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Majeda al Saqqa: “En Gaza el cambio llegará, es solo cuestión de tiempo”

Majeda al Saqqa, directora de la Asociación para la Cultura y el Libre Pensamiento en Gaza.

Ana Garralda

Majeda al Saqqa es muy conocida en el mundo de las ONG y las organizaciones internacionales presentes en la Franja de Gaza. No en vano la Asociación para la Cultura y el Libre Pensamiento (ACLP o CFTA, en su acrónimo inglési) que hoy dirige, recibe financiación de las agencias de cooperación de países como Suiza, Noruega o España para la formación y la asistencia de niños o adolescentes procedentes de entornos marginales, “y dentro de un espacio independiente”, según reza su mandato.

En su oficina de Jan Yunis, al sur de la Franja de Gaza, el teléfono no deja de sonar. Sus colegas de trabajo, algunos de ellos antiguos alumnos de este centro educativo --después ampliado a jóvenes y mujeres en situación de exclusión social-- entran y salen del alegre despacho de Al Saqqa.

La institución que representa no solo funciona como escuela, sino además como centro de atención psicosocial o sede de talleres de expresión plástica o radio. Servicios gratuitos diseñados “por y para la comunidad, porque pensamos que en ella sí podemos lograr un cambio”, señala la palestina. Un espacio innovador de formación poco habitual en la Franja de Gaza, donde la marginalidad y la pobreza afectan, según datos de la ONU, a más del 75% de una población mayoritariamente joven, que ha sufrido tres guerras en los últimos diez años (2008-2009, 2012 y 2014).

eldiario.es charla con esta carismática mujer, respetada dentro y fuera de Gaza, y defensora de las libertades individuales por las que aboga también desde su faceta más personal, porque se crió en una familia “llena de amor y donde aceptaban a todos sus miembros como eran”. 

Alérgica a los prejuicios, Majeda al Saqqa es una luchadora apasionada por su pequeña comunidad de Jan Yunis, “una tierra que es mucho más que la miseria que siempre se muestra”. Un pequeño enclave costero que, según ella, no implota al estilo de una Intifada porque hay demasiada gente (los movimientos Hamás y Fatah) y demasiados males (el bloqueo impuesto por Israel o la corrupción) con responsabilidad en su desastrosa situación.

Usted se queja de que desde Gaza solo suelen salir malas noticias…

Sí, porque a menudo tenemos muy malas noticias aquí. Hay pobreza como nunca, esto no podemos negarlo. Antes ibas a una casa y, pobre o no, nunca faltaban el pan o las ensaladas. Ahora en muchas apenas hay nada, ni siquiera agua. Y cuando la hay, viene contaminada. No hay electricidad, y sin ella, las depuradoras no funcionan.

Pero eso siguen siendo malas noticias…

Sí, pero tampoco somos Somalia u otro país africano, aunque sea esa la imagen que se muestre de Palestina. No nos morimos de hambre y tampoco hay violencia por eso. Aquí sí hay recursos, pero el agricultor no puede ir libremente a sus cultivos, el pescador no puede pescar fuera de los límites establecidos por los israelíes y tenemos que comprar hasta la electricidad porque nos volaron la única planta que teníamos. Eso se llama bloqueo y ocupación.

En los noventa ustedes fundaron el centro, era el final de la Primera Intifada. Había ocupación, faltaban más de quince años para que Hamás llegase al poder. ¿Qué les llevó a impulsarlo?

Durante la ocupación teníamos las colonias y las bases militares israelíes a unos pocos metros de nosotros. La ACLP empezó creando espacios seguros de juego para los niños. Entonces el centro solo tenía capacidad para menores de entre 6 y 12 años. Alcanzado el límite, no queríamos que tuvieran que volver a la calle, así que empezamos a construir un espacio también para adolescentes. Alquilamos un local y, juntos, lo pintamos, organizamos actividades y empezamos la relación con las madres.

En ese momento entramos a fondo en la comunidad y nos dimos cuenta de los problemas que también tenían las mujeres en Gaza. Hablaban de violencia de género, de abusos y decidimos hacer algo también por ellas, creando el centro para mujeres. Es la gente la que nos dice lo que necesita, ellos determinan nuestra agenda y estrategia.

