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The Guardian en español

Los referéndums tienen mala fama, pero necesitamos muchos más

Celebrar más referéndums permitiría a los ciudadanos implicarse más en la política del país

George Monbiot

Has perdido, acéptalo; la política es así. Si votaste a un partido que perdió las elecciones no podrás hacer oír tu voz en los próximos cinco años. En esta “democracia representativa” el gobierno podría no representarte durante toda tu vida, y al mismo tiempo tampoco tendrías la oportunidad de hablar por ti mismo.

Incluso si tu partido gana las elecciones, se desentiende de ti cuando depositas tu voto en la urna. Los gobiernos buscan la aprobación del parlamento cuando quieren impulsar una medida. Y si bien es cierto que durante la campaña electoral se debaten unos pocos temas, cuando un partido gana las elecciones da por hecho que el votante apoya todos los puntos de su programa electoral así como cualquier medida que impulse mientras gobierne.

Si muestras tu disconformidad con alguna de sus medidas, a menudo te dirán que “si no te gustan, ya sabes qué debes hacer la próxima vez que se celebren unos comicios”. Esta respuesta es reveladora: implica que solo 650 personas de los 66 millones [de votantes en el Reino Unido] desempeñan un papel relevante en la política del país, al margen de que todos puedan votar cada cinco años. El control político en este sistema es un concepto tan difuso y tan burdo que la democracia pierde su significado real.

Es increíble que aceptemos esta situación. La idea de que un gobierno pueda atender las necesidades de un país moderno y complejo sin escuchar la opinión de los ciudadanos, más allá de haber obtenido su consentimiento formal, es absurda.

La semana pasada, reflexioné sobre algunas ideas que permitirían una mayor participación en la economía. Ahora, esta columna quiere explorar la posibilidad de una democracia más participativa. No propongo el fin de la democracia representativa, sino que la suavicemos con procesos de deliberación y consentimiento.

Mayor participación

Soy consciente de que el actual no es un momento muy apropiado para proponer más referéndums. Sin embargo, lo cierto es que el referéndum del Brexit es el peor modelo a seguir. El gobierno lanzó una pregunta que tenía unas consecuencias enormes a unos votantes que prácticamente no sabían lo que era la democracia directa. Los ciudadanos llegaron al día de la votación sin haber tenido tiempo para prepararse y tras haber oído una sarta de mentiras. Y lo que es peor, una cuestión de una tremenda complejidad quedó reducida a dos opciones; quedarse o marchar.

Todo el mundo sabe que la mayoría que votó a favor de una salida de la UE, pero nadie sabe qué tipo de salida quiere. ¿Por qué no se plantearon distintas opciones con las diferentes formas de permanecer o quedarse en Europa? Al no estar permitida una respuesta con matices, tampoco tuvimos la motivación suficiente para llegar a un acuerdo con matices. Una forma de hacer política inteligente y dinámica requiere que los votantes sean activos y tengan voz, y que puedan pedir explicaciones a sus representantes en todo momento. Propongo tres modelos que podrían servir como ejemplo.

Tipos de referéndum

El primero es el modelo suizo. En Suiza los ciudadanos votan de diez a doce veces por año, que se concentran en tres o cuatro días de votación, para debatir en torno a alguna ley federal o para proponer alguna reforma constitucional. Los referéndums se activan cuando una persona consigue reunir un determinado número de firmas. Estos plebiscitos hacen que los ciudadanos se sientan copropietarios de la vida política; que el gobierno les pertenece. Esto tal vez explica por qué, en una encuesta a 40 países, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos llegó a la conclusión de que los suizos son los que tienen una mayor confianza en su gobierno. Lejos de provocar cansancio ante tantas citas con las urnas, estos procesos estimulan una interesante cultura del compromiso, debate y persuasión. El 80% de los electores participan en estos referéndums a lo largo del año.

Cuando menciono el sistema suizo, la gente suele quedarse horrorizada. ¿Qué pasaría si, como pasa a menudo en Suiza, los votantes apuestan por opciones conservadoras? Bien, tienen derecho a ser tan conservadores como quieran. Una democracia de verdad pone al descubierto la auténtica esencia de un país y Suiza es, en términos generales, un país conservador. Si no te gusta, tienes la oportunidad, en los debates que se celebran en el contexto de estos referéndums, de intentar cambiar la opinión de tus conciudadanos (sin embargo es cierto que podrían protegerse ciertas normas constitucionales para que la mayoría no pueda oprimir a una minoría).

Un modelo distinto

El segundo modelo se aplica en Reykjavík, la capital de Islandia. Cualquier persona puede proponer una idea para mejorar la ciudad o sobre cómo gastar el presupuesto de infraestructura, y cualquiera puede votar a favor o en contra. Las ideas más populares se presentan ante el pleno del ayuntamiento. Este sistema ha tenido un éxito notable: hasta la fecha, el 58% de los ciudadanos ha participado en alguna votación y el ayuntamiento ha aprobado 200 propuestas. Se han obtenido mejores servicios y una mayor interacción ciudadana.

El tercer modelo, y el más radical, es el sistema kurdo. En toda la región kurda y muy especialmente en Rojava, en el norte de Siria, los ciudadanos han impulsado un sistema propuesto por el ecologista estadounidense Murray Bookchin y que fue adaptado por Abdullah Ocalan, el líder encarcelado del Partido de los Trabajadores kurdo, declarado ilegal.

Lo llaman confederalismo democrático. En este caso, el poder no se transfiere de arriba abajo sino de abajo arriba. La unidad política principal es una asamblea local que representa al pueblo y al distrito urbano. Estas asambleas eligen a las personas que representarán sus intereses en foros más amplios, que a su vez eligen a los representantes regionales (Ocana rechaza la noción de estado nación). El gobierno federal tiene una función meramente administrativa. No dicta políticas sino que se limita a ejecutar aquellas propuestas que le han sido enviadas desde abajo.

La implementación de este sistema puede ser complicado; tal vez por ello no es sorprendente que la región sufra ataques militares constantes. Sin embargo, ha mejorado sustancialmente la participación de las mujeres en la vida política, ha permitido que se desarrolle un modelo de economía cooperativista y una mayor protección ambiental. El peligro de este modelo es que se convierta en una democracia “fotocopiada”; que el control político sea cada vez más difuso a medida que las decisiones van pasando de un representante a otro hasta llegar arriba. También existe el peligro de que se otorgue demasiado poder a los funcionarios. Sin embargo este sistema, con sus defectos, parece haber creado un oasis de democracia y confianza en el desierto político de Oriente Medio.

Una democracia participativa

Entonces, ¿Cómo decidimos si se tiene que reformar el sistema político del Reino Unido y, en caso afirmativo, cómo? Democráticamente. El primer paso sería organizar una convención constitucional, integrada por ciudadanos elegidos por sorteo y acompañados por un reducido número de parlamentarios (para que el parlamento esté más dispuesto a aceptar el resultado). El propósito de este encuentro sería identificar los principios que deberían regir nuestra vida política y someterlos a votación en un referéndum de opción múltiple. ¿Qué significado tiene la democracia si las personas no pueden elegir su sistema político?

Si bien voté a favor de permanecer en la UE, ahora quiero que el Brexit nos sirva para articular el país de la mejor forma posible. Junto con el caos que provocará nuestra salida de Europa descansa la oportunidad de hacer las cosas de forma diferente a partir de ahora. ¿Recuperar el control? Estoy absolutamente a favor de esta opción.

 Traducido por Emma Reverter

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