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The Guardian en español

OPINIÓN

El debate sobre el racismo y Meghan Markle evidencia una brecha generacional cada vez más grande

Meghan Markle y el príncipe Harry en su último acto oficial como miembros de la realeza.

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Las divisiones y fracturas en la sociedad no pueden mantenerse escondidas por mucho tiempo: acontecimientos repentinos actúan como estallidos, haciéndolas imposibles de pasar por alto. Las revelaciones de Meghan Markle y el príncipe Harry han sido lo último en encender a un país polarizado. Una lectura superficial de los sondeos sugiere que el público se ha puesto del lado de la monarquía y en contra de los Sussex, pero los datos subyacentes revelan un test de Rorschach: en Reino Unido, los jóvenes y los viejos miran el mismo evento pero ven algo completamente diferente. 

Las personas de menos de 25 años simpatizan con claridad con Harry y Meghan y creen que en general han sido tratados de forma injusta por la familia real británica. Para los mayores de 65 años, los acontecimientos revelan exactamente lo contrario. Aquí vemos solo un ejemplo de una verdad innegable: en Reino Unido, las diferentes generaciones viven en universos políticos y morales completamente distintos, hasta un extremo tal que no parece tener precedentes en la historia moderna del país.

La llamada “guerra cultural” en Estados Unidos hace tiempo que incluye disputas por temas como el aborto y los derechos LGBT+, y discusiones sobre la relación de la iglesia y el Estado, así como choques entre los estadounidenses blancos contrariados por los avances del movimiento por los derechos civiles -algunos llegan al punto de votar contra sus intereses económicos racionales- y los ciudadanos negros y sus aliados. En Reino Unido, la brecha generacional no solo divide el país sino también a la política progresista.

Para la izquierda, la política generacional no es solo un fenómeno incómodo. Puede llegar a ser absolutamente tóxico, porque la base misma de nuestra política es la idea de que la división que realmente importa en la sociedad es quiénes tienen riqueza y poder y quiénes no, quiénes tienen que trabajar para sobrevivir y quiénes se aprovechan de ese trabajo. De cualquier modo, las generaciones como categorías son demasiado inestables y contradictorias para ser útiles. ¿Cuánto tienen en común los 1,9 millones de jubilados pobres con el uno de cada cinco pensionistas que es millonario? ¿Cómo podemos juntar a dos personas de 25 años si uno es un joven negro de clase trabajadora con un empleo en un supermercado y el otro es blanco, fue al exclusivo colegio de Eton, tiene un fondo fiduciario y el depósito de una hipoteca?

Hay ingleses mayores de 65 que creen que hay que derribar al capitalismo con una revolución, mientras que algunos de los analistas de derechas más estridentes del país son más jóvenes que yo [36 años]. Pero no hay duda de que las actitudes sociales opuestas se han fusionado con las realidades económicas para, a grandes rasgos, generar un abismo generacional.

¿Por qué los jóvenes apoyan a Meghan Markle?

Los cristales a través de los cuales miramos el mundo e interpretamos los acontecimientos están formados, después de todo, por nuestras experiencias vividas. ¿Por qué los jóvenes de Reino Unido eligen ponerse del lado de Markle antes que del lado de la institución de la monarquía? En principio, hay más posibilidades de que sean personas de color con sus propias experiencias personales de racismo y que hayan concienciado a sus jóvenes pares blancos.

Otro factor es el patriotismo: hace mucho tiempo que el apoyo a la monarquía se integró en la definición oficial de lo que significa amar a Reino Unido. Sin embargo, en los sondeos, las personas mayores parecen tener índices más altos de patriotismo que los jóvenes. ¿Acaso esto sorprende a alguien? Para los jóvenes de Reino Unido, que han pasado una vida llena de inseguridades económicas y condiciones laborales estancadas, la cuestión del orgullo patriótico inevitablemente abre varios signos de interrogación.

Algunos responderán: por más que las cosas cambien, los jóvenes siempre han caído en las manos del radicalismo, hasta que la brutal realidad de la Universidad de la Vida se lleva la inocencia de la juventud. Pero, como han revelado estudios como Generación Izquierda de Keir Milburn, este fenómeno es nuevo. En las elecciones generales de 2019, el laborismo obtuvo una ventaja de 43 puntos entre los votantes de entre 18 y 24 años, pero los conservadores ganaron ampliamente, impulsados en parte por una enorme ventaja de 47 puntos entre los pensionistas. Por el contrario, cuando Margaret Thatcher ganó de forma aplastante en 1983, obtuvo una ventaja decisiva de nueve puntos entre los jóvenes británicos.

