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OPINIÓN

El capitalismo está destruyendo la Tierra: necesitamos un nuevo derecho humano para las generaciones futuras

Manifestantes protestan en contra de la ocupación ilegal de terrenos en Johannesburgo (Sudáfrica).

George Monbiot

Los jóvenes que han tomado las calles para protestar contra el cambio climático tienen razón: se les está robando el futuro. La economía es un sistema piramidal medioambiental que descarga sus responsabilidades sobre los jóvenes y sobre los que ni siquiera han nacido. El crecimiento económico depende del robo intergeneracional.

El capitalismo se basa en una gran premisa que apenas ha sido cuestionada: tienes derecho a una porción tan grande de los recursos del mundo como tu dinero pueda comprar. Puedes comprar tanta tierra, tanto espacio atmosférico, tantos minerales, tanta carne y pescado como te puedas permitir, sin importar que estés privando a un tercero. Si te lo puedes permitir, puede ser el dueño de cordilleras enteras y llanuras fértiles. Puedes quemar todo el combustible que quieras. Cada libra esterlina o dólar te garantiza un cierto derecho sobre las riquezas naturales del mundo.

¿Cómo hemos llegado a esa conclusión? ¿por qué? ¿Qué principio justo equipara los números de una cuenta bancaria con el derecho a poseer los bienes de la Tierra? La mayoría de las personas a las que hago está pregunta se quedan completamente desconcertadas. Para justificar esta creencia solemos remontarnos al 'Segundo tratado sobre el gobierno civil' de John Locke, publicado en 1689. En este texto afirma que el derecho a la propiedad de los recursos naturales se adquiere con trabajo y esfuerzo: al recolectar los frutos, extraer los minerales o al cultivar la tierra nos convertimos en los únicos propietarios porque somos los que hemos hecho el trabajo.

Este argumento fue desarrollado por el jurista William Blackstone en el siglo XVIII, cuyos libros fueron muy influyentes en Inglaterra, Estados Unidos y otras partes del mundo. Blackstone argumentaba que el derecho de un hombre al “dominio único e indiscutible” sobre una tierra lo establece la persona que la ocupa primero para producir alimentos. Después, este derecho podría intercambiarse por dinero. Este es el fundamento que justifica el esquema piramidal actual. Lo cierto es que no tiene sentido.

Para empezar, parte del supuesto de la existencia de un año cero. Partiendo de esta ficción, un hombre podría pisar una porción de tierra virgen, trabajarla y reclamarla como suya. Locke utilizó a Estados Unidos como ejemplo de la hoja en blanco a partir de la cual las personas podrían adquirir derechos. Sin embargo, la tierra (como Blackstone reconoció) pasó a ser una hoja en blanco solo después de exterminar a los pueblos indígenas.

El colono no sólo podía borrar todos los derechos anteriores, sino que también podía borrar todos los derechos futuros. Al unir el fruto del esfuerzo con la tierra, tú y tus descendientes adquirís el derecho a ella a perpetuidad, hasta que decidáis venderla. De este modo, evitáis que todos los futuros demandantes obtengan riquezas naturales por los mismos medios.

Peor aún, según Locke, “tu” trabajo incluye el trabajo de aquellos que trabajan para ti. Pero, ¿por qué aquellos que trabajan no deberían ser los que adquieren los derechos? Solo entendemos esta teoría cuando nos percatamos de que por “hombre”, Locke no hace referencia a toda la humanidad, sino a los terratenientes europeos. Los que trabajan para ellos carecen de esos derechos. A finales del siglo XVII, esto implicaba que el derecho a una gran extensión de tierra solo era posible si uno era propietario de esclavos. Tal vez sin quererlo, Locke sentó las bases de un tratado de derechos humanos para propietarios de esclavos.

Incluso si pudiéramos ignorar las objeciones a esta teoría, ¿qué tiene el trabajo que mágicamente convierte todo lo que toca en propiedad privada? ¿Por qué no establecer tu derecho a los recursos naturales orinando sobre ellos? Los argumentos que defienden nuestro sistema económico son endebles y absurdos. Si los analizan a fondo verán que toda la estructura actual se basa en el saqueo: el saqueo de otras personas, el saqueo de otras naciones, el saqueo de otras especies y el saqueo del futuro.

Y, sin embargo, es precisamente con estos argumentos absurdos que los ricos se arrogan el derecho a comprar los recursos naturales de los que otros dependen. Locke puntualizó que su teoría sólo funcionaba si “había suficiente y quedaban recursos igualmente buenos para los demás”. Hoy en día, ya sea que se hable de la tierra, la atmósfera, los sistemas vivientes, las grandes reservas de minerales o la mayoría de las otras formas de riqueza natural, es evidente que no hay “suficiente e igualmente bueno” para los demás. Todo lo que nos quedamos se lo quitamos a otra persona. Puedes maquillar el sistema. También puedes intentar reformarlo. Hagas lo que hagas no conseguirás que sea justo.

Entonces ¿Por qué sistema deberíamos sustituirlo? Me parece que el principio fundamental de cualquier sistema justo debe partir de la base de que los que todavía no han nacido tendrán los mismos derechos al nacer que los actuales habitantes de la Tierra. A simple vista, esto no parece cambiar nada: el Artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos afirma que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Sin embargo, esta afirmación carece de sentido en la práctica, ya que en ninguna parte de este texto se establece que una generación no pueda robar a la siguiente. Sería necesario añadir un nuevo artículo que estableciera algo así como: “Cada nueva generación tendrá el mismo derecho que las anteriores a disfrutar de las riquezas naturales.”

Este principio parece indiscutible y, sin embargo, permite una transformación. Establece que no se debe utilizar ningún recurso renovable más allá de su tasa de reposición. También indica que no se debe utilizar ningún recurso no renovable que no pueda ser totalmente reciclado y reutilizado. Esto conduce inexorablemente a dos grandes cambios: una economía circular de la que nunca se pierden materiales y el fin del consumo de combustibles fósiles.

¿Y eso cómo afectaría a la Tierra? En este mundo densamente poblado, toda propiedad de la tierra excluye necesariamente la propiedad de otros. El artículo 17 de la Declaración Universal es contradictorio. Establece que: “Toda persona tiene derecho a la propiedad”. En realidad, al no limitar la cantidad que una persona puede poseer, consolida que no todos tengan este derecho. En mi opinión, sería preferible añadir este matiz: “Todos tienen derecho a usar la propiedad sin infringir los derechos de otros a usarla.” La implicación es que todas las personas nacidas hoy en día adquirirían el mismo derecho de uso o tendrían que ser compensadas por su exclusión. Una forma de ponerlo en práctica es a través de los grandes impuestos sobre la tierra, que se depositan en un fondo de riqueza soberano. Alteraría y restringiría el concepto de propiedad y aseguraría que las economías tendieran a la distribución, en lugar de a la concentración.

Mis sugerencias abren muchos interrogantes. No tengo todas las respuestas. Creo que estas cuestiones deberían ser objeto de un amplio debate. Si queremos evitar un desastre medioambiental y el colapso del sistema actual, debemos cuestionar nuestras creencias más arraigadas y que siempre hemos dado por buenas.

Traducido por Emma Reverter

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