Eldoret: la ciudad keniana que corre para “escapar de la pobreza”
Dejó de llover, el cielo con nubes bajas comienza a aclarar y la tierra húmeda de las pistas, de un color rojo óxido, brilla con los intensos y oblicuos rayos del sol. Justin Kipchumba camina, y su espalda y sus hombros desprenden vapor a medida que la transpiración se evapora.
El entrenamiento matutino ya terminó. En una hora y cuarenta y cinco minutos, Kipchumba, de 27 años, ha recorrido 30 kilómetros de campos y pastizales en las afueras de la ciudad keniana de Eldoret, al oeste del país. Ahora se dirige a la habitación que alquila para tomar té y comer un plato de puré hecho a base de harina de maíz y vegetales. Son las 8 de la mañana.
“Todos los días hago lo mismo. Duermo, corro y como. Algún día voy a ganar carreras importantes”, dice Kipchumba, que proviene de una pequeña aldea cercana y aún no ha competido fuera de su país.
De los más de un millón de turistas que llegan a Kenia cada año, muy pocos pasan cerca de Eldoret, una ciudad ubicada sobre una meseta en el Gran Valle del Rift , a 2.100 metros de altura y cinco horas de viaje en coche desde Nairobi, la capital.
Menos personas aún han escuchado nombrar a la ciudad. Sin embargo, cualquiera que tenga un poco de conocimiento sobre atletismo, sabe que Eldoret es el corazón del extraordinario fenómeno en que se ha convertido el atletismo keniano. Para los cientos de miles de habitantes de la ciudad y sus alrededores, un lugar golpeado por la pobreza y por la violencia étnica, el dinero que generan los atletas locales financia a los agricultores de la zona y sirve para pagar escuelas y clínicas.
El dominio keniano en las carreras de fondo
El dominio de los atletas kenianos en las competiciones de fondo es casi indiscutido. En los 10 maratones masculinos más rápidos de la historia (y homologados para aceptar nuevas marcas mundiales), los kenianos hicieron los mejores tiempos. Los atletas de Kenia ganaron 11 medallas olímpicas en Londres 2012, obtuvieron los primeros puestos del Campeonato Mundial de Pekín en 2015 y parecen dispuestos a mantener el éxito en los Juegos de Río de Janeiro.
En abril, Eliud Kipchoge ganó el Maratón de Londres por segundo año consecutivo con el segundo mejor tiempo de la historia en un circuito en el que se homologan los récords. Ahora espera ganar en Brasil. “Las Olimpiadas son un logro para toda la vida. Si eres campeón de las Olimpiadas, eres campeón para siempre”, dice el keniano de 31 años, líder del equipo de atletas masculinos de su país.
Pero una sombra oscurece el atletismo de Kenia: las acusaciones por el uso generalizado de sustancias prohibidas para aumentar el rendimiento deportivo y por corrupción en las altas esferas del deporte. Para evitar una sanción, en el último momento se aprobó en Kenia una enmienda a la ley antidopaje. Los corredores kenianos deberán someterse además a exámenes individuales adicionales para correr en los próximos Juegos.
“Vamos a Río, pero no solo a ganar medallas, sino a limpiar la reputación de los atletas de Kenia. Ese es nuestro principal objetivo”, dice Wesley Korir, uno de los cinco kenianos que viajarán a Brasil para correr en el maratón. Hay muchas más cosas en juego que el orgullo nacional o la carrera de los atletas de élite.
Corren para financiar a sus familias
En torno a cada atleta, hay círculos concéntricos de la gente que depende de ellos. Para los corredores de menor categoría (como Kipchumba, y sus largas carreras por la mañana temprano, con sus zapatillas chinas baratas y descansando en su habitación alquilada), la gente a cargo son padres, hijos, pareja y hermanos. Los atletas que compiten a nivel nacional o en competiciones menores en el extranjero tienen aún más responsabilidades.
Ruth Bosibori, una corredora de media distancia que participó en las Olimpiadas de 2008, paga miles de dólares anuales en los gastos de escolaridad de sus tres hijos y una gran cantidad de primos. “Pensar en todos los niños me motiva a esforzarme más para ayudarlos”, cuenta.
