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The Guardian en español

ANÁLISIS

Canadá es una advertencia: cada vez más lugares del mundo serán demasiado calurosos para los humanos

Fotografía del lecho seco del Lago Mendocino, el 22 de junio de 2021, en Ukiah (EE.UU.).

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La crisis climática hace que las altas temperaturas del verano sean cada vez más peligrosas. Esta semana, en la zona noroeste del Pacífico, no solo se han batido récords de temperatura, sino que se están disparando. En la Columbia Británica (Canadá) el termómetro alcanzó unos alarmantes 47,9 grados. En este contexto de temperaturas más propias del desierto del Sáhara, centenares de personas han muerto en Canadá mientras las “carreteras se levantan [del calor] y los cables eléctricos se derriten”.

A principios de junio, otra ola de calor hizo que cinco países de Oriente Medio superaran los 50 grados. El calor extremo llegó a Pakistán, donde 20 niños de una clase se desmayaron y necesitaron tratamiento hospitalario por golpe de calor. Afortunadamente, todos sobrevivieron.

El calentamiento adicional derivado de las emisiones de gases de efecto invernadero hace que estas olas de calor extremas sean cada vez más probables y los científicos pueden ahora calcular ese aumento con la estadística. Por ejemplo, el calentamiento global hizo cinco veces más probable la ola de calor europea de 2019 que mató a 2.500 personas.

Un calor invivible

En la mayoría de los lugares, las olas de calor extremas que se salen de los parámetros normales de una región causan problemas, desde alteraciones de la economía hasta una mortalidad generalizada, sobre todo entre los jóvenes y los ancianos. Sin embargo, en lugares de Oriente Medio y Asia está surgiendo algo verdaderamente aterrador: la aparición de un calor invivible.

Si bien los seres humanos pueden sobrevivir a temperaturas de más de 50 grados cuando la humedad es baja, cuando tanto las temperaturas como la humedad son elevadas, no nos refresca ni sudar ni mojarnos. Lo que importa es la 'temperatura de bulbo húmedo' –dada por un termómetro cubierto con un paño húmedo– que muestra la temperatura a la que se produce el enfriamiento por evaporación del sudor o del agua.

Los seres humanos no podemos sobrevivir a una exposición prolongada a una temperatura de bulbo húmedo superior a 35 grados porque no podemos enfriar nuestros cuerpos. Ni siquiera en la sombra, y ni siquiera con agua ilimitada. Una temperatura de bulbo húmedo de 35 grados se creía imposible. Sin embargo, el año pasado los científicos informaron de que algunos lugares del Golfo Pérsico y del valle del río Indo en Pakistán ya habían alcanzado este umbral, aunque solo durante una o dos horas y en pequeñas zonas.

A medida que el cambio climático se desarrolla, se prevé que las olas de calor y las temperaturas que hacen un lugar inhabitable duren más tiempo, se extiendan geográficamente y lleguen a nuevos lugares, como partes de África y el sureste de Estados Unidos, en las próximas décadas.

¿Qué podemos hacer?

¿Qué pueden hacer los gobiernos, las empresas y los ciudadanos? En primer lugar, frenar la frecuencia de las olas de calor cada vez más extremas reduciendo a la mitad las emisiones de dióxido de carbono en esta década y llegando a cero emisiones netas en 2050.

En segundo lugar, prepararse para las inevitables olas de calor del futuro. La planificación de la salud pública de emergencia debe ser la prioridad más urgente: hacer llegar la información esencial a la población y trasladar a las personas vulnerables a lugares con aire acondicionado. 

Las previsiones de olas de calor deben incluir las temperaturas de bulbo húmedo para que la gente aprenda a entender los peligros.

Los planes deben tener en cuenta que las olas de calor intensifican las desigualdades estructurales. Los barrios más pobres suelen tener menos espacios verdes y, por tanto, se calientan más, mientras que las personas que trabajan en el exterior, a menudo mal pagadas, son especialmente vulnerables. Los ricos pueden comprar equipos de refrigeración a precios elevados cuando una ola de calor azota su región y tienen muchas más opciones de marchar a otro lugar, lo que pone en evidencia la importancia de la planificación de la salud pública.

“Adaptación” al nuevo clima

Más allá de la gestión de la crisis, los gobiernos deben invertir en hacer que los países funcionen en el nuevo clima que estamos creando, incluido el más extremo. En términos de política climática esto se conoce como “adaptación”. Es fundamental que el suministro de energía sea resistente a las olas de calor, ya que la gente dependerá de la electricidad para la refrigeración de los aparatos de aire acondicionado, los ventiladores y los congeladores, que son salvavidas en una ola de calor. Del mismo modo, las comunicaciones por Internet y los centros de datos deben estar preparados para el futuro, ya que son servicios esenciales que pueden tener problemas con el calor.

Además, se necesitan nuevas normativas para que los edificios se mantengan frescos y para que los sistemas de transporte, desde las carreteras hasta los trenes, puedan funcionar bajo temperaturas extremas mucho más elevadas.

Muchos de estos cambios pueden responder a otros retos. La readaptación de las viviendas para que sean energéticamente eficientes es también la oportunidad perfecta para modificarlas para que también nos mantengan frescos. Por ejemplo, la instalación de bombas de calor eléctricas para calentar las casas en invierno significa que en verano también pueden funcionar a la inversa para que sirvan de sistema de refrigeración. Las ciudades pueden mantenerse más frescas con techos verdes y más espacios verdes, que también las convierten en mejores lugares para vivir.

La última misión es proteger la agricultura y los ecosistemas de los que todos dependemos. El calor puede causar estragos en la producción de cultivos. En Bangladesh, solo dos días de aire caliente en abril de este año destruyeron 68.000 hectáreas de arroz, afectando a más de 300.000 agricultores con pérdidas de 33 millones de euros. Es necesario desarrollar y utilizar nuevas variedades de cultivos tolerantes al calor. De lo contrario, aumentará el precio de los alimentos, con el consiguiente aumento de la pobreza y los conflictos civiles que suelen acompañarlos.

No hay tiempo que perder

Teniendo en cuenta estos inmensos desafíos, ¿cómo lo están haciendo los gobiernos en materia de adaptación al cambio climático? Francamente mal. El acuerdo de París sobre el cambio climático obligó a los países a presentar sus planes de adaptación, pero solo 13 países lo han hecho. Uno de ellos es Reino Unido, pero sus propios asesores independientes consideraron que los planes del Gobierno “no han logrado seguir el ritmo de la creciente realidad del riesgo climático”.

Las conversaciones sobre el clima de la COP26 de Glasgow tendrán que poner el foco en la planificación y financiación de la adaptación de los países vulnerables. Para reducir el impacto de olas de calor cada vez más extremas, la reducción de las emisiones deberá ir acompañada de la adaptación al mundo sofocante que estamos creando. Estabilizar el clima de aquí a 2050 está dentro del plazo de una vida laboral, al igual que adaptarse para que todos podamos prosperar en este nuevo mundo. No hay tiempo que perder.

Simon Lewis es profesor de Ciencias del Cambio Global en el University College de Londres y en la Universidad de Leeds

Traducido por Emma Reverter

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