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En Ciudad Juárez los obreros aún luchan por el derecho a formar un sindicato

Varios trabajadores de Lexmark sobreviven al frío en la chabola que han montado para protestar por su despido.

The Guardian

Rory Carroll | Ciudad Juárez (México) —

Si Karl Marx pudiera visitar la chabola helada y desvencijada que hay junto al Bulevar Independencia, quizá reconsideraría la idea de que es inevitable que los trabajadores triunfen sobre el capital. Hay gravilla bajo los pies, el techo de lona ondea con el viento de invierno y la escarcha humedece las paredes de cartón. El tráfico ruge al otro lado, ajeno a lo que ocurre dentro, y los pocos ocupantes del edificio viven de frijoles y tortas que les han donado.

Unas pancartas rotas que proclaman “libertad sindical” y “justicia a la clase obrera” decoran los muros. Es el centro neurálgico de la rebelión obrera de Ciudad Juárez. Frente a la chabola, y detrás de cámaras, guardias y portones de seguridad, está la fábrica que los echó después de que intentaran montar un sindicato.

Lexmark, una empresa de Kentucky que lidera el mercado de las impresoras láser, está valorada en unos 2.000 millones de dólares (unos 1.800 millones de euros). Tiene el apoyo del establishment político de México, y parece que también el de los medios y el de la jerarquía católica, a pesar de la visita del papa Francisco a Ciudad Juárez de este miércoles.

Las élites quieren desactivar la resistencia y frenar la propagación del contagio rebelde a lo largo de esta ciudad industrial, según los que están dentro de la chabola. “Estamos viviendo de la caridad y es duro, pero seguimos aquí”, cuenta Susana Prieto Terrazas, abogada que representa a los manifestantes, mientras se apiña junto a una estufa de leña. “Estamos avanzando. Este es un sistema de esclavitud moderna y tenemos que luchar”.

Esta batalla no tiene precedentes aquí. Ciudad Juárez, una ciudad descarnada de aproximadamente un millón y medio de habitantes junto a la frontera con El Paso (Texas), es un taller de la economía global. Hay unas 300 fábricas con sede principal en Estados Unidos, Europa, China y otros lugares que emplean a unos 300.000 mexicanos. No hay prácticamente ningún sindicato independiente ni, hasta ahora, signos de movilización obrera. Pero unos salarios históricamente bajos están cambiando eso.

“Las condiciones se han vuelto insuficientes para la supervivencia”, asegura la directora de la organización de derechos humanos y laborales Pastoral Obrera, Elizabeth Flores. “Eso es una bomba de relojería. Esta protesta es una oportunidad importantísima”.

Las fábricas, conocidas como maquiladoras, forman un paisaje desgarbado de edificios bajos sin ventanas alrededor de las autovías, normalmente de color beige y aspecto anónimo salvo por los logos de empresas con nombres como Columbus Industries, Align Technology, Salter Labs, Matrix, Victory Packaging y Éco Pak. Fabrican televisiones, aparatos de aire acondicionado, material médico, baterías, impresoras, enchufes y cables: objetos que llenan los hogares, oficinas y clínicas de todo el mundo.

Operan bajo un sistema que les permite importar sin aranceles materias primas para la producción y luego exportar los productos manufacturados. Durante más de 50 años, este núcleo industrial ha generado empleo para muchos trabajadores, especialmente mujeres, que acuden a este lugar desde todos los rincones de México. Siguió bullendo entre la violencia alimentada por el narcotráfico de la última década.

Según los manifestantes, el problema es que los empleos se han convertido en una forma de servidumbre, por sus nefastas condiciones –jornadas largas, ritmo frenético e intimidación de los superiores– y sus bajísimos salarios. La caída del peso frente al dólar ha incrementado el coste de la vida.

“En la fábrica, la velocidad lo es todo: tienes que ser rápido. Pero, por mucho que trabajes, apenas tendrás para comer”, lamenta Miriam Delgado Hernández, de 37 años. Esta madre soltera cuenta que estuvo empaquetando cartuchos de tinta 48 horas a la semana durante seis años en la planta de Lexmark. Ganaba 670 pesos a la semana (unos 30 euros): 6 euros al día. Aunque escaso, no era ilegal. El salario mínimo en México es 70,10 pesos (3 euros) al día, el más bajo en relación con el salario medio de entre los 34 países de la OCDE.

La protesta estalló el pasado octubre en cuatro empresas: Lexmark, Foxconn, ADC/Commscope y Eaton. Además de las denuncias de acoso sexual, los trabajadores acusan a las empresas de incumplir su promesa de una subida salarial de 6 pesos (0,30 euros) al día. Ha habido huelgas de hambre, manifestaciones, distribución de folletos y la construcción de la chabola junto a Lexmark, un símbolo de rebelión al estilo de Occupy Wall Street habitado incluso durante las noches heladas en el desierto.

