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The Guardian en español

Cuando tus familiares rusos no se creen la guerra que estás sufriendo en Ucrania: “No sabía si reír o llorar”

Un soldado ucraniano ayuda a una anciana junto a uno de los puentes derribados en Irpin.

Lorenzo Tondo (Leópolis) / Mark Rice-Oxley

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Alexander Serdyuk ha dejado de hablar con su madre. Nervioso, ve cómo la guerra se acerca cada vez más a su casa en Leópolis. Ella se encuentra a 2.400 km al este, en Rusia, y niega que todo esté ocurriendo realmente. “No puedo hablar con ella”, dice este ruso de 34 años que se trasladó a Ucrania hace una década. “No me entiende. Dice que solo son nazis matándose entre sí, y que nosotros somos los responsables de todo esto. Simplemente no me cree”, añade. “Solíamos hablar mucho entre nosotros, pero ahora no tiene sentido”.

Lo mismo le ocurre a Natasha Henova. Ya huyó de su casa cerca de Járkov con sus hijos pequeños y su marido, a medida que las bombas se acercaban cada vez más a su pueblo. Sin embargo, cuando llamó a una prima que vive cerca de Moscú para ponerle al día, la conversación fue casi tan angustiosa como la guerra misma.

“Es empática, pero dice que nos están mintiendo”, afirma Henova, profesora de inglés de 35 años. “Dice que todo es obra de Estados Unidos. Yo le digo que vale, pero que por qué los rusos nos están atacando a nosotros si se trata de Estados Unidos. Dice que los ucranianos han sido muy crueles con la gente en el Donbás”.

“Dice que los soldados ucranianos deben rendirse. Incluso me invitó a ir a Rusia para estar con ella. No sabía si reír o llorar. Estoy aquí, luchando desesperadamente por preservar la independencia de Ucrania, y ella me invita a ir a Rusia”.

Mientras la guerra en Ucrania entra en su cuarta semana, la “guerra de información” entre las personas de ambos lados de la frontera se vuelve cada vez más intensa. El ataque militar no solo está demoliendo en Ucrania edificios de viviendas y centros urbanos, sino que está poniendo a prueba innumerables lazos familiares transfronterizos que han perdurado durante décadas, incluso siglos.

Si bien los ucranianos pueden ver con sus propios ojos lo que le está ocurriendo a su país, los rusos solo lo hacen a través del laberinto de espejos que es la televisión estatal, y cuando los que están refugiándose en los búnkeres envían vídeos y mensajes sobre su difícil situación, muchos (pero no todos) de los destinatarios simplemente los descartan por considerarlos falsedades.

El miedo y la ignorancia

Natalia Ivanivna tiene padres y abuelos rusos, así que cuando esta contable de 62 años tuvo que huir de Járkov a principios de este mes hacia un pueblo del oeste de Ucrania, había muchos familiares a los que quiso alertar. “15 minutos después de que comenzaran los bombardeos, les envié una serie de mensajes: ‘Nos están bombardeando’. La primera pregunta que me hicieron fue: ‘¿Quién está bombardeando, nuestro ejército o el vuestro?’”.

Ivanivna cree que son tanto el miedo como la ignorancia los que dan forma a la visión del mundo al otro lado de la frontera. “Creo que tienen miedo al régimen de Putin, tanto como mis padres tenían miedo al de Stalin. Ahora no contestan mis mensajes. No estoy enfadada con ellos, solo me dan pena”.

La televisión rusa es tan omnipresente y persuasiva que incluso algunas personas del este de Ucrania que la ven se han dejado llevar por su versión de los hechos.

Maria Kryvosheyeva, que huyó de Járkov con sus dos hijos, tiene una abuela que se quedó atrás, demasiado frágil para viajar. “Lo único que ella veía era la televisión rusa”, dice Kryvosheyeva, “y cuando empezó la guerra me di cuenta de que estaba muy tranquila. Decía: ‘No te preocupes. Putin ha dicho que todo está bien’”.

Cambió de opinión cuando las fuerzas rusas empezaron a bombardear Járkov. “Nos pasamos a la televisión ucraniana, que lo mostraba todo, todos los edificios destruidos. Pero la televisión rusa mostraba vídeos de cámaras web grabados en días anteriores y decía a la gente que todo era normal en Járkov. Mi abuela empezó a llorar. Dijo: ‘No puedo creer que me hayan lavado el cerebro todos estos años’”.