En buena medida, la pertenencia generacional se ha cruzado con las cuestiones de clase. La propiedad de una vivienda se ha disparado entre los británicos más mayores -los pensionistas concentran alrededor de la mitad de la riqueza por tener una vivienda propia-, pero se ha desplomado entre los más jóvenes, que han sido arrastrados a la inseguridad de alquilar en el sector privado. Mientras que se ha podido conservar la democracia social entre las generaciones mayores a través de la “cerradura triple” de las pensiones, la gran mayoría de los jóvenes británicos -estén o no abrumados por una deuda estudiantil- sufre por un empleo inestable, un sistema de seguridad social diezmado y servicios públicos recortados.

Una generación marcada por las luchas de las mujeres y las minorías

Esa inseguridad económica se fusiona con los valores sociales progresistas: tenemos aquí a una generación cuyas actitudes han sido forjadas por décadas de lucha de las mujeres y las minorías. Mientras el 81% de las personas nacidas durante el baby boom afirman sentirse exclusivamente atraídas por personas del sexo opuesto, esa cifra cae al 54% entre personas de la Generación Z, o aquellos entre 18 y 24 años. Mientras las personas más jóvenes -especialmente las mujeres jóvenes- apoyan los derechos del colectivo trans, eso no sucede tanto entre personas de la generación de sus abuelos. El único grupo de edad en el que la mayoría de las personas apoyó el año pasado la acción directa de quitar la estatua del esclavista Edward Colston de Bristol fue el de los menores de 25 años, lo cual habla de una sensibilidad considerablemente mayor hacia las cuestiones de justicia racial.

El hecho de que los jóvenes reivindiquen cada vez más estridentemente sus valores y desafían las reglas culturales de una clase dirigente dominada por personas más mayores ha generado cierto pánico moral. Términos como “ofendiditos”, “intolerancia woke” (un término inventado en EEUU y a veces peyorativo para referirse a los jóvenes que están “despiertos” contra el racismo) y “cultura de la cancelación” reflejan miedo, y en ocasiones desprecio, hacia los jóvenes: la sensación de que amenazan con derribar el orden establecido, que su repudio por las actitudes intolerantes hacia las minorías equivale a una purga estalinista de la vida pública. Aunque la mayoría de la prensa refleja los sentimientos de los votantes mayores y conservadores, cualquier concesión hacia las opiniones sociales de los jóvenes -por muy superficiales que sean- genera terror en el tambaleante orden antiguo. Es difícil no interpretar la aparición del nuevo canal de televisión que pretende ser la voz de la derecha GB News -cuyo director se ha quejado de que “la dirección del debate periodístico en Reino Unido es cada vez más woke’”- como un intento de construir muros más altos que mantengan a raya la ola de las generaciones jóvenes.

Todo esto también supone divisiones dentro de la izquierda: llama la atención que los sondeos muestren que los jóvenes votantes laboristas prefieren con claridad a Jeremy Corbyn que a Keir Starmer como líder del Partido Laborista, a diferencia de sus pares más mayores. La juventud desencantada siempre se ha sentido más atraída por las políticas de este septuagenario. El “stamerismo” es, en parte, una reafirmación del dominio de la Generación X -mucho más ligada a la política de la Tercera Vía del estilo de Tony Blair- dentro de la coalición electoral laborista.

Todo esto representa un enorme desafío para los sectores políticos progresistas. Por supuesto que los británicos mayores, blancos y pudientes son los que más acuden a las urnas, y los conservadores gustan de amañar el sistema electoral para que les favorezca aún más. ¿Es posible para cualquier líder laborista atraer con éxito suficientes votantes mayores con seguridad económica y socialmente conservadores sin alienar a sus seguidores jóvenes, con el objetivo de construir una coalición electoral? Esa pregunta aún no tiene respuesta. Pero, como deja en evidencia la reacción ante Markle, una brecha abismal se ha abierto entre las generaciones: y todo indica que seguirá ensanchándose.

Traducido por Lucía Balducci

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