Los atletas de alto rendimiento, como Wesley Korir (ganó una serie de carreras muy importantes en los EE.UU.) tienen cientos de personas a su cargo. Korir fue elegido en 2012 como miembro del parlamento de Kenia. Financia una fundación que paga los gastos de escolaridad de 300 niños, ayuda a 2.000 agricultores y provee puestos de trabajo a 100 sastres: “Si gano una carrera, los niños van a la escuela el próximo año. Si no gano, no van. Es una gran motivación. Cuando aparece el dolor, hay que tener una razón para seguir. La gente siempre pregunta: ‘¿Por qué corremos tan rápido?’ La respuesta es simple: corremos para escapar de la pobreza”.
Para hombres como Korir, esa pobreza es un recuerdo distante. Los premios para los corredores de élite son extraordinarios. El premio total en juego en los maratones de Boston o de Londres de este año superaba el millón de dólares. El caché de los atletas de élite y los ingresos que reciben por los acuerdos con patrocinadores y marcas pueden llegar fácilmente al millón de dólares anual.
Esta cuantiosa inyección de dinero en efectivo tiene un impacto enorme sobre una comunidad que aún sigue siendo rural y pobre. En Eldoret y los alrededores, los atletas han construido edificios de oficinas, hospitales, clínicas, complejos de apartamentos, centros comerciales y estaciones de servicio. Muchos de esos lugares llevan el nombre de las carreras que financiaron su construcción. Los precios de las propiedades se han disparado.
“Nuestra gente participa en carreras en todo el mundo y luego invierte todo en nuestra localidad. Eso transformó a nuestra ciudad”, explica David Kimosop, un empresario local.
Todos los niños quieren ser corredores
En las escuelas, como era de esperar, sólo se piensa en una sola carrera. “Muy pocos, poquísimos alumnos quieren ser ingenieros, médicos o abogados. Todos quieren correr. Ven el éxito que tienen los atletas, sus coches grandes y demás, y para ellos son un modelo a seguir”, cuenta James Legat (40), director de escuela y entrenador.
Pero los incentivos y la presión llevan a algunos a obrar mal. En un estudio de la Agencia Mundial Antidopaje realizado de 2014, se descubrió que casi uno de cada cuatro deportistas tenía algún compañero que usaba drogas ilegales. En los últimos años, el análisis de más de 40 atletas kenianos dio positivo por diversas sustancias prohibidas. Actualmente, 18 atletas están cumpliendo sanciones que, en total, equivalen a 55 años. Algunos son de perfil alto, como Rita Jeptoo, corredora de maratón. Muchos otros no lo son.
Según Nelson Kitwarotith, un corredor de maratón de 35 años criado en Eldoret, “no son los mejores atletas ni los de abajo. Son los que se encuentran en el medio. Ellos buscan un atajo hacia la seguridad financiera y el éxito ”.
Los atletas de élite representan una pequeña minoría entre los miles que corren cada mañana en los campos de las afueras de la ciudad. Muchos subsisten a duras penas corriendo en eventos de Asia o Europa, sin caché por participar y con premios que apenas cubren los gastos de viaje.
Kitwarotith, hijo de agricultores de subsistencia, es uno de ellos. Corría, descalzo, los 18 kilómetros desde su casa a la escuela, ida y vuelta, con la mochila en la espalda. Este delgado exoficial de policía y jugador de fútbol empezó a entrenar de forma más profesional cuando ya tenía unos 25 años. Desde entonces, Kitwarotith compite en tres o cuatro carreras al año de China, Malasia, India y Corea del Sur, lugares donde consigue hasta 10.000 dólares como premio por una victoria, o nada si no alcanza la velocidad necesaria.
“Es difícil, pero lo que tengo se lo debo al atletismo. De otra manera, estaría en la miseria. No tendría ni pan ni calzado para mis hijos”, cuenta Kitwarotith. Pero lo que viene fácil también puede causar problemas. Kitwarotith ha visto cómo cambiaban los jóvenes que ganan grandes cantidades de dinero: “No son los mismos de siempre. Empiezan a beber y a irse de fiesta. Enloquecen. No se pueden controlar”.
Hay quien no ve posible que Eldoret mantenga su increíble tradición de atletismo. Cada vez menos niños corren largas distancias hasta la escuela. Aunque, según las cifras oficiales, el desempleo en Kenia asciende al 40%, hay más oportunidades que antes para los graduados. La ciudad posee una universidad muy grande y decenas de otros centros de formación vocacional.
Kipchoge, líder del equipo olímpico, no duda del predominio de Eldoret y de Kenia en las próximas décadas. “Hay miles de atletas en Kenia y muchos son adolescentes”, explica. “Tenemos la gente que puede seguir con nuestro legado”.
Traducido por Francisco de Zárate