Las mujeres víctimas violencia de género apenas denuncian en Gaza, dicen las organizaciones no gubernamentales. ¿Por qué?

Hay un estigma importante en la comunidad, que es muy conservadora. Tienen miedo a ser abandonadas, piensan que serán más frágiles si se quedan solas cuando ya las condiciones de vida no son fáciles, porque en Gaza los ataques no solo llegan desde los aviones, están en el día a día, en la falta de acceso a la electricidad, al agua, a una salud o educación adecuadas. Eso hace a la gente más vulnerable y nadie quiere ser excluido.

Por ejemplo, nosotros tenemos un proyecto de liderazgo con cuarenta mujeres, casi todas ellas supervivientes de violencia de género. Algunas apenas salían de su casa antes de nuestros microcréditos. Hoy sí lo hacen, cuentan con recursos que antes no tenían, salen y ayudan a otras mujeres. A menudo es una cuestión de oportunidad y espacio.

Pero muchas no lo tienen…

Claro, yo hablo por nuestra pequeña comunidad en Jan Yunis, pero en Gaza viven alrededor de dos millones de personas. Lo que sí puedo decirle es que el hecho de que la pobreza se haya disparado en los últimos años también ha obligado (entrecomilla con los dedos) a que muchas mujeres salgan a trabajar. Ahora hay más que en los ochenta o en los noventa, lo mismo que mujeres que tienen estudios superiores. El cambio está llegando a Gaza, lentamente, pero es solo cuestión de tiempo.

Usted habla de más mujeres que trabajan fuera. También se ven más niqab (velo integral que solo deja al descubierto los ojos) en Gaza que antes. ¿Por qué?

Primero por una cuestión religiosa. En Gaza, como en todas las sociedades, cuanta más pobreza, más gente se refugia en la religión y la sociedad se hace más conservadora. Quieren estar en la comunidad, no quieren ser diferentes, no tienen la libertad de serlo.

Por ejemplo un padre, llegada una cierta edad, siempre obligará a su hija a ponerse un hijab antes de salir a la calle. Por eso, si usted ve más hijabs o niqabs quiere decir que hay más mujeres que salen. Para muchas es solo una herramienta que les proporciona un espacio de libertad. Aquí toda la sociedad se cubre…

Usted no…

No, yo comparto algunos valores con la mía, pero no todos. He ido construyendo mi espacio poco a poco. El primer día del golpe de Hamás en 2007 teníamos realmente miedo. Estaba en la oficina y mis colegas me decían: “no cojas el coche, no vayas tu sola”. Yo dije “no, voy a ser yo, este es el momento y voy a ir sin hijab”. Desde aquí hasta mi casa había diez controles. Me pararon, registraron el coche varias veces. El segundo día decidí ir andando a la oficina. Estaba reclamando mi espacio. Al final terminaron por aceptarme. También yo les he respetado, aunque no lo hiciera en sus primeros años de poder, cuando se cometieron tantos abusos de derechos humanos.

Hamás no es precisamente famoso por respetar a quienes disienten. Usted parece que es una privilegiada…

Usted es de España, posiblemente ve una caja que se llama Hamás, y otra que se llama Majeda, pero las dinámicas sociales son mucho más complejas que eso. Es como si yo hubiera ido en los sesenta o setenta a su país y hubiera pensado que todo el mundo apoyaba a Franco. No, no todo el mundo apoyaba a Franco, ¿verdad?

De acuerdo, pero Hamás no la trata a usted como lo hace con otra gente…

Diría que solo me respetan. No soy una persona corrupta, no pertenezco a ningún partido político, soy una profesional y además nuestra organización tiene mucho éxito en nuestra comunidad. También pertenezco a una familia conocida aquí. Soy una chica de Jan Yunis. Hasta los 16 años crecí en la calle, tenía mi bicicleta, jugaba con mis vecinos. Algunos de ellos están hoy con Hamás en el gobierno, otros con Fatah o el FPLP (Frente Popular para la Liberación de Palestina). Unos mandan, otros están en prisión, pero todos nos criamos juntos.

