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ANÁLISIS

Israel y Marruecos consuman su acercamiento con el giro de Netanyahu sobre el Sáhara Occidental

Una manifestación en apoyo a la autodeterminación del pueblo saharaui en Madrid.

Jesús A. Núñez

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Con los mismos malos modales diplomáticos que Rabat empleó en marzo del pasado año para que los españoles nos enterásemos del giro que nuestro Gobierno había decidido dar, alineándose nítidamente a favor de la marroquinidad del Sahara Occidental, el palacio real marroquí ha dado ahora a conocer que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha dirigido una misiva al monarca alauí en la que se recoge el reconocimiento de que ese disputado territorio es, a todos los efectos, marroquí. De hecho, durante horas se mantuvo la incertidumbre sobre la veracidad del anuncio, en la medida en que Tel Aviv no terminaba de admitir abiertamente lo que Rabat daba por hecho.

Con este paso se consolida el proceso iniciado por Donald Trump en diciembre de 2020 –cuando ya había sido derrotado en las urnas– al alinearse con Marruecos, despreciando lo que reiteradamente propugnan las innumerables resoluciones de la ONU sobre lo que califica de “territorio no autónomo”, es decir, que no ha alcanzado todavía la plenitud del gobierno propio y está pendiente de autodeterminación, tal como se recoge en el Plan de Paz de 1991.

Desde entonces, y en el marco de los llamados Acuerdos de Abraham, han sido cuatro los países árabes –Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Marruecos y Sudán– que han normalizado sus relaciones con Israel. Y si en todos los casos ha habido un claro sesgo transaccional, ninguno ha llegado tan lejos (de momento) como Marruecos. En apenas dos años y siete meses se han multiplicado los gestos y los hechos, rematados este mismo lunes con la designación de un agregado militar en Rabat –algo que no se ha producido en ninguno de los otros tres países– enviado a lo que hasta ahora sigue siendo una oficina de enlace, a la espera de que muy pronto se formalice el establecimiento de las respectivas embajadas y el nombramiento de sus titulares.

Y así, a cambio tan solo de reconocer a Israel, Rabat ha logrado el apoyo de un país más –y ya van 28– a su principal aspiración nacional: imponer la soberanía marroquí en las que denomina “provincias del sur”. Por el camino, además de un significativo crecimiento en las relaciones comerciales y la perspectiva de establecer un tratado de libre comercio, también ha conseguido una notable intensificación en las relaciones en materia de defensa, con presencia de militares israelíes en las maniobras African Lion –desarrolladas el pasado mes de mayo–, colaboración en materia de inteligencia, transferencia de material y armamento (que ya ha podido emplear en su enfrentamiento con las fuerzas del Frente Polisario) y planes para abrir dos plantas de fabricación de drones de la empresa Elbit Systems.

Flecos pendientes

Es cierto que Marruecos no ha logrado aún todo lo que quería de Washington –por ejemplo, la participación de militares estadounidenses en maniobras desarrolladas en territorio del Sahara Occidental o la apertura de un consulado en Dajla o El Aaiún–, pero también lo es que la actual administración de Joe Biden no ha dado ningún paso atrás con respecto a lo que en su día decidió Trump, y todo indica que Tel Aviv sí está dispuesto a abrir un consulado.

Esos flecos pendientes son los que explican la actitud de Rabat, consciente en cualquier caso de que el tiempo corre a su favor frente a una población saharaui prácticamente abandonada por todos, incluyendo España, mientras se siguen sumando retrasos en la celebración del referéndum que se contemplaba en el Plan de Paz.

Sirva de ejemplo la renuencia marroquí a convocar la segunda cumbre del Foro del Néguev, que reúne a Bahréin, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Estados Unidos, Israel y el propio Marruecos. El retraso –previsiblemente hasta septiembre– le sirve para intentar demostrar su aparente malestar por la incesante política de ampliación de asentamientos impulsada por el Gobierno extremista liderado por Netanyahu, sabiendo que esa actitud será admitida por Washington, igualmente molesto con el Ejecutivo de Netanyahu, pero sabedor de que es un gesto para la galería, sin consecuencias reales de ningún tipo.

Actitud desafiante

Lo que ambos gobiernos dejan claro es cuan poco le importa a Rabat la suerte de los palestinos –mientras mantiene oficialmente su apuesta por una solución de dos Estados en Palestina y la presidencia del Comité Al Qods– como a Tel Aviv la de los saharauis –calculando que su decisión facilitará su relación con otros países árabes y africanos–. También comparten su desprecio por el derecho internacional y por lo que diga la ONU.

Lo malo es que esta desafiante actitud, que castiga indiscriminadamente a poblaciones indefensas, tampoco les supone ningún coste en la medida en que el resto de socios, aliados y clientes de ambos países han optado hace tiempo por la más arcaica real politik, apostando cada vez más abiertamente por el que perciben más fuerte, aunque eso sea una flagrante contradicción con su proclamada opción por un orden internacional basado en reglas.

Jesús A. Núñez Villaverde es Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)

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