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The Guardian en español

Armas y temor en la Ashura afgana: “ISIS buscará nuevos objetivos”

Oficiales de seguridad vigilan en el escenario de un atentado suicida en Kabul, Afganistán

Emma Graham-Harrison

Kabul —

Hace dos meses, Mohammed Murtaza Turkmeni cogió todos sus ahorros y compró su primer fusil Kalashnikov. Nació, estudió y formó una familia con la guerra civil afgana como telón de fondo, pero hasta ahora, este ingeniero de telecomunicaciones de 27 años nunca había luchado ni querido luchar.

Este año sintió que ya no tenía opción. Él es uno de los cientos de hombres de la población chií en Kabul que han decidido armarse para protegerse a sí mismos y a su comunidad durante la Ashura, una ceremonia que se ha convertido en objetivo frecuente de ataques sectarios en Pakistán e Irak.

“Es muy triste”, dijo Turkmeni, que forma parte de un grupo de voluntarios que se han estado entrenando en el sótano de una mezquita durante semanas. “Vivimos en un país donde cada segundo existe la posibilidad de un ataque”.

Los hombres armados aparecieron en las calles de Kabul cuando comenzaron los 10 días de conmemoraciones de la Ashura, a mediados de septiembre, como cruda evidencia de la falta de seguridad y del devastador aumento del sectarismo en un país que alguna vez estuvo a salvo de sus estragos.

“En 40 años de guerra, Afganistán no había visto un episodio de violencia sectaria en masa hasta el ascenso del ISKP (la rama regional de ISIS)”, afirmó Kate Clark del centro de estudios Afghanistan Analysts Network.

“Han atacado en el corazón de la ciudad, que solía ser la parte más segura, a gente que estaba haciendo las cosas normales que hacen que valga la pena vivir. Es imposible protegerse, ya que los ataques han sido en sitios normales, cotidianos”.

Los ataques han sido condenados por todos los sectores afganos, desde los insurgentes talibanes hasta los políticos convencionales, añadió Clark, pero hasta ahora las fuerzas de seguridad no han podido despuntar el alcance de ISIS.

La comunidad chií quedó muy conmocionada tras la explosión de una bomba en un templo histórico de Kabul en 2011, una masacre sin precedentes que mató a más de 70 personas. Luego, desde 2016, el ascenso de ISIS en la región generó una serie de ataques similares que obligaron a la mayoría de las mezquitas a reforzar la seguridad, contratando guardias armados que se suman a la protección policial.

Mucha más seguridad

Pero nunca antes se habían visto tantos hombres armados y dispuestos de forma tan visible en las calles en las que hay templos y mezquitas, o cerca de los puestos callejeros donde los transeúntes compran té y refrigerios. “El año pasado teníamos seguridad, pero este año hay mucha más presión porque pensamos que ISIS está buscando objetivos”, dijo Hakim Abassi, que coordina 80 guardias en una mezquita en el distrito central de Taimani.

Comparado con el año pasado, la cantidad de guardias se ha duplicado, afirmó Abassi, y salen desde la propia mezquita, vigilando los pasajes cercanos y encargándose de puestos de control a dos calles de la avenida principal.

El Gobierno ha entregado permisos temporales de tenencia de armas, pero al ir todos de negro –la Ashura conmemora el martirio del Imán Hussein, nieto del profeta Mahoma–, los hombres dan la sensación de ser una milicia privada.

El miedo específico que se cierne sobre las conmemoraciones de este año, que finalizaron este jueves, surge a raíz de una serie de ataques sangrientos de ISIS contra la minoría étnica de los hazara, que son mayormente chií.

Los ataques fueron contra la población civil en espacios de la vida cotidiana. Docenas de personas murieron en una escuela, un club de lucha y un centro de registro electoral, llevando el terror a las actividades más prosaicas.

“ISIS está atacando a un grupo étnico específico, no sólo en las mezquitas, sino en centros deportivos y escuelas, así que tenemos que defendernos”, señaló Mohammed Ishaq Mohammadi, un ingeniero eléctrico de 48 años. “La gente está vendiendo lo que tiene de valor –como ordenadores, joyas o alfombras– para comprar armas. Yo vendí las joyas de mi mujer para comprar una pistola”.

Recuerda que la primera vez que visitó una mezquita chií del otro lado de la frontera, en Pakistán, donde los ataques sectarios son un problema desde hace mucho tiempo, le pareció divertido. “Cuando vi gente con fusiles AK-47 en la entrada de la mezquita, me reí”, afirma con tristeza. “Ahora, lamentablemente, tenemos el mismo problema aquí”.

Aunque Kabul es una ciudad con al menos 5 millones de habitantes, el derramamiento de sangre de los últimos años ha dejado a pocos hazara indemnes. “Tenemos el corazón roto, todos nosotros”, afirmó Ghulam Abbas Sher Ali, de 37 años, un guardia de seguridad en paro que ha pedido prestada un arma para ofrecerse como voluntario.

“Desde el ataque de 2011 al templo de Abu Fazl, todos hemos perdido un familiar o un amigo en los ataques a la mezquita, la escuela o el club. Esto es todo muy nuevo para nosotros. Antes nunca tuvimos experiencias así durante la guerra civil”.

El impacto se ha hecho sentir en todas las comunidades cercanas y en muchas mezquitas, donde los funcionarios aseguran que la asistencia a la Ashura ha disminuido levemente.

Los guardias voluntarios dicen que trabajan para que la asistencia no disminuya aún más, para impedir que ISIS no sólo se lleve vidas sino que apague la fe en el corazón de su comunidad.

“Sentimos que este problema de seguridad iba a detener las ceremonias de conmemoración del Imán Hussein, que nos iba a impedir abrir nuestras mezquitas”, dijo. “Ésa es nuestra línea roja. Por eso hemos tomado las armas”.

Traducido por Lucía Balducci

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