¿ Y recibe el mismo trato por parte de todos?

Por mi trabajo tengo que reunirme no solo con Hamás, sino incluso con la Yihad Islámica, o hasta los salafistas. Sé que hay gente a la que no le gusto, a veces escucho comentarios, pero no tengo miedo. Al final siempre intento negociar, aunque no estemos de acuerdo.

Si pudiera cambiar cosas en el actual gobierno de Gaza, ¿qué tres cosas pediría?

Pediría que fueran más abiertos y transparentes. Que considerasen a los demás, que ellos no son el centro de la lucha diaria contra la ocupación, también lo es la gente, que la dejen respirar.

Si me preguntas hace tres años además te habría dicho que querría tener más libertad de expresión porque cuando llegaron todo fue un desastre. En 2008 incluso intentaron hacerse con nuestra organización. Ahora hay un grupo de gente que está cambiando. Por supuesto, Hamás sigue teniendo su policía militar, siguen con sus interrogatorios y arrestos, pero ahora mismo no creo que esto sea algo único en Gaza. También lo hay en Jordania, o fíjese en Egipto. Pasa en otros muchos lugares…

Lo que no hay allí son los niveles de pobreza de Gaza. Según datos de la UNRWA, el 75% de la gente depende de la ayuda alimentaria para sobrevivir, el paro supera el 50%…¿Cuánto más pueden aguantar los gazatíes?

La frustración es muy alta y podría estallar en cualquier momento. Es un desastre, como nunca. La gente que trabaja en ONGs o en agencias de la ONU tienen más recursos y acceden a generadores, pero la mayoría vive sin apenas electricidad.

Además, no hay dinero. La decisión de Mahmud Abbas (presidente de la Autoridad Nacional Palestina) de cancelar el pago de los salarios de los miles de empleados que aún tiene en Gaza ha afectado mucho a las familias. No olvidemos que el 95% de los productos que hay en los supermercados vienen de Israel y tienen sus precios. Les compramos la gasolina, el arroz, el agua, pero sus salarios son bien distintos. Igualmente, en Gaza pagamos tasas por todo. No hay Seguridad Social y si tienes que ir al hospital tienes que pagarlo y no hay dinero.

Dicen que el número de suicidios ha aumentado en los últimos años…

Sí, hay más suicidios ahora que antes, pero diría que no estamos por encima de la media de la región. Antes apenas había porque el Islam lo prohíbe expresamente, no era común. Además es un tabú.

Igual que la homosexualidad o las opciones sexuales diferentes…

Absolutamente. Está prohibido por el Islam. Aunque está ahí, no se habla de ello, ni siquiera está permitido porque puedes ir a prisión. Si dos personas del mismo sexo son, digamos, cazadas, se enfrentan al riesgo de ir a la cárcel.

¿Han tenido ustedes casos de gente que haya buscado refugio en su centro?

No, no ha ocurrido, pero incluso si los tenemos tampoco se lo diría, no hablaríamos de ello por su propia seguridad, pero sé de gente que se ha ido de Gaza por eso.

Su centro se define como “de libre pensamiento”. Es un pequeño oasis de libertad en un lugar tan conservador…

Ese es precisamente el estereotipo que queremos romper. Que Gaza es solo conservadora, pero aquí pasan muchas cosas. Hay chicas que montan a caballo, que lideran proyectos. Todo lo que hay que hacer es darles espacio, pero no puedes hacerlo hasta que ellas se sientan seguras. Aquí se pueden expresar ideas que no comparten en la escuela, o ni siquiera en su familia…

¿Educan ustedes de forma diferente?

Le contesto con un ejemplo. En España vuestra tradición marca que la mayoría de la gente no se cubre. Ver a una mujer con velo no es tan habitual. Aquí es justo al contrario, todo el mundo lo lleva. Al final lo que aceptas es lo que normalizas desde pequeño, pero nosotros queremos que los niños y niñas tengan una visión crítica de las cosas, que las cuestionen, que no las acepten porque sí. Al final se trata de ver más allá de las “cajas” que de todos lados siempre nos quieren imponer.

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