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The Guardian en español

Behdad Esfahbod, detenido y chantajeado por el régimen iraní para convertirse en espía contra sus amigos

Behdad Esfahbod fue detenido por la Guardia Revolucionaria de Irán.

Julian Borger

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El 14 de junio, Behdad Esfahbod, ingeniero de software de Facebook, recibió un mensaje desde una extraña cuenta de Instagram. “Un amigo del hijo de tu tía”, decía el emisor. Él sabía exactamente de quién se trataba. Esfahbod llevaba semanas preparándose. Sabía que ese momento llegaría. Era inevitable.

Aquel “amigo del hijo de tu tía” era la división de inteligencia de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC, por sus siglas en inglés) y el mensaje era un código preacordado. “Fuiste nuestro invitado en Teherán y comimos kebab ¿Recuerdas? Hablamos sobre Portugal, tu trabajo y el hecho de que te ibas a Portugal. Tengo algunas preguntas que hacerte sobre la residencia en Portugal??”, decía el mensaje.

Eso significaba que era hora de comenzar a trabajar como agente de la Guardia Revolucionaria en Norteamérica, enviando información al Gobierno sobre amigos y familiares iraníes que viven en el extranjero.

Esfahbod ya había decidido qué iba a hacer cuando llegase el esperado mensaje. Al día siguiente recibió otro texto: “Hola, señor Ingeniero, te acuerdas de mí?” Tampoco respondió. Entonces los mensajes siguieron llegando desde cuentas de WhatsApp, Telegram y Signal. Esfahbod ya había decidido que no iba a cumplir con sus tareas asignadas, sino que iba a contar su historia públicamente.

“Ellos tenían formas de presionarme a través de mi familia, mientras que yo no podía exigirles nada. Sacar todo a la luz era una forma de presionarlos para que me dejaran en paz”, cuenta.

Detención y reclutamiento

El 7 de enero, Esfahbod viajó a Irán para pasar dos semanas de vacaciones junto a su familia y sus amigos. Eran días tensos en el país, solo habían pasado cuatro días desde el asesinato de Qassem Suleimani, general de la Guardia Revolucionaria, a manos de Estados Unidos. La noche en que Esfahbod llegó a Teherán, Irán había atacado con misiles una base estadounidense ubicada en territorio iraquí. La mañana siguiente, la Guardia Revolucionaria derribó por error un avión de línea ucraniano que sobrevolaba Teherán, asesinando a 176 pasajeros y a la tripulación.

La pareja portuguesa de Esfahbod le había pedido que no viajara, pero él pensó que, como no había hecho nada malo, no tenía nada que temer. Luego se dio cuenta de que aquella había sido una conjetura totalmente ingenua.

Vinieron a por él el 15 de enero, minutos después de haberse reunido con su padre en Teherán. De hecho, lo habrían encontrado antes si no hubiera utilizado WhatsApp para comunicarse con sus amigos. Pero Esfahbod llamó a su padre al teléfono fijo y el servicio de inteligencia de los IRGC estaba escuchando.

“Estaba yendo a encontrarme con unos amigos, cuando me llamaron por un apellido que no utilizo. Me giré y vi cuatro personas vestidas de civil”, recuerda. “Me mostraron una orden de arresto y vi que el papel decía Inteligencia de la Guardia Revolucionaria. Esas son las fuerzas más letales de Irán. No quieres lidiar con ellos nunca en tu vida…Francamente, por un momento pensé que no volvería a ver el mundo libre”.

Lo metieron en un coche e inmediatamente le pidieron que desbloquease su teléfono. Luego, lo llevaron al sector de la Guardia Revolucionaria dentro de la famosa cárcel Evin en Teherán, donde lo tuvieron detenido durante una semana. Cada día lo interrogaban durante horas sobre los mensajes, correos electrónicos y fotos que encontraron en su teléfono. En varias ocasiones le dijeron que no habían encontrado nada inapropiado y que lo liberarían al día siguiente, pero eso no sucedió. 

El séptimo día, la expectativa de libertad se esfumó. Apareció un nuevo interrogador y le dijo que su destino estaba en manos de los tribunales. Quedaría detenido hasta el juicio y lo podrían condenar a entre dos semanas y dos años de prisión. No podría saberlo a menos que aceptara trabajar para la Guardia Revolucionaria enviando información sobre activistas iraníes que encontrara en el extranjero. En ese caso, podrían anular el juicio.

