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The Guardian en español

Gran Bretaña le ha vendido el alma a la Casa de Saúd. Debería darnos vergüenza

Dos activistas llevan máscaras con la imagen de la primera ministra británica, Theresa May (i), y del heredero al trono saudí

Owen Jones

Al fin, un poco de escrutinio sobre la sórdida relación entre Gran Bretaña y una de las dictaduras más abominables del mundo. Es ridículo que para eso haya hecho falta el asesinato de un periodista y no alcanzase, por ejemplo, con la implacable guerra de Arabia Saudí en Yemen, la peor crisis humanitaria del mundo. Pero no esperen que esto dure demasiado tiempo. El establishment británico y la tiranía saudí están estrechamente relacionados: los lazos entre las élites británicas y un régimen que decapita a disidentes, mata a niños yemeníes y exporta el terror son demasiado lucrativos como para romperlos.

La élite política es un ejemplo. Como primer ministro, Tony Blair presionó al fiscal general británico para que pusiera fin a una investigación por un gigantesco escándalo de corrupción relacionado con un negocio de armas saudí. Desde que comenzó el ataque saudí contra Yemen, el Gobierno británico ha autorizado la exportación de armas por unos 5.300 millones de euros. Incluso ha habido asesores militares británicos trabajando en salas de guerra saudíes. Alemania ha detenido la exportación de armas al régimen saudí, pero no hay ninguna posibilidad de que el Gobierno conservador británico siga su ejemplo, aunque se repitan las bombas occidentales cayendo sobre los autobuses escolares de Yemen.

El régimen saudí gasta cientos de miles de dólares en parlamentarios británicos. En su mayoría pertenecen al partido conservador, pero también hay laboristas. Reciben desde viajes al extranjero hasta regalos. Durante uno de esos viajes en abril, el laborista Paul Williams dijo que sus “ideas anteriores se habían esfumado” y que había “visto una Arabia Saudí moderna y progresista”: “Ha cambiado totalmente mi visión de este país”.

Seguramente, sus financiadores saudíes estaban encantados. Bajo el mandato del príncipe heredero, Mohamed bin Salman, se ha duplicado la tasa de decapitaciones; la disidente más importante del país y muchos activistas por los derechos de las mujeres sido detenidos; y miles de yemeníes han sido asesinados. Parece una buena inversión pasear a crédulos parlamentarios británicos en viajes organizados que proyectan una falsa imagen de las reformas. Incapaz de aceptar que lo están utilizando, Williams asegura que es capaz de ver “las cosas absolutamente atroces que hace el régimen” pero también subraya las “reformas económicas y sociales que se están produciendo”.

Kwasi Kwarteng es un parlamentario conservador que ha participado en viajes financiados por los saudíes valorados en casi 11.000 euros. Me dice que no aceptar viajes pagados por las dictaduras para evitar “comprometerse” es “infantil” y “el estúpido enfoque de la izquierda” (“como el no-platforming de las universidades” [en referencia a la política de algunas universidades de rechazar charlas de determinados disertantes]).

Cuando le preguntan si aceptaría un viaje financiado por la dictadura norcoreana, se limita a argumentar que no está interesado en ese país. ¿Por qué cree que el régimen saudí paga por los viajes? “Quieren que la gente vea su país, con fines propagandísticos, por supuesto”, admite antes de colgar. Tiene razón, claro. Esos viajes son cruciales para la ofensiva propagandística saudí.

También están los lazos económicos. A principios de este año, el entonces ministro de Exteriores británico, Boris Johnson, alababa una inversión saudí estimada en unos 73.500 millones de euros que se desembolsaría a lo largo de diez años en sectores que cubrían desde las finanzas hasta la educación, pasando por la sanidad y la defensa. La autoridad que regula los mercados financieros británicos cambió las normas para permitir que empresas extranjeras de propiedad estatal cotizasen en la “categoría premium” de la Bolsa de Londres.

Las fuentes del mercado coinciden: la modificación de las reglas se hizo para favorecer a Aramco, la empresa petrolera saudí. La Financial Conduct Authority, el organismo que regula el sistema financiero británico, cambió sus normas para favorecer los intereses de una dictadura extranjera. Como David Wearing destaca en su maravilloso nuevo libro, AngloArabia, los petrodólares del Golfo, entre ellos los de Arabia Saudí, están financiando el colosal déficit de cuenta corriente británico, surgido tras desmantelar la industria en favor de las finanzas.

La influencia saudí llega hasta lo más profundo de la sociedad civil. La familia real saudí se ha prodigado con dinero para las universidades británicas, incluyendo decenas de millones en instituciones de la Universidad de Oxford como el Museo Ashmolean y la Escuela de Negocios Said. Mientras los museos de Nueva York han empezado a rechazar el dinero saudí, en el Reino Unido lo siguen recibiendo. Incluso después de la desaparición de Jamal Khashoggi, el Museo de Historia Natural se negó a cancelar un evento para la embajada saudí con el argumento de que era una “fuente importante de financiación exterior”.

Por último, echen un vistazo a la llamada prensa libre británica. El periódico The Independent, mi antiguo empleador, se ha asociado con un grupo de medios cercano a la familia real saudí para abrir sitios web en Pakistán y en todo Oriente Medio. Es preocupante que un empresario saudí vinculado al régimen incluso haya llegado a comprar una participación del 30% en The Independent.

Los saudíes pagan por anuncios en los periódicos, The Guardian entre ellos, promocionando la agenda de reformas de bin Salman. Con Coughlin, redactor de temas de defensa en The Telegraph, fue uno de los asistentes a la fiesta del Museo de Historia Nacional. Un día después publicó un artículo y lo anunció así en su cuenta de Twitter: “¿Jamal Khashoggi era un liberal o un lacayo de la Hermandad Musulmana que vilipendiaba a Occidente?”. Coughlin también ha publicado complacientes entrevistas a bin Salman, al que describe como una “dinamo humana” bajo cuyo gobierno “las perspectivas de futuro de Arabia Saudí claramente no tienen límites”.

La tiranía de Arabia Saudí es una amenaza para todos. Ha sido fundamental en el auge de los talibanes, de al-Qaeda y de ISIS. Somete a las mujeres a una monstruosa opresión, mantiene la pena de muerte para los homosexuales y para las “brujas”, prohíbe los partidos políticos y los medios independientes, y mata a civiles en Yemen con armas británicas y estadounidenses.

La alianza de Gran Bretaña con la Casa de Saúd pone en evidencia que el discurso de nuestra élite gobernante sobre los “derechos humanos” en el extranjero es una sarta de mentiras. Los regímenes extranjeros se dividen en una jerarquía de malvados, pero para saber cuál es peor no hay que pensar en sus maldades intrínsecas sino en el grado en que se enfrentan a los intereses de Occidente. Hay muchas razones por las que el desmoronado orden social del Reino Unido ha perdido legitimidad. Este acuerdo empapado de sangre es un motivo tan válido como cualquier otro.

Traducido por Francisco de Zárate

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