en la isla fue un fiasco económico. “Aunque los promotores eran gente con dinero y contactos (por ejemplo, se movían en Range Rover; yo, hasta entonces nunca había visto nunca ese modelo de coche), perdieron dinero y aquel ciclo, que también trajo a la isla a Suzie Quatro y Thin Lizzy, no tuvo continuidad”. Con Eric Clapton ya había ocurrido lo mismo en 1977, un año antes, y Pink Floyd y los Bee Gees, como se anunció, no desembarcarían al verano siguiente. Una cuestión económica.
“Dos millones de pesetas” de la época es la cantidad que refleja como pérdidas del concierto de Bob Marley un ejemplar de Diario de Ibiza de aquel verano de 1978. El periódico local explicaba que, pese a que la plaza registró “un llenazo” las cuentas no salían. Ni Fàbregas ni Garrido ni Navarro recuerdan “demasiado lleno” el coso y, además, al fotógrafo le consta que más de uno “se coló” en aquella fiesta. El adolescente valenciano asegura que, para ver el concierto, él sí pagó “las mil pelas, que no era poco dinero”: un sueldo normal del momento oscilaba “entre 20 y 25.000 pesetas” y, para beberse un cóctel en los bares del puerto de Eivissa, había que apoquinar –o eso dicen los anuncios de Diario de Ibiza– entre 150 y 200.
Aunque los promotores eran gente con dinero y contactos, perdieron dinero y aquel ciclo, que también trajo a la isla a Suzie Quatro y Thin Lizzy, no tuvo continuidad
Desde entonces, los conciertos de gran formato han ido apareciendo y desapareciendo en una isla que, en cambio, empezaría justo en aquel momento a organizar fiestas cada vez más grandes: Pacha abrió en 1973; Amnesia, en 1976; KU, en 1979. En fechas más recientes, ha habido sonoros tortazos si se apuntaba demasiado alto. De Alejandro Sanz, congregando únicamente a 5.000 personas hace una década en el estadio de fútbol de Can Misses al Ibiza 123 Festival de julio de 2012: adiós tras una única edición, pese a contar un cartel encabezado por Sir Elton John, Sting y Lenny Kravitz. También, mucho artista internacional actuando (con más o menos playback) en discotecas. Como muestra, un botón: sólo este verano Bad Gyal –una clásica de este formato– se ha presentado un par de veces en diferentes escenarios. Una tendencia potente en los ochenta que decayó en los noventa con el avance de la electrónica y los deejays y que, con el reguetón, primero, y ahora con el trap, el dancehall y otros estilos urbanos ha vuelto con fuerza. Sobre todo, desde que, a partir de 2010, la fórmula ideada por los Matutes y su socio Yann Pissenem volvió a quitarle el techo a los grandes recintos de las fiestas más famosas del mundo.
“No sé si será por el poder y la influencia de las discotecas o, quizás, hasta qué punto influye el carácter minifundista de los ibicencos en que los conciertos de gran formato no acaben de funcionar en Eivissa. Ha habido siempre mucha oferta y todo el mundo ha ido a la suya. A mí, personalmente, cuando he vuelto desde Mallorca de visita siempre me han gustado sitios más recogidos, como Can Jordi, que debe ser el pequeño club más grande del mundo –explica Carlos Garrido–, pero lo que es cierto es que Bob Marley quedó asociado a la isla para siempre”. Siguiendo esa estela, The Wailers (en el 87), su viuda (en el 93) y varios de los catorce hijos del cantante (en diversas ocasiones; el último, Ky-Mani, el pasado agosto, en Las Dalias, muy cerca de la casa donde se alojó su padre) que mantienen vivo el legado musical del compositor –junto a Pete Tosh– de Get Up, Stand Up actuaron en Eivissa. Como si quisieran revivir a un mito que moriría el 11 de mayo de 1981, en Miami, a causa de un melanoma mal tratado que ya padecía cuando visitó una isla mediterránea donde, al llegar, “en vez de un revólver, como decían que pedía Chuck Berry entre las cosas que quería encontrarse en el camerino”, solicitó “un bote de miel de Jamaica”, como recuerda quien fuera el jefe de prensa de aquel show: “Y, aunque parezca increíble, lo encontramos. La hierba que nos pidieron, también, claro”.
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