“Tú solo tienes que hacer tu vida y quedar con estas personas para luego enviarnos información sobre las cosas que hacen. Y nosotros archivamos tus cargos indefinidamente y tú podrás volver a Irán y todo estará bien”, le dijeron.

Esfahbod fue informado sobre cómo lo contactarían los espías iraníes y luego cogió un vuelo nocturno a Doha y de allí otro a Portugal para encontrarse con su pareja. Pero regresar a trabajar a Estados Unidos se convirtió en un problema. Tras su detención, le habían borrado sus cuentas y era complicado recuperarlas. Además, tenía la sensación de que no lo dejarían pasar el control de inmigraciones, donde a menudo preguntan sobre las redes sociales de los extranjeros. 

Cuando por fin llegó al aeropuerto de Newark, lo interrogaron durante un par de horas sobre su estancia en Irán. “Cuando les conté todo, trajeron otro par de agentes que parecían conocer bien el funcionamiento de la Guardia Revolucionaria”, explicó. “Escucharon mi historia y conversamos. Fueron muy amigables. Finalmente, me dejaron entrar al país y me dijeron que quizá me contactaría otro agente más adelante para saber cómo estaba, pero nunca lo hicieron”.

Cuando Esfahbod llegó a Seattle ya se había desatado la pandemia del coronavirus y ya no pudo salir de Estados Unidos. No podía encontrarse con sus familiares en Canadá ni reunirse con su pareja en Portugal. Mientras esperaba, comenzó a sufrir las repercusiones de la experiencia en Irán. El año anterior lo habían diagnosticado con desorden bipolar moderado y la detención y los interrogatorios lo había acabado de desequilibrar.

“Durante todo febrero me sentí muy paranoico y no podía hablar con nadie ni salir a la calle. Estuve de baja médica todo marzo”, relata. Al llegar el verano Esfahbod se preparó para el inevitable contacto con sus supuestos superiores y se puso a pensar qué haría.

“Las protestas de Black Lives Matter me afectaron mucho y comencé a prestar atención a todos los abusos que había presenciado”, afirma. “Llegué a la conclusión de que no podría nunca tener una vida normal a menos que sacara a la luz a mis captores”.

“No me permitirían tener una vida normal”

Entonces comenzaron a llegar los mensajes por Instagram, seguidos de una carta oficial entregada a su hermana en Teherán que lo citaba para una audiencia por el juicio. Su caso ya no estaba archivado.

Esfahbod se sentó y escribió un relato de su experiencia, que publicó en Medium. Sabía que su padre y su hermana en Teherán sufrirían represalias, pero entendió que eso habría sucedido de todas formas si él no enviaba información incriminatoria sobre sus amigos y conocidos.

“Comprendí que no me permitirían tener ningún tipo de vida normal hasta que no hiciera esto”, cuenta. “¿Qué opciones tenía? En cuanto respondiera a alguno de estos mensajes, me convertiría en un espía, incluso si no les daba ninguna información real”, añade.

Además, Esfahbod asegura que estaba intentando alzar la voz por muchos iraníes con doble nacionalidad que habían pasado por experiencias similares. “Se trata de arrojar luz sobre algo que está sucediendo, porque sabemos de muchas personas que han pasado por lo mismo”, aseguró Esfahbod.

“El problema es que no sabemos el alcance de esto. No sabemos si son diez o mil personas cada año. Solo sabemos que la mayoría de las personas no dicen nada porque pueden soportarlo psicológicamente. Hay razones muy válidas para callar”, cuenta.

Mehdi Yahyanejad, amigo de Esfahbod, emprendedor tecnológico y activista co-fundador de Net Freedom Pioneers, un grupo que lucha por el cambio social, sostiene: “Teniendo en cuenta la forma en que calculó el tiempo para hacer esto, se nota que lo ha pensado mucho. No ha sido una decisión impulsiva”.

Finalmente, Esfahbod renunció a su trabajo. La relación con su pareja portuguesa, que trabaja en fotografía y arte, se desmoronó. Él se mudó a Canadá para estar con su familia y comenzar una vida desde cero. “Me gusta citar una frase de Janis Joplin,” dijo. “La libertad es solo otra forma de decir que no queda nada que perder”. 

Traducido por Lucía Balducci

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