En diciembre, unos 700 trabajadores de Lexmark hicieron huelga. Había una sensación vertiginosa de que era el momento. Después, el péndulo osciló. Lexmark despidió a unos 75 trabajadores que habían presentado una solicitud formal para crear un sindicato. Sus nombres solo debía saberlos la Junta de Conciliación y Arbitraje, un organismo estatal. “Le dieron la lista a Lexmark”, afirma la abogada Terrazas. La Junta lo niega, y dice no saber si los nombres han sido filtrados ni cómo.

El portavoz de Lexmark Jerry Grasso también lo niega en un email a the Guardian. Asegura que la empresa despidió a los 75 empleados por “perturbación del lugar de trabajo”, y no por intentar formar un sindicato. “Aunque no vamos a entrar en detalles específicos sobre la perturbación... es justo decir que Lexmark tiene coordinadores en la planta en todos los turnos. Era bastante evidente para cualquier coordinador o empleado qué compañeros estaban perturbando el trabajo”, justifica.

Grasso añade que la empresa equipara los salarios a los de trabajos y funciones similares en cada mercado. “En Lexmark nos tomamos muy en serio nuestros valores, incluido el del respeto mutuo. Acogemos las diferencias individuales y escuchamos todas las voces. Confraternizamos con nuestros empleados de la planta, como hacemos con los de todo el mundo. Estamos comprometidos con garantizar que Lexmark siga siendo un lugar de trabajo gratificante en Juárez”, afirma.

Los manifestantes acusan a la empresa de usar la intimidación para mantener bajo control a los empleados que quedan. Eso incluye el uso de camiones para ocultar la chabola cuando entran y salen de la planta. “Las empresas son como fortalezas. Si consigo darle a alguien un folleto, parece asustado”, explica Terrazas.

Los trabajadores que siguen en sus puestos están de acuerdo en que el sueldo es demasiado bajo pero dicen que no pueden permitirse hacer huelga, ni mucho menos poner en peligro su forma de ganarse la vida. “Tengo seis hijos. No puedo perder ni un día”, comenta Adrián Calderón, de 36 años. Los periódicos y televisiones de la zona prácticamente han ignorado las protestas, supuestamente por petición de los dueños de la fábrica y del Gobierno, que están detrás de buena parte de los ingresos por publicidad de los medios.

Se espera que el papa Francisco se centre en la pobreza y la justicia social durante su visita de cinco días a México, cuyo punto álgido está en Juárez este miércoles. Sin embargo, la jerarquía católica conservadora de México también ha ignorado las reivindicaciones. Ningún representante de la Iglesia ha visitado el lugar de las protestas.

Los líderes políticos y empresariales esperan aprovechar la visita del papa para promocionar la ciudad fronteriza como motor industrial en rápido crecimiento, que ha superado el caos de las guerras del narcotráfico. Según Guillermo Dowell, portavoz del gobernador del Estado, los manifestantes representan a una diminuta parte de los trabajadores, que por lo demás están satisfechos. “Están intentando hacer mucho ruido, pero su impacto en realidad es pequeño. Las empresas pagan bastante por encima del salario mínimo”, asegura.

Sin embargo, los economistas locales y analistas financieros avisaron a la Revista Net de un hervidero de pobreza y desesperación. “Si las empresas no responden adecuadamente, esto podría generar inestabilidad”, advirtió Erika Donjuan. La activista Flores considera que la protesta no provocará cambios inmediatos pero podría sentar las bases para un movimiento obrero fuerte.

En su Manifiesto comunista de 1848, Marx predijo que las contradicciones del capitalismo derribarían a los propietarios de la industria. “Su caída y la victoria del proletariado son igualmente inevitables”. No es eso lo que se ve en la chabola junto al Bulevar Independencia. A los trabajadores despedidos se les amontonan las facturas mientras no tienen ningún salario, y se sienten aislados. Viven de donaciones de alimentos de iglesias estadounidenses y colectivos progresistas, así como de los 7.000 dólares (unos 6.300 euros) recaudados por Miguel Hernández, un activista de El Paso que montó una web de crowdfunding.

Cuando se les pregunta cuánto tiempo podrán aguantar, los trabajadores hacen una pausa. “Todo lo que podamos”, responde Antonia Hernández Hinojos, enfundada en un abrigo de lana. Esta abuela de 45 años ensamblaba decenas de fusibles por hora para la empresa Eaton hasta que la despidieron en diciembre. Los manifestantes eligieron a esta mujer, conocida como Tonita, para presentarse a alcaldesa de Ciudad Juárez en las elecciones que se celebrarán en junio. “Necesitamos alzar nuestras voces”, manifiesta Tonita.

Para poder enfrentarse a los partidos consolidados y a otros candidatos independientes, necesita animar a los obreros de las fábricas, una máquina electoral adormecida. No será fácil. Tonita tiene que superar varios obstáculos para registrarse como candidata ante la autoridad electoral y superar el desinterés de los medios. Algunas informaciones sobre la campaña para la alcaldía ni siquiera la nombran, y solo se refieren a “una candidata obrera”. Acurrucada en la chabola, Tonita sonríe y alza el puño: “Encontraremos la manera”.

Traducido por: Jaime Sevilla

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