La mitad de los ucranianos

Alrededor de la mitad de los ucranianos —más de 20 millones de personas— tienen familia en Rusia, según una encuesta de 2011, en la que también se constató que un tercio de los ucranianos tenía amigos o conocidos allí. El intercambio familiar entre los dos países ha sido prolífico durante siglos: desde los primeros días del imperio en el siglo XVII, pasando por la última etapa del período soviético, hasta la era de la independencia, dice Orysia Lutsevych, investigadora de Chatham House.

“Moscú siempre fue la metrópolis del imperio”, dice Lutsevych y explica por qué tantos ucranianos se trasladaron hacia el este a lo largo de los últimos 300 años. “Era un lugar atractivo para la gente que quería hacer carrera. La similitud del idioma hacía que fuera fácil ir a estudiar allí. Los mejores institutos estaban allí, así que era muy prestigioso ir”.

Los rusos y los ucranianos que viven en otros países también están enfurecidos por el negacionismo que parece haber infectado a sus familiares. El tipo de cosas que escuchan son: las imágenes de la guerra son falsas; los nazis están desbocados; los ucranianos deberían quedarse en casa o los fascistas los atraparán.

Natasha, una rusa radicada en Reino Unido que no quiere que su apellido sea publicado, tiene padre ucraniano y madre rusa. Hoy en día, ambos viven en Siberia occidental. Sin embargo, la familia de su padre es de Vinnytsia, en Ucrania, y algunos de ellos ya han huido a Polonia. Natasha le preguntó a su padre si había hablado con su hermano. Su padre le dijo que sí y que todo estaba bien, aunque no había podido oír mucho debido a las sirenas de los ataques aéreos.

“Le dije: ‘¿Cómo puede estar todo bien si hay sirenas antiaéreas? ¿Cómo puede estar bien?”. Natasha dice que su madre repite como un loro lo que la televisión rusa dice sobre el sufrimiento de los rusos en el este de Ucrania y la necesidad de protegerlos. “Pero eso me parece una locura, porque mi familia es de habla rusa y están huyendo hacia Polonia”.

“Cuando le pregunto a mi madre si ha visto las imágenes, las grabaciones y lo que está pasando en las ciudades, me dice que todo es falso”, dice. “Es muy frustrante no poder tener esa conversación. Me decepciona mucho que ella le crea al presidente en lugar de a mí”.

¿Cuestión generacional?

Puede que algo de esto sea generacional. Natasha dice que la generación mayor se crio durante el periodo soviético creyendo que Occidente estaba en su contra y que las únicas personas en las que se podía confiar eran sus propios dirigentes. Dice que en Rusia está profundamente enraizada la noción de que son el mejor país del mundo, con los recursos más ricos, cuyos habitantes son una raza superviviente que puede superar cualquier cosa. “Por supuesto que van a creer lo que se les ha dicho”.

Es posible que el perdón tarde mucho en llegar. Lutsevych dice que en Ucrania existe un sentimiento muy fuerte de “no olvidaremos”: la determinación de que, cuando las bombas hayan dejado de caer, los crímenes de guerra deberán ser castigados y las personas deberán rendir cuentas. Dice que, para que las familias puedan volver a hablar entre ellas, probablemente sea necesario un proceso de verdad y reconciliación similar al que tuvo lugar en Sudáfrica tras el apartheid.

Artur Kolomiitsev, un fotógrafo de 28 años que está resistiendo en Járkov, no está seguro de poder perdonar. Sus padres en Rusia son comprensivos, dice, pero sus tías, tíos, primos y abuela no tanto.

“No creen que esta guerra sea real. Creen que nos estamos bombardeando a nosotros mismos y que nuestro Gobierno se droga”, dice. “Si un día les enviara una foto de un misil golpeándome en la cabeza, quizá solo entonces me creerían. Ya no quiero verlos. No quiero volver a hablar con ellos. Nunca les perdonaré”.

A pesar de haber perdido el trabajo, la casa y la tranquilidad, Natasha Henova no quiere perder el contacto con su prima menor, que evidentemente también fue una amiga íntima durante su juventud. “Quizá cuando todo acabe, quizá dentro de unos pocos años, si mi familia sigue viva, pueda perdonarla y comprenderla”.

Traducción de Julián Cnochaert

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